Somos más que historia

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SOMOS MÁS QUE HISTORIA

Nos silenciaron entre muros de cemento y mentiras, instaurando así un tiempo donde las voces temían ser alzadas ante el viento, pues, incluso cuando la soledad era compañera, los muros también parecían oír y delatar. Era arduo entonces hallar palabras para iluminar aquellas incongruencias que correteaban con completa libertad entre las calles de un país que, poco a poco, parecía perder aquel beso rebelde que el sol alguna vez le había obsequiado.

Entre pactos de silencio y la floreciente angustia de una pérdida sin tramitación, éramos conducidos hacia la embocadura del monstruo que se erguía sobre la masa que incordiaba a los sádicos con sed de poder. Los títeres sin alma, pero con conocimiento del mal que nos producían, nos sometían con la intensión de labrar de manera cruel y metódica sobre nuestros cuerpos y espíritus la ilusión de algo que alguna vez fue, pero no podría ser nunca más: éramos convertidos en sombras de nuestro pasado, despojados de cualquier color que ellos lograran tragarse.

Sin escapatoria y con el corazón hecho añicos, nos encontrábamos en nuestro propio Triángulo de las Bermudas, un infierno que había sido creado para los osados que pronunciaban las palabras prohibidas y guerreaban por la libertad de las ideas. Estábamos sumergidos en un sitio tan profundo y oscuro como el mismísimo inconsciente, donde solo unos pocos, cuales representaciones transformadas, podían aflorar.

Éramos considerados por nuestros raptores como una molestia que había que acabar como se erradica una plaga: exterminando hasta el último eslabón sin titubeo ni compasión. Por ello muchos de nosotros fuimos expulsados por los aires para acabar en el océano desenfrenado que observaba furioso cómo, de esta manera, se convertía en un mar de cadáveres sin nombre, en tumba de vidas que fueron arrebatadas incluso antes de ser asesinadas. Fuimos su sucio secreto enterrado donde las miradas no llegaban, fuimos violados en carne y derechos humanos, torturados física y mentalmente, fusilados contra un paredón por autómatas que volvían a dormir con sus familias, llevándose con ellos a nuestros hijos robados, cuyas identidades fueron tan pisoteadas como nuestros cuerpos.

Nos llamaron Desaparecidos. Éramos maestros que un día ya no llegaban a sus clases, estudiantes cuyo futuro era saqueado sin vacilaciones, padres que querían averiguar por qué sus hijos ya no estaban, artistas que sublimaban en su arte lo impronunciable. Éramos familias enteras que, un día, después de que alguien irrumpiera en nuestros hogares, nos esfumábamos como humo, siendo nuestras huellas borradas por oleajes de sangre y horror cómplice de aquellos que usaban sus manos para destruir.

En el medio de la masacre, sin embargo, unas voces empezaron a murmurar, rompiendo el silencio aterrado de la sociedad, reclamando y exclamando por nosotros. Y a pesar de los intentos que hubo por acallarlas, cuando la llama de un pueblo con bronca despierta ya no hay marcha atrás. Es un fuego que no se apaga, que surge y permanece a lo largo de la vida movilizando a la gente que lo siente, agrupando y organizando. Un fuego que, cual rizoma, puede ser apagado en los intentos más viles de eliminar la memoria, pero seguirá resurgiendo a pesar de las adversidades que quieran imponérsele.

Quizás pudieron con nuestra carne terrenal, hacernos desaparecer físicamente, pero nosotros seguimos acá: somos ese fuego de un pueblo que no volvió a ser el mismo y la rebeldía que lo caracteriza. Estamos en nuestra familia, en el arte, en libros, en la historia. Somos toda la sangre que se derramó como las lágrimas de nuestras madres que lucharon para que el pueblo no olvide que existimos.

Somos nuestros hijos que se encontraron con sí mismos, los jóvenes de hoy en día que militan, los niños que escuchan nuestra historia en sus colegios. Somos cada poema escrito y cada voz alzada en las manifestaciones por la memoria, la verdad y la justicia.

Somos los muertos, pero también estamos en las voces de los vivos que pelean por los derechos en una lucha que no terminará jamás puesto que eternamente, mientras que el hombre camine por la Tierra, existirán seres cegados por el egoísmo y la avaricia, con ganas de engañar a la población para alcanzar sus oscuros propósitos y anular a todo aquel que se presente como oposición.

Somos parte de la cicatriz que un tiempo sangriento dejó, pero también somos aquella fuerza que impulsa y que no podrá ser detenida. Fuimos desaparecidos que no desaparecieron en espíritu, pues seguimos y seguiremos presentes formando parte de cada ciudadano argentino que cante en coro "nunca más".

Brisa Novas Passo - 2019

Ecos entre el aire y las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora