Sueños de tierra, sueños de mar

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–Pero ¿por qué no? ¿Por qué no deben vernos?

–Porque son peligrosos. Muy peligrosos –aseguró.

–¿Por qué? –insistió la niña descontenta por la vaguedad de su respuesta.

–Porque es por culpa de los seres humanos que podemos perder el control. Y ya sabes lo que nos sucede cuando eso pasa. No pienso permitirlo, no puedo perderte. Es por eso que nunca debes acercarte a un humano. Nunca jamás –remarcó.

La niña no podía ver con claridad esas consecuencias que tanto inquietaban a su madre, pero abrumada por el catastrofismo de sus restricciones, la acompañó sin rechistar.

Sin embargo, la niña creció en la belleza que otorga la juventud y en la obstinación que alimentan las limitaciones. Su curiosidad por la superficie nunca desapareció por mucho que contuviese sus impulsos de asomarse al exterior.

~~~~~

En una noche sin luna un barco avanzaba saltando sobre las olas.

El muchacho la vio a duras penas. Nadaba al frente del navío, escondiéndose bajo el agua para después impulsarse hacia el exterior, como si pretendiese alcanzar con tales piruetas el cielo estrellado sobre sus cabezas.

La joven lo vio claramente. Las luces con las que alumbraban la noche tintineaban como las estrellas y permitían iluminar aquello imposible de ver en la oscuridad por ojos humanos. Sus cabellos se movían con la brisa, su piel seca parecía sedosa y su mirada era vivaz y serena. Observaba el océano, o quizás trataba de adivinar dónde se localizaba el horizonte, contemplándolo como si pudiese desvelar los más intrigantes secretos que le ocultaba su inmensidad.

Durante unos minutos permanecieron así, ella nadando y él observando, hasta que, probablemente cansado de esperar y llevado por una impaciencia muy propia también de ella, el joven se movió con cuidado y sigilo para atravesar la cubierta y alcanzar uno de los botes salvavidas. Cautelosamente se aseguró de hacer descender el bote sin llamar la atención.

Una vez en el agua fue consciente de la fuerza del barco, superada aún más por la del propio océano. Casi perdió el control del bote y a punto estuvo de volcar, pero una mano amiga lo ayudó en su desesperación.

Cuando las aguas se calmaron y pudo recobrar el aliento, el navío ya lo había dejado atrás, perdido y olvidado en medio del mar. Aunque había alguien que no lo había olvidado.

Se giró en todas las direcciones hasta que dio con ella. Algo más allá una cabeza sobresalía del agua, ocultado aún parte de sus rasgos. Aun así, el joven pudo adivinar una piel blanquecina, de unos tonos rosados, suaves como los pétalos de una rosa. Los cabellos que la cubrían nacían como largos tentáculos ramificados en cientos de filamentos de colores rojizos. Sus ojos rasgados eran completamente negros, como los de un cervatillo indefenso, y lo miraban con intensidad, sin pestañear siquiera. A pesar de tratarse de una criatura desconocida que no había visto jamás en su vida, le pareció extremadamente hermosa.

El joven había abierto la boca sin producir ninguna clase de sonido. Ella no sabía demasiado de los humanos porque le impedían investigar sobre sus costumbres, pero según lo que había podido averiguar estaba segura de que utilizaban algún tipo de lenguaje sonoro para comunicarse. ¿Tendría aquel humano algún problema que le dificultase hacerlo normalmente?

Una vez consciente de su evidente asombro ante la visión de su acompañante, juntó sus labios y tragó saliva antes de hablar.

Pronto pudo comprobar que se había equivocado, pues el humano dijo algo que ella no fue capaz de comprender. Permaneció en silencio, sin saber qué hacer después, así que esperó. El joven dijo algo más en un lenguaje todavía ininteligible para ella. Pero su voz le resultaba agradable y no pudo evitar reírse ante aquella interacción tan peculiar.

Su gesto, que no había cambiado ni un ápice, le hizo creer que estaba confundida ante lo que le había dicho. A lo mejor no hablaba su mismo idioma. Pero entonces salió un poco más del agua, exponiendo su rostro al completo, dejando a la vista unas branquias que la ayudaban a respirar difíciles de distinguir debido a la oscuridad que los rodeaba. ¿Aquello había sido una risa? Era casi como un borboteo, aunque se insinuaba divertido. Ilusionado por su respuesta, se señaló a sí mismo y pronunció su nombre. Repitió el proceso varias veces, esperando que la criatura pudiese identificarlo de esa forma.

El humano habló de nuevo. Seguía sin entenderle, pero a causa de su insistencia, la muchacha creyó entender. Aunque no conocía su idioma, sabía cómo llamarle y al tratar de pronunciar su nombre. Su voz acuosa se elevó en el aire, arrastrada por el viento.

Un canto etéreo lo rodeó y casi se sintió flotando en las nubes. De alguna forma esa sensación, esas melodías tan singulares, le recordaron a una época pasada, una en la que todavía era un niño. Por entonces se había acercado al borde del barco para poder disfrutarlo mejor. En esa ocasión había tenido a alguien que lo detuviese, alguien que lo retuviese a bordo, lejos de cualquier peligro, pero también lejos de cualquier placer.

La barca se había balanceado con el movimiento del humano y ella se aproximó para asegurarse de que no volcase por su peso. A aquella nueva distancia, mucho más próxima de lo que nunca se hubiese creído capaz, alcanzó a oler el delicioso aroma del joven. Embriagada por su fragancia, la sirena volvió a reír y alzó su mano hacia él.

Estaban tan cerca que creía que el corazón le iba a explotar. Movido por un deseo hipnótico sintió la necesidad de besarla. Probó la sal de sus labios y supo que ya no habría nada en el mundo que lo complacería más que volver a hacerlo una y otra vez.

Una fuerza invisible la empujaba. Quería más. Necesitaba más. Solo podía pensar en él.

Arropado entre los brazos de aquella exótica mujer marina, apenas sintió el agua rodeando su cuerpo, que comenzaba a convulsionarse a causa del frío. La gélida humedad calaba sus huesos y no le importaba, porque así, estando tan cerca, podía sentirla a su lado, era mucho más maravilloso de lo que hubiese soñado. Ya nada más importaba, ni su pasado, ni su futuro, ni si le faltase el aire.

Era delicioso. Jamás había probado nada igual. La sangre había empezado a extenderse a su alrededor tras aquel primer bocado, tiñendo una pequeña zona en una nube submarina de color escarlata. Pero bajo el agua, en plena noche, no prestaba atención a aquel detalle. Estaba poseída por unas insólitas ansias de más, por un apetito que creía inexistente hasta aquel momento. Y no podía pensar, ni tampoco preocuparse, menos aún recordar las palabras que le habían repetido en incontables ocasiones. Había perdido el control.

Tan solo tuvo un momento de lucidez. Uno solo, pero ya era tarde. Lo había arrastrado hacia el fondo, con un anhelo que él mismo había compartido impulsado por una poderosa magia. Bajo aquel hechizo no fue consciente de su propia situación, ni de dónde se encontraba, menos aún pudo evocar las advertencias de un viejo lobo de mar. Sus pulmones ardían y ardieron hasta que quedaron completamente encharcados por el agua.

Así fue cómo ambos sucumbieron ante sus propios instintos. Si los dos hubiesen sido más precavidos, si hubiesen escuchado al resto y no a sus impulsos de juventud y rebelión, si no hubiesen sido diferentes, entonces los dos podrían haberse salvado de aquel cruel destino en el que los dos se perdieron a sí mismos.

Pero si no hubiese sido así, jamás habrían compartido aquel gozo invadiendo todo su ser. No habrían satisfecho en su unión aquel apetito provocado por la curiosidad, no habrían saciado su sed de conocimiento, y habrían pasado sus vidas vagando sin encontrar el tesoro al que se aferraban y que buscaban con desesperación.

Así que yo os pregunto: ¿qué habría sido lo mejor?

Sueños de tierra, sueños de marWhere stories live. Discover now