La cosecha

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Despierto con un jadeo y me incorporo bruscamente.

-¿Qué pasa? ¿Te sientes mal?- pregunta una voz a mi lado.

Con la respiración agitada, me giro hacia Skye, quien me ve con ojos preocupados desde su propia cama. Mi hermano gemelo entiende de inmediato al ver mi expresión, él sabe bien que día es hoy: el día de la cosecha. Él debe sentir el mismo temor que yo, pero hace su mayor esfuerzo en ocultarlo por mi.

-Ciel, todo estará bien, no hay nada que temer,- se apresura a decir con toda la casualidad que puede reunir. -Solo tenemos un papel ahí dentro, uno solo. Las probabilidades son muy bajas de que uno de nosotros sea elegido.

Con voz pastosa por el sueño que aun nublaba mi mente, hablo por primera vez:

-Pero, ¿que tal si...?

-No lo menciones. Simplemente no.

Me vuelvo a acostar, esta vez dándole la espalda.

Ambos habíamos cumplido doce este invierno, lo que significaba que ya seríamos candidatos para los Juegos del Hambre de este año. Nuestro nombre se encontraría en un papelito en una urna: uno entre decenas, pero esa pequeña posibilidad era suficiente para hacerme no querer salir de mi cama nunca más. Sabía que tan horribles eran esos Juegos, era obligada a verlo cada año.

Aún así, mamá no tarda mucho en llegar a nuestra habitación para avisarnos que el desayuno estaría listo pronto. Solo Skye le contesta. Antes de salirse, ella me acaricia la frente con suavidad.

-No creo poder comer,- hablé una vez ella sale de la habitación. -Vomitare todo en medio de la Plaza con todos ahí.

-No lo harás porque no sucederá nada,- me contradice. -Verás como solo iremos, nos pararemos ahí, veremos a dos personas, no nosotros, ser elegidos y luego regresaremos a casa a esperar al siguiente año.

-Eso no se escucha muy prometedor de todas maneras,- me quejo, frunciendo el ceño.

-Un año más es menos que nada.

Él se cambia en nuestra habitación mientras yo me cambio en el baño, reticente. Mis padres ya están en la sala, con el desayuno ya servido en bandejas, que en realidad son tablas de madera. Hoy, por ser un día "especial", han dado el día libre en las minas y en las escuelas, pues todos están obligados a asistir a la cosecha. No hay escapatoria. Papá, que debería estar en las minas ahora, se levanta para darnos un beso en la frente a cada uno.

-Buenos días,- dice.

Hoy no hay mucho tema de conversación, mis padres tratan de dirigirla a cualquier otra cosa menos a lo que está a punto de suceder. Ellos tampoco quieren saber nada de hoy. Yo tampoco hablo demasiado, me limito a revolver los huevos, recogidos de las gallinas que teníamos en el patio, pero que ahora se encontraban en mi plato, y los pico con el tenedor.

Mi familia es de la Veta, zona pobre del Distrito 12, pero somos más afortunados que la mayoría. Al menos tenemos para no morirnos de hambre y eso era mucho decir aquí. Nuestra casa era pequeña, solo tiene la habitación de mis padres, mi hermano y yo compartimos otra, un baño y otra habitación principal que funciona tanto como sala como cocina. No tenemos para pintura, así que las paredes son del color gris original. Las cortinas y los pocos muebles demuestran antigüedad y uso, ninguno realmente combina con los otros.

-Ciel, sería bueno que comieras,- me reprimenda mi madre con un tono suave.

Yo solo asiento y le hago caso.

Terminamos pronto y nos vemos los unos a los otros. Ya casi es hora de irnos.

-Bueno,- empieza mi padre, carraspeando. -No importa que sea lo que pase hoy...- le cuesta seguir con lo demás, pero sostiene la mano de mamá. -Quiero que sepan que los amamos mucho.

Los 69º Juegos del Hambre: La chica de las rosasWhere stories live. Discover now