La confrontación se hubiera extendido, sino hubiera sido por el Conde que entró a la caverna con el rostro cubierto, reflejando un aura intimidante y pesada. Giró su cabeza hacia mi dirección y me miró por un momento, antes de volverse hacia a ellos, quienes dejaron de forcejear. Hizo un ademán con su mano, pidiéndole a James que le entregara la botella. Sin protestar, se la entregó.

Inclinó la cabeza hacia afuera, exigiéndoles en silencio que salieran de aquí.  Jeremy se arregló la camisa que había sido estropeada por el ataque brusco de James y salió primero, seguido de Michael.

―Le pido disculpas, Conde. Ellos intentaron beberla ―dijo James antes de irse.

¿Qué había sido eso?

El Conde, quien me frustraba por no poder escuchar su voz, se quedó observando la botella por unos segundos. Cuando se volvió hacia a mí, me puse rígida. La manera en la que sus dedos acariciaban la botella plateaba, me incomodaba. Lo hacía con una fascinación aterrorizante.

Luego de que cerrara el baúl con la misma llave, me obligó a seguirlo fuera de la caverna. Mis intentos de caminar detrás de él fueron un desastre. Mis pies tropezaban a cada paso, aún me sentía débil. Caí una vez de rodillas, pero él no hizo nada al respecto para ayudarme. Simplemente se detenía, esperando a que me levantara.

Miré la puerta principal, la cual indicaba la salida de RedHouse. No iba a servir de nada si corría hacia allí, sería atrapada y todo se volvería a repetir. Me mantuve neutra, recuperando las fuerzas. El frío ya no estaba a mi percepción pero los músculos seguían entumecidos.

Aparté la vista sobre mi hombro y miré la espalda ancha del Conde que seguía deslizándose por los pasillos. Todavía presentía algo conocido en él.

Quise gritar de emoción cuando subimos al segundo piso y abrió la puerta de la habitación en la que había estado antes. Esto era mucho, mucho mejor. No sabía cuánto tiempo había pasado en la caverna, tal vez dos o tres días; no lo sabía con exactitud.

Lo primero que hice al entrar a la habitación, fue sentarme en la cama. Me sentía agotada e indefensa. Levanté la vista cuando me percaté que el Conde seguía aquí. Sacó algo de sus bolsillos y mis sentidos se agudizaron. Sostenía una jeringa y una bolita de algodón.

―¿Qué haces? ―pregunté mientras se inclinaba hacia a mí. Tomó mi mano y mi antebrazo quedó expuesto. Aguanté la respiración cuando encajó la aguja en mi piel. ¿por qué me hacía esto? ¿quién era él? ¿quién me había hechizado y por qué?

El pequeño tubo que tenía integrada la jeringa, seguía llenándose de mi sangre. Me quedé atónita al ver que era de un color púrpura oscuro.

Retiró la aguja de mi piel y limpió con el algodón la poca sangre que amenazaba con salir. Se puso de pie y en ese movimiento, aspiré su aroma. Definitivamente, el olor a especias me recordaba cada vez más a Max. Me pregunté si se trataría de él. Quería negarme ante tal suposición, pero su escencia parecía indicarme que estaba en lo cierto.

―¿Max? ―susurré con temor.

Se detuvo abruptamente antes de abrir la puerta y su rostro se volvió hacia a mí. Mi corazón comenzó a latir dolorosamente y pasé saliva. El silencio se extendió y pensé que me sofocaría en cualquier momento. Y así, sin nada qué decir, salió de la habitación.

Solté un suspiro y cerré los ojos, rogando que no fuera él.

Permanecí inquieta los siguiente minutos. No podía pensar con claridad y no quería sacar conclusiones todavía. Traté de dormir, queriendo encontrarme con Max en mis sueños, pero no lo logré.

Atracción Mortal ✅ [ Disponible en físico ]Where stories live. Discover now