Cap. 0- Prólogo

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  Sus ojos escrutaron minuciosamente las inmediaciones del corredor. Solo cuando comprobó que ya que nadie lo vigilaba, se atrevió a salir de detrás del ajado tapiz que había usado para ocultarse del centinela.

Maldijo por lo bajo esta leve distracción, tenía que llegar cuanto antes a los aposentos del príncipe. El tiempo corría en su contra y no podía permitirse el lujo de perder ni un mísero segundo. Apresuró la marcha y no se detuvo hasta alcanzar su objetivo. Abrió la puerta de la alcoba, con mucho cuidado de que esta no emitiera ningún sonido. Cuando estuvo situado junto a la cama donde el apuesto joven descansaba, le puso una mano en el hombro, dándole unos golpecitos para despertarlo.

—Cinco minutos más —farfulló el muchacho, aún medio dormido.

—Alteza, esta noche no vais a poder dormir —susurró el encapuchado.

El joven ignoró estas palabras y volvió a cerrar los ojos.

—¡Caspian! Vamos, arriba —lo reprendió el hombre.

El muchacho captó la urgencia en la voz de su interlocutor, por lo que se incorporó de la cama:

—¿Profesor qué es lo que pasa —preguntó sorprendido.

—Vuestra tía ha traído al mundo a un varón.

Caspian no necesitó oír más, sabía lo que eso significaba. Se levantó a toda prisa y siguió a su maestro hasta uno de los armarios de la alcoba, donde ambos se ocultaron.

Apenas un momento después, un grupo de soldados irrumpió en la habitación y, sin consideraciones previas, comenzaron a disparar sus ballestas, apuntando hacia la cama donde segundos antes dormía el príncipe.

Desde su escondite, Caspian observó ese cruel acto, y un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo. Si su profesor, Cornelius, hubiese llegado un minuto más tarde, ahora estaría muerto. Un cúmulo de sentimientos se arremolinaban en su interior, miedo, odio, incertidumbre..., sin embargo, un zarandeo en sus hombros le hizo aterrizar de nuevo en el mundo real. El hombre que le acababa de salvar la vida tiró de él, arrastrándolo aún más hacia el interior del armario, el cual, en realidad, constituía un pasadizo secreto.

Caspian se dejó llevar. Le habría gustado quedarse a ver las reacciones de los soldados cuando, tras descorrer las cortinas que rodeaban su cama, descubriesen que habían estado disparando hacia un colchón vacío. Pero sabía que no era el momento para regocijarse en efímeras victorias. Debía salir de ahí cuanto antes.

Cornelius condujo al príncipe hasta los establos, donde el corcel del joven ya estaba preparado con todo lo necesario para la huida, incluyendo su espada.

Una expresión de desconcierto cruzó el rostro del príncipe. ¿Por qué solo había un caballo?

—¿Qué pasa con Aeryn? —preguntó, con una mueca de preocupación.

—No hay tiempo de ir a por vuestra hermana —respondió el aludido. No le agradaba la situación, pero no tenían otra opción, los soldados de Miraz no tardarían en darse cuenta del engaño—. Debéis adentraros en el bosque, no os seguirán hasta ahí.

—No me iré sin ella —insistió Caspian. Por nada del mundo quería abandonar a Aeryn, él era su hermano mayor, era su responsabilidad cuidarla.

—Creedme, la princesa no corre el mismo peligro que vos, alteza, de momento estará a salvo, os lo prometo —insistió Cornelius. Finalmente, el joven asintió, a pesar de no estar del todo convencido, sabía que podía confiar en su maestro. Si él decía que a su hermana no le ocurriría nada, le creería. El anciano suspiró aliviado—. He tardado muchos años en conseguir esto —dijo, a la vez que le entregaba a Caspian un cuerno envuelto en un paño—. No lo utilicéis, salvo en caso de gran peligro.

El muchacho guardó el objeto en su zurrón, junto con las pocas cosas que llevaba.

—¿Volveré a verte? —preguntó en un tono de voz que reflejaba su preocupación.

—Eso espero, mi príncipe. Me gustaría poder deciros tantas cosas, todo lo que conocéis está a punto de cambiar... —Las palabras del hombre se vieron interrumpidas por las voces de varios soldados. Una expresión de angustia ocupó el semblante del anciano, había saltado la alarma― ¡Marchaos! ―Cornelius palmeó la grupa del caballo, provocando que este comenzase a trotar, alejando a su jinete del castillo.

Caspian no se detuvo, continuó cabalgando incluso cuando los fuegos artificiales que celebraban el nacimiento de su primo iluminaron el cielo nocturno. No podía permitirse ni un segundo de sosiego, pues los soldados de su tío ya salían del castillo, dispuestos a atraparlo.

Tras una desesperada carrera, con sus perseguidores pisándole los talones, por fin pudo divisar las lindes del bosque. Un rayo de esperanza cruzó su mente y, sin vacilar, se adentró en la espesura, lo que le concedió cierta ventaja, ya que los rumores que se oían acerca de ese bosque provocaron que los soldados que iban tras él se detuvieran un momento. Pero, finalmente decidieron que el temor a las represalias que tomaría su señor, era mayor que el temor a unas simples habladurías, por lo que acordaron continuar la persecución a través de la arboleda.

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El príncipe se giró un momento, para comprobar si los soldados aún le seguían. Esta pequeña distracción bastó para que su cabeza chocase contra una rama y, como consecuencia, se precipitara al suelo. El fuerte golpe lo mantuvo unos segundos inmóvil, impidiéndole reaccionar a tiempo para evitar que su caballo continuara trotando sin jinete, alejándose cada vez más de él.

Cuando se recuperó de la conmoción de la caída, se dio cuenta de que dos extrañas criaturas lo observaban agazapadas tras las raíces de un gran árbol. Parecían hombres, pero eran muy pequeños, casi como... ¿Enanos? No pudo elucubrar nada más pues, en cuanto los hombrecillos se percataron de que Caspian los había pillado espiándolo, ambos se abalanzaron sobre él blandiendo sus espadas. Mas en ese momento, las voces de los soldados que perseguían al joven se oyeron demasiado cerca, interrumpiendo el ataque de los enanos.

Con tan solo una mirada ambos hombrecillos acordaron que uno iría a por los soldados mientras el otro se quedaba con el muchacho. Caspian miró a su derecha, donde su zurrón había caído. La espada estaba muy lejos, no le daría tiempo de alcanzarla antes de que el enano llegara hasta él, pero entonces, su mirada se posó en otro objeto, el cuerno que su maestro le había dado... Si ese no era un momento de necesidad ¿cuál lo sería?

Con toda la velocidad que pudo, extendió el brazo hacia el cuerno y se dispuso a soplarlo, oyó la voz del enano pidiéndole que no lo hiciera, pero era demasiado tarde y un sonido gutural rompió la calma que durante siglos había dominado el bosque.

Pactos de Hielo » Narnia (√)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora