CAPÍTULO 20

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—Te queda bien la lencería —medio murmura.

Lo miro.

—Te odio y el que esté follando contigo no cambia lo mucho que te detesto.

—Tienes una forma muy rara de demostrar tu odio hacia mí.

—Cállate, no quiero oírte —ahogo un gemido.

Intento abrir la boca para protestar pero me calla cuando sus labios toman los míos de forma salvaje mientras me estimula con sus dedos. Noto como su mano izquierda se encarga de bajar la tela del sujetador de encaje, haciendo que mis pechos queden expuestos ante su mirada. La sensación de sentir sus labios contra la piel de mis pechos jugando a su antojo y causando estragos en mis terminaciones nerviosas me obliga a emitir un jadeo.

Siento que me cosquillea todo el cuerpo y aquella sensación se intensifica cuando exploto en un satisfactorio orgasmo que me hace soltar el aire con ligereza.

Se separa de mí, regresando con la distancia entre ambos, y me acomodo la lencería bajo su mirada.

—¿Necesitas algo más? —interrogo cuando toma asiento sobre el sofá como si estuviera en su casa.

—¿No vas a vestirte? No creo que sea de tu agrado la idea de salir al exterior en lencería.

Empiezo a quitarme el maquillaje a medias, ignorando su voz. Una vez finalizo la acción, abro mi bolso y empiezo a vestirme con la ropa que preparé, aún sintiendo su airosa presencia en la habitación.

—¿Tienes algún tipo de fetiche y te excita verme vistiéndome o qué? —interrogo mientras acomodo la respectiva lencería que acabo de utilizar en el perchero.

—¿Vas a demorar mucho más? Carezco de paciencia y tus vueltas me están empezando a impacientar.

—¿Y eso a ti te interesa por....?

—¿Se te contagió mi actitud? —interroga.

—Trata a las personas de la forma en la que quieres que te traten a ti —suelto, volviéndome hacia él.

Noto como se ríe con cierta discreción.

—O ya no te está funcionando eso de hacerte la desinteresada conmigo.

—O tú tienes la arrogancia metida hasta el culo. No tengo que "hacerme" la desinteresada con nadie y mucho menos contigo. No sé si necesitas que te recuerde que eres tú quien se empeña a buscarme.

—Habló la que fue a buscarme a mi edificio para follar —se mofa.

—Eres ridículo, Edward.

—Y tú eres una insolente, Leanne.

Resoplo, molesta. Su comportamiento me saca de quicio y me dan ganas de patearlo. Saca lo peor de mí.

—¿No te largas ya?

—Claro —afirma—, pero tú también te largas conmigo.

Lo miro como si acabara de decirme una muy mala broma.

—Me parece que no eres consciente de que tengo a un centenar de personas allí afuera con la intención de fotografiarme y entrevistarme.

—A mí me parece que tú nunca oíste de algo llamado salidas traseras, ¿no es así?

Imbécil.

—No voy a arriesgar mi vida privada por un polvo contigo.

—El mejor polvo conmigo —corrige—. Queda claro que soy mejor que todos los pubertos que alguna vez te han tocado.

Caricias ProhibidasWo Geschichten leben. Entdecke jetzt