Pero la profesora Umbridge se quedó donde estaba, regodeándose con la imagen de la profesora Trelawney, que gemía, se estremecía y se mecía hacia delante y hacia atrás sobre su baúl en el paroxismo del dolor.

Issa avanzó más rápido confundiendo a Annie. Se percató que iba hacia Harry que veía la escena.

-Harry -murmuró Issa llamando su atención. El ojiverde observó a la niña con los ojos enrojecidos y cara asustada. La rodeó con su brazo e Issa se abrazó a él.

Annie llegó a su lado. Se veía molesta y afligida.

-Es una perra -murmuró la Gryffindor mientras observaba la escena.

La profesora McGonagall había salido de entre los espectadores, había ido directamente hacia la profesora Trelawney y le estaba dando firmes palmadas en la espalda al mismo tiempo que se sacaba un gran pañuelo de la túnica.

-Toma, Sybill, toma... Tranquilízate... Suénate con esto... No es tan grave como parece... No tendrás que marcharte de Hogwarts...

-¿Ah, no, profesora McGonagall? -dijo la profesora Umbridge con una voz implacable, y dio unos pasos hacia delante-. ¿Y se puede saber quién la ha autorizado para hacer esa afirmación?

-Yo -contestó una voz grave. Las puertas de roble se habían abierto de par en par. Los estudiantes que estaban más cerca de ellas se apartaron y Dumbledore apareció en el umbral. Annie no tenía ni idea de qué debía de haber estado haciendo el director en los jardines, pero tenía un aire imponente allí plantado, como si lo enmarcara una extraña neblina nocturna.

Dumbledore dejó las puertas abiertas y avanzó, dando grandes zancadas a través del corro de curiosos, hacia la profesora Trelawney, quien seguía temblando y llorando sobre su baúl, con la profesora McGonagall a su lado.

-¿Usted, profesor Dumbledore? -se extrañó la profesora Umbridge con una risita particularmente desagradable-. Me temo que no ha comprendido bien la situación. Aquí tengo -dijo, y sacó un rollo de pergamino de la túnica- una orden de despido firmada por mí y por el ministro de la Magia. Según el Decreto de Enseñanza número veintitrés, la Suma Inquisidora de Hogwarts tiene poder para supervisar, poner en periodo de prueba y despedir a cualquier profesor que en su opinión, es decir, la mía, no esté al nivel exigido por el Ministerio de la Magia. He decidido que la profesora Trelawney no da la talla, y la he despedido.

-Tiene usted razón, desde luego, profesora Umbridge. Como Suma
Inquisidora, está en su perfecto derecho de despedir a mis profesores. Sin embargo, no tiene autoridad para echarlos del castillo. Me temo que la autoridad para hacer eso todavía la ostenta el director -dijo, e hizo una
pequeña reverencia-, y yo deseo que la profesora Trelawney siga viviendo en Hogwarts.

Annie sonrió de lado al escuchar esto. Al escuchar las palabras de Dumbledore, la profesora Trelawney soltó una risita nerviosa que no logró disimular un hipido.

-¡No, no! ¡M-me m-marcharé, Dumbledore! M-me iré de Ho-Hogwarts y b-buscaré fortuna en otro lugar...

-No -dijo Dumbledore, tajante-. Yo deseo que usted permanezca aquí,
Sybill. -Se volvió hacia la profesora McGonagall y añadió-: ¿Le importaría acompañar a Sybill arriba, profesora McGonagall?

-En absoluto -repuso ésta-. Vamos, Sybill, levántate...

La profesora Sprout salió apresuradamente de entre la multitud y agarró a la profesora Trelawney por el otro brazo. Juntas la guiaron hacia la escalera de mármol pasando por delante de la profesora Umbridge. El profesor Flitwick corrió tras ellas con la varita en ristre, gritó: «¡Baúl locomotor!», y el equipaje de la profesora Trelawney se elevó por los aires y la siguió escaleras arriba. El profesor Flitwick cerraba la comitiva. La profesora Umbridge no se había movido, y miraba de hito en hito a Dumbledore, que continuaba sonriendo con benevolencia.

Annie y la Orden del Fénix Where stories live. Discover now