La chica esbozó una sonrisa triste y fijé la vista a nuestras manos, las cuales aún permanecían entrelazadas. Ella era fría, no me extrañaba que use abrigos constantemente, tenía una temperatura bastante inferior a la mía.

- Suena muy lindo cuando lo pones así -se sinceró, apretando un poco mi mano antes de soltarla.

- ¡Rin, basta de masoquismo! -exclamé, dejándome llevar por el momento y tomándola por los hombros, zarandeándola levemente- ¡No estás sola!

Sus ojos se dilataron instantáneamente al procesar mis palabras y observé que se mordía inconscientemente el labio inferior.

- ¿...Miku... de verdad estuvo con Yuma a mis espaldas?

- Así es -asentí, levantando un poco mi mano hasta su cabello y pasándola por su mejilla-. Estoy seguro de que Gumi nunca te haría algo así, si decides darnos una oportunidad.

- Ella me ha escrito todos los días -me confesó-. También Mikuo, e incluso Oliver me mandó un mensaje. Al parecer sí se preocupan por mí.

Sonreí genuinamente al escuchar eso.

- ¡Claro que sí! Además... no es un adiós, es un ¡hasta pronto!

- Y supongo que si vamos a Hornbach estaríamos más seguros-. Rin buscó mi mirada y pude ver la luna reflejada en la suya, brillante y con una tenue luz de esperanza.

- Mucho más seguros.

Aún no sabía qué era, no identificaba el por qué, pero Rin era importante para mí. Y cada día florecían aún más mis ganas de verla bien, de ayudarla a encontrar la paz.

Luego de esa breve conversación me dio la impresión de que podría conciliar el sueño más fácilmente. Me hallé a mí mismo colgado en su figura mientras se deslizaba fuera de la sala en la que estábamos, dirigiéndose sin prisa a su habitación.

Era extraño poder tenerla tan cerca, sentir en persona el aroma cítrico que había estado tantas noches impregnado en mi almohada, y finalmente poder tratar de adivinar en persona qué era lo que pasaba por su cabeza.

Me dejé caer en la almohada nuevamente, mientras me cuestionaba acerca de todo lo que me esperaría durante los próximos meses. Pensé también en mis padres, en todo lo que pasarían, y no me sorprendía en lo más mínimo la actitud tan predispuesta que estaban mostrando. Mi mamá jamás dudaría en ayudar a alguien mientras pudiera, y por lo que parecía, le había cogido cariño a Rin.

Es que esa niña tenía eso, causaba ese efecto en la gente. A pesar de la distancia que marcaba y de su actitud rebelde, de alguna manera lograba ganarse el afecto de los demás sin siquiera intentarlo.

¿Lástima?

Sí, quizás también causaba un poco de eso.

Al día siguiente volvimos a Hornbach. Fue un viaje extraño, con un silencio sepulcral que parecía calar por encima de conversaciones superficiales. Ni siquiera mi madre estaba de ánimos para chárara, por lo que no hice más que hundirme en mis lagunas mentales, entre el sueño y la vigilia.

Mi papá nos esperaba con una paella de mariscos en su mejor intento para elevar los ánimos.

Al verme luego de casi tres semanas su expresión de cariño fue apretar mi hombro y dar unas palmaditas en mi brazo. Digamos que las muestras de afecto no eran su fuerte, y eso estaba bien. Ya había aprendido a entender que él prefería montar un mueble desde cero o arreglar la cerca de la entrada antes que dar un beso o un abrazo.

Y fue justo eso lo que hizo con Rin.

- Rin, puedes acomodarte en esta habitación - señaló, mostrando la puerta que había atravesado contadas veces en mi vida.

Miré a mi madre, y ella me calmó con un gesto, haciéndome entender que estaba de acuerdo con papá.

La chica arrastró su maleta y la caja en la que estaba su serpiente hasta su nuevo cuarto.

- Significa mucho para nosotros que estés aquí -le dijo Meiko, mirando la vieja cuna con añoranza-. Esta era la habitación de nuestra hija.

Los arreglos habían sido bastante simples: Kaito decidió quitar el rosa bebé de las paredes luego de más de una década, cambiándolo por un beige, casi color arena. Aunque era claro para los gustos de Rin, le quedaba bien. Combinaría con su cabello.

También había colocado una cama parecida a la mía, había guardado los juguetes que nunca se habían usado y habían cambiado la pañalera por una cómoda para la ropa. Solo permanecía la cunita con los pandas, dándole un toque extrañamente infantil a la habitación.

La expresión de Rin denotaba confusión, y no hizo más que girar a mirarme con la duda reflejada en su rostro.

- Pensé que no tenías hermanos -murmuró, llevando una mano a su flequillo y acomodándolo.

- Ya no los tiene -continuó Kaito, con solemnidad en su expresión-. Len nació primero, pero luego la situación de mi esposa se complicó y Lenna no pudo salir a tiempo -relató.

Aún me pesaba aquella historia. Siempre sentí que tenía parte de la culpa, aunque ellos me repitieran que no una y otra vez. No era fácil ignorar que en todos mis cumpleaños lo primero que debía hacer, justo al despertarme, era ir al cementerio.

- Lo importante es que ahora este es tu espacio. Ya eres como nuestra hija a estas alturas -declaró mamá, abrazándola por los hombros.

- Muchas gracias -contestó ella, sonriendo con una mezcla de incomodidad y gratitud-, de verdad.

No sé si es atrevido de mi parte, pero creería que Rin se había sentido pocas veces tan atendida y cuidada como esa noche. De lo que sabía, había sido la chica quien debía cuidar de su madre y de sus hermanos.

Por sus gestos y expresiones veía que le costaba ser el centro de atención durante la conversación de sobremesa. Le sofocaba tener a dos adultos tan atentos a sus movimientos.

A mí me parecía gracioso, incluso tierno.

Durante el postre, me sonrió cuando intercambiamos miradas. O más bien, cuando cayó en cuenta de que no la había dejado de observar en toda la cena.

Bienvenida Rin, estás en casa.

Austausch (El Intercambio) | RiLenWhere stories live. Discover now