Su pulgar comenzó a acariciar mi mejilla, hacia adelante y hacia atrás. Cuando volví la cara hacia él me dedicó una sonrisa dulce. Yo hice lo mismo, o por lo menos, lo intenté.

—Hey, Roger...—susurré, mirandolo a los ojos. De a poco me senté en la cama y rodeé mis piernas con ambos brazos.

—¿Sí?—inquirió, despejando el cabello que me cubría la cara.

Mordí mi labio inferior y respiré profundo, mi mente era un torbellino de emociones que yo no podía controlar. Lo observé bien: piel morena, labios en forma de corazón y cabello perfecto y desordenado. Su ceño se frunció levemente y sus ojos me escrutaron desde su posición. Él era hermoso, y era mío. No, yo no podía perderlo.

—Te quiero—le dije, mi voz temblorosa y en susurro. Lo miraba mientras torcía esa sonrisa y se inclinaba hacia mí, colocando una mano en mi cuello y rozando mis labios con los suyos. Fue un beso largo y lento que me devolvió el calor al cuerpo. Me recorrió la boca, la mandíbula y detrás de la oreja. Después puso sus brazos alrededor de mi cintura y me hizo acostarme con él, besando una y otra vez mi nuca. Las cosquillas que sentía en el estómago me hicieron sonreír y cerrar los ojos. Mis mejillas estaban tan calientes como su piel.

—Dulce sueños, preciosa—y me dio un último beso en la oreja antes de dormirme.

No soñe nada.

(...)

El frío se encargó de despertarme.

Lentamente, estiré mis dedos para sentir el calor de Brian, pero él ya no estaba; el lado que debía ocupar de la cama estaba vacío y helado. Me apoyé en un hombro y parpadeé rápidamente para terminar de despertarme, mirando la habitación que ahora estaba iluminada por los débiles rayos de sol que se colaban por su ventana. Terminé de sentarme en la cama y estrujé mis ojos, luego volví a barrer el cuarto con la mirada y me pregunté dónde rayos se había metido. Cuando hice las bastas sábanas a un lado, descubrí que me había dormido con mis pantalones de mezclilla puestos y mi camiseta vieja de Papa Roach. Sumamente extrañada, me dirigí al baño rascándome la cabeza, me lavé los dientes, y me mojé la cara.

Un olor a huevo frito y tocino me hizo parar en seco cuando salí del baño. Antes de bajar y encaminarme a la cocina, fui a mi habitación, pasando rápidamente por mi clóset para evitar alzar la mirada y encontrarme con la ventana rota, y agarré mis pantuflas. El piso estaba tan frío que me congelaba los dedos.

—No sabía que cocinabas—comenté sonríendo al ver a Roger frente a la estufa con un sartén y una espátula. Él me dedicó una sonrisa de "buenos días" cuando me senté en la mesa para observarlo, eh, hacer lo que sea que estuviese haciendo—. ¿Estás seguro de que son huevos y tocino?

—Lo son...—dijo dandole la vuelta a un trozo de tocineta con la espátula—. O por lo menos...lo eran. ¿Tienes mucha hambre?

—Podemos comprar algo si quieres.

—Esto está bien. No, de hecho, está perfecto. Debes reconocer mis malditas artes culinarias, _______ Foster, porque de ahora en adelante, te alimentaré a lo largo de todos estos meses. A ti y a Reagan.

Lo que debía reconocer era que, por primera vez en mucho tiempo, Roger se levantó con un muy buen humor esta mañana. Él nunca preparaba el desayuno, ni siquiera se molestaba en preparárselo a él mismo, me extrañaba que me estuviera cocinando...huevos y tocino, que era lo que cualquier estadounidense devoto comía todas las mañanas. También sonreía y se veía radiante. Llevaba puesto unos pantalones negros por las rodillas para salir a correr y una camiseta color rojo oscuro y sin mangas.

Su rol del hermanastro/novio perfecto me extrañó, para ser sincera, bastante. Este bastardo quería algo de mí, y yo iba a averiguar qué era.

—¿Alimentarme por unos meses? ¿Te sientes bien esta mañana, Roger Taylor?

ᴛʀᴏᴜʙʟᴇ ʙᴏʏ| ʀᴏɢᴇʀ ᴛᴀʏʟᴏʀजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें