II

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Era tarde, el sol había comenzado a ocultarse y pronto las ramas de los árboles se mezclarían con las sombras confundiendo su visión, vió con respeto el sendero empinado y lamentó no haber sido más rápido en terminar sus tareas. Pensó en Tanjiro, quien lo estaría esperando en la cima rodeado de las flores que a Zenitsu tanto le gustaban, y sintió una opresión en el pecho. Quería correr para llegar pronto y abrazarlo, llorar hasta que con sus gentiles manos lo calmara y le hiciese creer la mentira de que todo estaría bien. Pero Tanjiro no debía enterarse de su tormento, no todavía, no soportaría ver su rostro abatido; o peor, una sonrisa melancólica ante el desastre inminente. Un desastre que Zenitsu había provocado.

Repetía una y otra vez las palabras que había escuchado de su patrón, el trato, como él lo había llamado, en que condenaba el destino de Zenitsu por el resto de su vida. Con rabia, imagino frases con las que podría haberle contestado, gritado, alzando su voz como nunca había hecho aun si eso provocaba que lo abandonaran a su suerte; pero sabía que no era posible. Estaba aterrado de lo que podría ocurrir con él si se negaba, no tenía familia ni un techo al que aferrarse y si desobedecía sus órdenes su jefe no dudaría en echarlo de su hogar. Zenitsu solo era un sirviente más en aquella casa. Zenitsu estaba solo.

Escuchó un canto, era pobre y desafinado; pero tan suave que lo volvía inigualable. Entre el sonido del viento moviendo las ramas el canto de Tanjiro se había abierto paso hasta llegar con Zenitsu, buscándolo. Tanjiro lo estaba buscando, tal vez era Zenitsu el que lo buscaba a él, o tal vez eran ambos quienes se buscaban mutuamente. Lo vio, sentado entre las flores que crecían en la cima del cerro, cantando totalmente ajeno a su llegada. Quiso abrazarlo con todas sus fuerzas, pero entonces Tanjiro sabría que le estaba ocultando algo. Se calmó y caminó hasta sentarse a su lado, Tanjiro le sonrió y le dijo lo mucho que lo extrañó en esos días de ausencia. La ansiedad que había cargado durante todo su viaje cayó de sus hombros y se perdió entre la danza del viento de la noche, tan suave como la voz del hombre al que besaba. Lo amaba demasiado. Con sus manos entrelazadas observó las flores que Tanjiro había estado arrancando mientras lo esperaba.

—¿Qué tratabas de hacer? —preguntó Zenitsu. La siempre sucia ropa de Tanjiro mostraba junto a las manchas de tierra y carbón, los restos de las plantas aplastadas.

—Quería hacer una corona —respondió Tanjiro. —Veía las flores y recordé todas las veces que te vi haciéndolas, aun así, no fui capaz de imitarte. Soy muy torpe con las manos —rio enseñando su mano derecha, lleno de cortes y callos por el trabajo.

—¿Cómo está tu familia? —preguntó. —Lo siento, ha habido mucho trabajo y el patrón no me ha permitido salir —se disculpó. Zenitsu sabía de la difícil situación en el hogar de Tanjiro, como él desde temprana edad tuvo que trabajar para ayudar con las finanzas familiares, sacrificando su niñez por el bienestar de los demás. Si, lo sabía, también sabía que pese al cansancio Tanjiro nunca había faltado a su promesa de reunirse al atardecer en la cima de uno de los tantos cerros junto al pueblo. Ni siquiera en aquellos días de ausencia Tanjiro falto a su palabra, lo esperó y continúo viniendo con la esperanza que Zenitsu apareciera nuevamente. Y es que ahí, rodeados de árboles y como única compañía unos insectos, podían encontrar un refugio para su intimidad en un pueblo donde cualquiera podría volverse su enemigo.

—Están bien, Hanako pregunta cuando volverás a jugar con ella —Hanako solía alegrarse con sus visitas, en un hogar en el que la mayoría de sus hermanos eran hombres, ella había visto como aquellos niños con los que reía a carcajadas persiguiéndose por los callejones, se habían convertido en hombres que ocupaban todo su día trabajando. Para ella Zenitsu, un chico que había sido comprado para volverse un mero sirviente, era un suspiro de alivio que la ayudaba a sobrellevar su situación familiar.

—Yo también quiero volver a verla... a todos —apretó la mano de Tanjiro. Realmente lamentaba no haber podido visitarlos. Su jefe parecía sospechar de sus constantes salidas y aumento su carga laboral, cada día sus tareas se duplicaban y las esperanzas de poder escaparse para ver a Tanjiro eran más escasas.

—Él... ¿está molesto? ¿sospecha algo? —Tanjiro lucía preocupado, ansioso de que Zenitsu obtuviera alguna reprimenda. Ante esto Zenitsu solo podía sonreír con tristeza, Tanjiro era tan gentil. Zenitsu nunca se había considerado alguien especial, habiendo crecido sin familia y siendo comprado posteriormente por un hombre adinerado, pasó gran parte de su vida trabajando bajo el mandato de otro; una persona superior a él y al que pese al odio que sentía contra él, le debía la vida. Pero al conocer a Tanjiro todo eso pareció perder importancia, las desgracias que había sobrellevado se convirtieron en nimiedades ante el deseo de ser alguien amado por él. Porque Tanjiro lo amaba, y Zenitsu no cabía en la dicha de saberse amado.

—Solo está molesto —contestó Zenitsu. —Una de sus criadas trató de robarle, una en la que más confiaba, ahora teme que los demás intentemos lo mismo —mintió. —No debes preocuparte por eso, sé que estás cansado... tampoco es necesario que nos veamos cada día.

—Estoy bien, solo tengo sueño acumulado, pero no es importante —se recostó en las piernas de Zenitsu, observando la noche, la luna y la expresión triste de Zenitsu. —¿Puedes cantar para mí? Estoy cansado, pero quiero escucharte cantar. Quiero quedarme contigo, como lo prometimos.

—Si, como lo prometimos... —dijo Zenitsu, aguantando las lagrimas por recordar su promesa infantil. Que ingenuos fueron al prometer eso, ambos, pensando que todo estaría bien mientras estuvieran juntos. Que podrían pasar el resto de sus vidas viéndose a escondidas en un campo de flores, ignorando lo inmoral de su relación y el desabrigo del matrimonio. No podían casarse, no entre ellos; pero el jefe de Zenitsu si podía obligarlo a contraer matrimonio. No sabía sobre la muchacha más que el beneficio que le proporcionaría a su patrón ese compromiso, beneficio económico, beneficio que Zenitsu siendo un sirviente obediente podía ofrecerle. Quería huir, escapar de esa casa y refugiarse en el hogar de Tanjiro bajo el abrigo de quien siempre juró protegerlo, pero Tanjiro no podía cuidarlo. Tanjiro tenía una familia con la que cargar, una familia trabajadora que se esforzaba por sobrevivir, una familia para la cual Zenitsu no era más que un amigo de su primogénito. No podía agregarle más problemas, no quería arruinar la vida de Tanjiro.

Cantó con calma, disfrutando el peso de Tanjiro sobre sus piernas y el sonido de su respiración, su espectador se había dormido, pero Zenitsu deseaba continuar con ese momento. Sabía que pronto sus visitas al atardecer comenzarían a escasear, también que Tanjiro era consciente de ello, pero no lo había mencionado para no presionarlo. En el fondo, ambos habían querido cegarse ante el conflicto para no aceptar el inminente final. La canción terminó y sintió las lagrimas acumularse en sus ojos, no quería casarse, no quería que todo el tiempo que compartieron fuese solo un recuerdo. Entonces volvió a cantar, fingiendo que la canción nunca había acabado y él seguía ahí, cantando, mientras hacía coronas de flores para dárselas al hombre que tanto amaba.

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Es apenas el segundo día y ya voy tarde, muy bien.

Smell of Camellias | TanZenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora