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Sucesos de Noche Buena

  En aquel lugar con una sobrepoblación casi intolerable, nubes de humo contaminando el poco aire respirable y vecinos que no conocen de la insonorización de sus casas, se hayaba un individuo intentando lucir presentable para la noche buena con su familia, acomodando su corbata sobre la formal camisa tomada del closet de su hermano mayor, tres tallas más grandes que sus ganas de existir y un perfume que fue regalo de su tía por haber pasado de nivel en el instituto.

  El cabello, incontrolable. Había aceptado esa maraña que poco a poco generaba una conspiración de su portador de que pronto tomaría vida propia. Luego de intentar anudar la infernal corbata más de cinco veces, pensó que no se veía así mismo tan mal. Era algo presentable. Así que decidió reforzar dichos pensamientos con poses de la sección de fotografía profesional de la revista de su madre. Muecas y gestos, poses acompañadas de su eterna cara de sufrimiento para el espejo dieron fruto a que se diera cuenta de algo que podría significar l fin de su entrenidísima sesión de modelaje.
 
  Un agujero del tamaño de un cráter en su manga derecha. Nuestro joven pionero empezó a trazar rutas supremamente elaboradas para poder resolver este percance. Sentado en una silla con la pose de la famosa escultura de "El pensador" nuestro enigmático sujeto llegó a dos posibles respuestas.

Buscar un trozo de cinta adesiva y arreglarlo, o una hazaña inimaginable, algo que jamás en su vida pensó que haría. Coser.

Lleno de preocupación más los gritos de la llegada de sus tías que reconocería hasta a millones de kilómetros de distancia, se levantó y, lleno de coraje, abrió la puerta y se asomó al pasillo a investigar si no habían peligros (llámese tías o abuela) que atentasen contra su integridad física y su dignidad.

Nuestro héroe, caminando como si estuviera en un campo de minas se infiltró dentro de la base que, recordaba, su abuela pasaba las tardes cosiendo. Al fondo de la habitación, encima del escritorio con una luz cuanto menos celestial, nuestro aventurero divisó su salvación. La caja de los hilos que usaba su abuela, que constaba de un excelente camuflaje con un envoltorio de galletas.

 Cerró la habitación tras de sí, dejando afuera las amenazantes risas de sus familiares. Acercándose con paso tranquilo, se sentó en la silla donde su abuela suele decirle que no se acerque sin su supervisión. Así, soltando una enorme bocanada de aire, tomó con ambas manos la dichosa caja, su salvación ante una larga y eterna reprimenda por parte de su madre por no cuidar la ropa.

  El corazón de nuestro héroe se aceleró por instantes cuando escuchó el click de la caja abrirse y entonces, fue ahí cuando la vida, la oportunidad de cambiar su experiencia con las Noches Buenas jugaría en su contra.

  Llevándose las manos a la cabeza y con una expresión de horror, contempla su prematuro final. En la caja no había ni una sola aguja, ni hilos que la acompañasen. Solo galletas.

Nuestro héroe hubiera decidido poner fin al sufrimiento empezando la búsqueda del teipe, pero los llamados de ultratumba se aproximaban por el pasillo. Se habían dado cuenta que no estaba en su habitación, empezaron una cacería donde él, era el premio.

Su corazón empezó a acelerarse incontrolablemente, buscando por todas partes solo un poco de teipe y, solo a pasos de tocarlo, la puerta se abrió de par a par. Su sonrisa enorme y diabólica, sus uñas extremadamente largas pintadas de un rosa completamente chillón y sus ojos con una sombra azul, estaba su tía a punto de tomar la vida de nuestro preciado héroe, procediendo a arrancar primeramente sus mejillas, para luego arrastrarlo a la sala con el resto de familiares y, posteriormente, mandar a quitarle la camisa para coserla por él.


Sucesos de la noche de navidad, nos han pasado alguna vez, que terrible lectores. Oremos.

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