iii. El niño que sobrevivió

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–¿Recuerdas la escuela de la que te hablé donde yo estudiaba? –él asintió efusivamente–. Bueno, acabo de graduarme hace unas semanas y ahora necesito que hagas algo por mí.

Harry la miró confundido.

–¿Qué necesitas?

–Quiero que entres a la casa de tus tíos –sonrió al verlo fruncir el ceño y acarició sus mejillas con cariño– y que empaques todas tus cosas.

–¿I-Iré contigo?

Eleanor notó el brillo lleno de ilusión en la mirada del azabache y sólo deseaba que ese brillo jamás desapareciera.

–Por supuesto que sí, cariño.

Él la abrazó mientras escuchaba su propio corazón latir con fuerza a causa de la emoción de salir de aquel terrible lugar con esos muggles que lo trataban mal.

–¿Pero cómo...? –preguntó Harry al separarse.

–Solo hazlo, Jamie. Yo te esperaré mientras hablo con tu tía.

Harry decidió hacerle caso a su tía y no interrogarla mientras los dos entraban a la casa, él abrió la pequeña alacena debajo de las escaleras que los Durlsey le habían elegido para dormir para agarrar sus pocas pertenencias heredadas por su primo y los regalos que la hermana de su padre le había hecho con los años. La joven Potter tuvo que hacer un enorme esfuerzo por no lanzarse encima de Petunia Dursley al verla sosteniendo un pastel frente suyo, sus facciones se habían contraído y sus cejas estaban casi unidas en un ceño muy fruncido. Petunia había dejado el pastel en la mesa y obtuvo una postura demasiado rígida para una persona normal.

–¡¿Qué haces aquí?! –chilló Petunia, molesta–. ¡Dumbledore había dicho que solo vendrías en sus cumpleaños y no te veríamos más!

–Solo te aviso que me llevaré a Harry antes de que se vaya a Hogwarts. –sus ojos estaban abiertos en sorpresa y cólera–. Aunque no creo que notaras su ausencia. ¿No te da vergüenza tratar mal a un inocente niño? ¡Es tu sobrino y lo tienes durmiendo en la alacena!

–¡No tienes ningún derecho de venir y gritarme a mi casa, Potter!

–¡Tengo todo el derecho porque Harry es mi sobrino y me preocupo por él! ¡Me interesa su bienestar más que cualquiera! –intentó tranquilizarse y la miró fijamente–. Harry se quedará conmigo por ahora y el próximo verano regresará las primeras semanas a tu casa antes de volver a irse conmigo. Esas son las nuevas órdenes de Dumbledore. Y si tienes una duda puedes mandarle una lechuza y preguntarle tu misma. –hizo una breve pausa antes de inclinarse cerca de ella con una sonrisa irónica–. Oh, es cierto no tienes una lechuza porque eres una simple muggle...

La vena en la frente de Petunia Dursley estaba remarcada y parecía a nada de reventar por el coraje.

–¿Cómo te atreves...?

Sonrió burlona antes de señalarla amenazadoramente.

–Y más te vale que para entonces tengas una de las dos habitaciones que tienes para el egoísta de tu hijo preparada para Harry o sino conocerás realmente quien soy.

Las mejillas de la muggle estaban hinchadas y sonrosadas de furia pero no se atrevió a responderle, temía que le llegara a atacar.

Harry entró a la cocina con su mochila en mano y una sonrisa resplandeciente que nadie lograría borrar en ese momento ni siquiera su muy enojada tía.

–Ya tengo todo, Ellie.

Eleanor lo miró con una sonrisa y beso su cabeza antes de mirar a Petunia una última vez.

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