Capítulo 1

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Capítulo 1

Manuela repasó la sala en busca del único sitio libre que quedaba. Llegaba tarde, lo sabía, así que tendría que conformarse con lo que encontrase. Tenía ganas de arrancarse la cabellera, quitarse las malditas lentillas, y descalzarse. Pero no había tenido tiempo para nada de eso. Así que allí estaba, hecha todo un pincel elegante, en medio de una habitación llena de ordenadores y frikis del anime. Bueno, no todos. Estiró el cuello, y vio el que sería su sitio durante las próximas 6 semanas.

-           Disculpe. Me permite. Perdón. Gracias.-

Sabía que la miraban como si fuera un bicho raro. Ella no pintaba mucho allí, no con ese aspecto tan cuidado. Finalmente se sentó en la silla, y sacó sus cosas. El profesor no la recriminó con severidad, tan solo esperó a que tomara asiento para continuar con la explicación. Tampoco es que llegara tan tarde, estaba en medio de su presentación, no habían ni abierto el programa de animación. Al menos eso creía. Se inclinó hacia su nuevo compañero.

-           ¿Me he perdido mucho?.- susurró todo lo bajo que pudo.

-           Na, pero si quieres te pongo al día.-

Miró a su compañero con más detenimiento. El pobre chico la sonreía embobado, como si estuviese viendo un ángel. Era mono, pero una lástima, demasiado joven. ¿Qué tendría, 23 años?. ¡Por díos!, si le sacaba 7 años. Él no había salido del cascarón y ella, ... bueno, digamos que en aquel último año había aprendido mucho.

-           Me llamo Leo.-

-           Manuela.-

Volvió su rostro hacia el maestro, y el chico la siguió.

Cuando Manuela llegó a casa, sus elegantes zapatos de tacón salieron volando nada más cruzar la puerta. Con un gemido, caminó hasta ellos y los recogió. ¿De qué le servían aquellos momentos de rebeldía, si inmediatamente después corría a arreglarlo todo?. La música tronadora estaba puesta en el equipo de música de su compañera de piso. No serviría de nada gritar diciendo que había llegado a casa. Caminó hasta el cuarto. La puerta estaba entreabierta, era seguro asomarse. Cuando Carol quería privacidad, tan solo la cerraba. Y Manuela respetaba sus reglas, era su casa, y además, las reglas estaban bien. Así cada una sabía dónde estaban los límites. No había muchos, por eso se llevaban tan bien. Pero había que respetarlos. Golpeó con los nudillos, y empujó la puerta.

-           Hola.-

-           ¡Hola!, ¿ya has cenado?.-

Manuela sonrió mientras negaba. Carol era así. Parecía una alocada veinteañera, y lo era. Pero luego te salía con aquellas frases y actitudes propias de una madre, o una hermana mayor. Tenía 26 años, pero a veces parecía que tenía 20 y otras 40. Era imposible ubicarla.

-           No, mami. ¿Me has dejado algo?.-

-           Pues claro que sí. Vaya una mierda de amiga sería si no cuidara de ti.-

Carol saltó de la cama, dejando el esmalte de uñas con cuidado sobre la mesita. Las uñas de sus pies estaban a medio pintar, con un color morado intenso la mitad de ellas.

-           Tú quítate todo eso mientras yo te lo caliento.-

Manuela soltó un pesado suspiro. Sí, necesitaba quitarse todo aquello cuanto antes. Entró en su habitación, y dejó los zapatos y el vestido de chica bien, estiradito y ordenado. Y caminó en ropa interior al baño del apartamento. Le gustaba aquella sensación de libertad, le gustaba sentir su cuerpo curvilíneo metido en aquella lencería sexy. Carmen tenía razón, la hacía sentir poderosa. Y con aquel cretino de jefe suyo necesitaba sentir aquel poder. Se miró en el espejo, con cuidado se quitó las estilosas gafas que no necesitaba. Doblando las patillas, y posándolas sobre la encimera con delicadeza. Cogió el estuche de las lentillas y lo abrió. Posó su mirada azul en el espejo, y con cuidado, deslizó el dedo sobre el borde de su iris. La lentilla se desprendió, dejando al descubierto aquel color miel que tanto conocía. Retiradas ambas lentillas, agarró el pelo del flequillo, de su perfectamente lisa y bien peinada melena con el corte en V invertida, que dejaba el cuello al descubierto, y tiró hacia atrás. La peluca quedó suspendida sobre sus dedos, y con cuidado la peinó y la colocó en su soporte. Después, retiró las horquillas, y la redecilla que mantenía a raya los mechones castaño rojizo de su autentica y larga melena. Deslizó los dedos entre los mechones, intentando recuperar la forma una vez más. Le faltaba volumen, pero eso se arreglaría con un buen lavado y un acondicionador. Después, con metódicas pasadas de las toallitas desmaquilladoras, retiró todo el aterciopelado maquillaje de su cara. Y por último, la ducha. Con 7 minutos, su cuerpo recuperó algo de la vitalidad que necesitaba. La justa para meter algo en el estómago y dormir. Le habría gustado quedarse un buen rato bajo la ducha de agua caliente, aliviando la tensión de sus hombros, de su cuello, pero tendría de dejarlo para el fin de semana. Con el albornoz atado a la cintura, Manuela entró en la cocina. En la isleta que separaba la cocina de la sala, Carol tenía dispuesto un servicio con la cena.

-           Bien, así estás mejor. Ahora siéntate y cuéntame.-

Manuela sonrió. Si fuera otra, Carol estaría de vuelta con su laca de uñas. Pero le gustaba escuchar como iba su loca historia, era una telenovela a la que estaba enganchada.

-           Bueno, hoy le he entregado el primer borrador a Clive.-

-           ¿Y?, ¿Qué ha dicho el tirano gilipollas?.- Manuela sonrió, estaba totalmente de acuerdo con el apodo que su compañera de piso le había puesto.

-           Que le echará un vistazo.-

-           ¿Sólo eso?.-

-           Sólo eso.-

-           Es un gilipollas.-

-           Lo sé.-

Después de dos meses se había dado por vencida, no conseguiría nada por esa vía. Si quería llegar más lejos en aquella empresa, tenía que saltar por encima del ególatra de su jefe. Esperaba que su ambición fuera más fuerte que su ego, pero no fue así. Aquel gilipollas, seguía pensando que ella no tenía talento para descubrir a un buen escritor, y mucho menos ser una de ellos. Por eso seguía siendo correctora, por eso repasaba el trabajo de otros. Por eso se había decidido a dar el paso, por eso se había apuntado al curso de animación por ordenador. Tenía un proyecto en mente, un buena idea, e iba a llevarla  cabo. Ahora sabía mucho más sobre el mundo editorial, sabía el nombre de quién es quién en aquel negocio, y sabía el camino que tenía que seguir. Llevaba tres malditos años trabajando para aquella editorial, era una ilustradora más. Estaba hastiada por no poder avanzar. Clive era el único que podía darle el paso al lugar al que quería llegar, pero no se lo daría a ella. No a una ilustradora que trabajaba para ellos en ocasiones. No para una mujer con su aspecto. No a la perdedora que conoció en la universidad, la que cayó en las redes de su colega, la que se acostó con él, y a la que dio puerta después. Pero hacía algo más de una año todo dio un giro, todo cambió. La tía Maggie y sus amigas se cruzaron en su camino. El club la había cambiado. La habían adiestrado, la habían equipado para aquella guerra, y tenía toda la intención de ganar.

Trece meses antes, las chicas habían empezado su preparación. Sabía que tenía mucho trabajo por hacer, y sabía cuál era su  objetivo. En once meses, había experimentado un cambio drástico, y no sólo físicamente. Había perdido 23 kilos, y moldeado su figura. No, no era Miranda Kerr o Gisele Bunchen, pero sabía que podía poner de rodillas a muchos hombres. No, no era por su espectacular físico, era por mucho más. La genética no le había dado unas armas espectaculares, pero había aprendido a hacer que las que tenía fueran devastadoras. Sus ropas estaban pensadas para acentuar sus atributos, y disimular sus imperfecciones, a la vez que transmitían un aura de sofisticación y elegancia incuestionables. Desprendía seguridad y competencia, algo con lo que nadie deseaba enfrentarse. Y le encantaba aparecer de aquella manera cada mañana enfrente de Clive. Desde el día que se presentó a la entrevista para correctora, sabía que le tenía babeando por sus huesitos. El gilipollas se moría por meterse en sus bragas, pero sabía que Manuela Reyes no era una más. No era del tipo de mujeres que se dejaban impresionar por su jefe, ni seducir con promesas. No era fácil, era más que un reto, era un imposible. Por eso intentaba acercarse con cuidado, con sutileza. Con tanteos cautelosos, con seducción encubierta, porque no sabía donde se estaba metiendo, ni si sus pelotas estarían a salvo si conseguía dar un paso más. ¡Dios!, y le encantaba ver como se acercaba a ella con chulería y prepotencia, para luego recular ante  una de sus frías miradas. O babear cuando le lanzaba aquella otra tan diferente, con la que parecía prometer llevarle al paraíso si era lo suficiente valiente. Eran aquella puñetera ropa interior. La lencería la hacía sentir poderosa, y mala, muy mala.

"Recordaba las palabras de sus maestras.

-           Mírate, Manuela.-

Carmen alzó la barbilla de Manuela para que viese su reflejo en el espejo. La dieta y las extenuantes sesiones de gimnasio habían dado sus frutos. Su cuerpo era diferente, muy diferente. Con todos aquellos kilos menos, ya no sentía vergüenza al mirarse en el espejo. Ahora, su cuerpo estaba más delgado, pero no había nada blando en si figura. Todos sus músculos estaban tonificados. Y aquellas escuetas piezas, realzaban y exponían con sensualidad cada parte privada de su anatomía femenina, tentando.

-           Ahora tienes un arma nueva. ¡ Úsala!.-

Manuela sonrió al verse. Sí, se sentía poderosa. Los primates como Clive, que pensaban que las mujeres habían sido puestas en el mundo para su disfrute, para utilizarlas a su antojo, que se prepararan. Habían cabreado a la mujer equivocada."

El Club de las Damas 02 - Una cazadora cazadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora