Capítulo 32: El Último, parte uno.

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-¿Dónde están los que faltan? -preguntó a modo de saludo.

Oteo dejó de nuevo el tazón de leche sobre la mesa para contestar.

-Adrián creo que tenía una tutoría con Dala Sur. -contestó con la voz algo dormida todavía.

Emma se volvió a él sorprendida.

-¿Tan temprano?

Oteo se encogió de hombros.

-No sé, eso dijo cuando me lo encontré hace un rato por el Valle Soliazul, había desayunado ya.

Emma arrugó la frente, extrañada pero no dijo nada más. Solo cambió el objetivo de su mirada para fijarla en Timmy. El chico rubio sonrió ligeramente.

-Está algo indispuesto ahora mismo. -comentó, con algo de ironía y broma, mirando significativamente a su amiga. Emma no necesitó ninguna palabra más para entenderlo, y asintió, sonriéndole de vuelta.

-Entiendo. -contestó, consciente de que el resto de sus amigos los miraban sin comprender, como si se hubieran perdido algo. Y desde luego que lo habían hecho.


La hierba del Valle Soliazul se zarandeaba con suavidad de un lado a otro, movida suavemente por el aire, con una delicadeza tan poética que era digna de admiración. Sus piernas descubiertas, ya sin medias en esas fechas, no pudieron evitar sentir el cosquilleo que las briznas provocaban al rozar su piel. Estaban tibias, algo frías, dando lugar a una sensación extraña, pero no desagradable. Emma atravesó la explanada con tranquilidad, rumbo más allá de las casas de las familias, casi hacia el bosque al pie de las montañas. Pocas veces antes de esa semana se había alejado tanto de la escuela, pero en los últimos días lo había hecho bastante. Lo cierto es que buscaba a su amigo, deseosa de pillarle in fraganti. Sin embargo, cuando llegó a la orilla de aquel río que descendía desde el pleno corazón de la montaña, Ethan ya había vuelto a su forma humana, y salpicaba las rocas con los pies metidos en el agua. Emma suspiró, derrotada. Se veía que nunca iba a conseguir verle transformado. Por su parte su amigo solo se volvió, sonriente, a sabiendas de que se encontraba allí parada, detrás suyo, con una mueca derrotista en la cara. Los rayos del sol impactaban directamente sobre sus mechones de cabello, rebeldes sobre su rostro, y una aura de libertad le rodeaba, algo salvaje, como si hubiera recorrido una llanura corriendo sin parar para después parase de pronto y dejarse caer sobre el suelo, rendido. Emma se acercó con lentitud hacia él, mientras se quitaba como podía los zapatos en el proceso. Le gustó sentir el mullido césped bajo sus pies, y cuando llegó a su lado, no pudo evitar meterlos en el agua fresca del río, imitando a su amigo.

-Nunca me vas a dejar verte, ¿verdad? -preguntó resignada, mirando al suelo, tratando de no resbalase con el fango.

Ethan le sonrió.

-Todavía necesito tiempo. -respondió, encogiéndose de hombros-. Es algo muy personal, ¿sabes? Es como un regalo hacia esa persona que te vean transformado, casi me siento desnudo al hacerlo.

Emma no pudo evitar reírse, y le miró divertida.

-Qué presumido.

El chico la empujó suavemente, de forma amigable, pero fue lo suficientemente brusco para que Emma casi perdiera el equilibrio y cayera de bruces en el río. Tras sujetarla lo mejor que pudo, Ethan comenzó a reír.

-Qué patosa eres. -comentó, consciente de que en realidad había sido su culpa. Luego la miró, interrogante-. Por cierto, ¿no tienes clase? -preguntó, mientras le soltaba el brazo de nuevo.

Emma negó con fuerza, tratando de reponerse.

-Ahora no. Es mi hora libre. -contestó, estirándose la falda-. Voy a aprovechar para encontrarme con Leyla y Vanesa en el centro del Valle Soliazul.

Emma: La calma precede la tormenta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora