Capítulo Único

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Amanece tras una noche de celebración. Maria José —más conocida como MJ por sus amigos— arrastraba los pies por las calles de una Málaga que, poco a poco, iba iniciando su actividad diaria veraniega. «Me vendría de perlas un café bien cargado», resolvió con una lentitud mental, propia de una borrachera en disolución.

Mientras caminaba al muelle, donde la esperaba el autobús interurbano que la llevaría a su casa, en el Rincón de la Victoria, a diestra y siniestra se abrían las puertas de las cafeterías que aguardaban la caída de los trabajadores, quienes querían robarle unos minutitos a su viaje para tomar su infusión preferida. Ella no sería menos.

Se llevó la mano a su bolsillo y no encontró ni una moneda —además de las que iba a usar para pagar el viaje a casa—, ni un ajado billete. Revolvió su bolso a continuación y recordó que no había llevado sus tarjetas para evitar la tentación de gastar más de lo que debía. Tampoco tenía configurado el NFC de su móvil como para pagar con él.

—No sé si fui muy lista o muy tonta, ¡joder!

Siguió su triste camino hacia la estación y tomó la decisión más ilógica —o tal vez no tanto considerando su contexto— y pasó de largo su parada. Necesitaba comer algo. No aguantaría el viaje a casa sin comer. De última, haría tiempo en la playa e iría al restaurante de su padre nada más abriera para pedirle algo de dinero. «Para ese momento ya estaré más repuesta», pensó.

El Paseo de las Palmeras se le hizo más largo que nunca. MJ estaba deseando llegar a una cafetería en donde se pediría un café con un dónut. «El hambre siempre vence al sueño», determinó.

Las chicas del local se afanaban por atender a los clientes ordenados en una creciente fila. MJ se situó tras un hombre que sudaba más de lo normal y que miraba para todos lados como si estuviera buscando a alguien.

—¿Un día intenso? —preguntó ella sin saber por qué.

—¿Di-disculpa?

El hombre se dio vuelta y sorprendió a MJ. Era el rostro más enfermizo que ella había visto en su vida. Su piel tenía un color macilento, unas ojeras y bolsas bien marcadas, los labios cuarteados, la punta de su nariz tenía dibujada una red compleja de capilares y de sus orejas parecía brotar algún líquido extraño.

—¿S-se encuentra bien?

—Sí. Sí. Sí me encuentro bien. No hay por qué no encontrarse bien.

MJ dio un paso atrás. Por un momento se planteó ir a otro lado. Aquel tío la perturbaba. «Pero no quiero irme sin comer nada. Estoy por morir».

—Sabes que todo va a terminar, ¿no? —dijo el desconocido con un lúgubre tono de voz.

Aquello era suficiente. No iba a quedarse ahí, por mucha hambre que tuviera, para escuchar los desvaríos de ese tío.

—Sí. El frotar se va a acabar —replicó ocurrente, mientras giraba sobre sus talones y se disponía a marchar.

La nudosa mano del desconocido la cazó por el brazo, apretando tanto que MJ no pudo evitar soltar un grito.

—¡Qué hace! ¡Me está haciendo daño!

—Ve con tus padres, tu novio, tus amigas y despídete de ellos. En unas horas, ¡no quedará nada!

—¿Está loco? ¡Suélteme!

—¡Eh! ¿Qué está pasando aquí?

Un vigilante del puerto apareció al escuchar a MJ. Mientras se llevaba su mano a la radio que tenía ajustada en el cinturón.

—Me hace el favor y suelta a la señorita, ya —ordenó.

El tío raro ese lo miró con el rostro desencajado mientras apretaba cada vez más fuerte el brazo de MJ, quien reaccionó propinándole una patada en la rodilla izquierda. Liberada dio dos pasos atrás. El vigilante pidió asistencia por radio, llevó seguidamente sus manos al cinturón buscando su porra y sacándola.

Malaga AriZesWhere stories live. Discover now