Prólogo

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—¿Cómo las llamas?

—Arpías, son mis arpías.

—¿Y realmente crees en ellas?

—Totalmente.

—Pero tarde o temprano alguna te traicionará, eres consciente de ello, ¿verdad?

—Puede que sí o puede que no. Personalmente prefiero pensar que todas serán leales a mí hasta el final... pero si alguna se volviese en mi contra, lo pagaría con la vida. Nunca me ha temblado el pulso, lo sabes.

Una expresión sombría tiñó el rostro del voivoda. Leif Kerensky desvió la mirada momentáneamente hacia su agente y negó con la cabeza.

—No quiero errores.

—No los voy a cometer.

—Ya lo haces confiando tanto en ellas. Son demasiado jóvenes: te vas a equivocar.

—Yo también era joven cuando decidiste confiar en mí. ¿Acaso no podría haberte traicionado?

Acompañó a la pregunta de una expresión tan perspicaz que el voivoda no pudo evitar que una sonrisa aflorase a sus labios. Volvió a mirar al frente, allí donde los bosques formaban un anillo protector alrededor de la ciudad de Kovenheim, y la fijó en el horizonte, donde la luna inundaba de un brillo pálido la noche.

—Tú eras diferente, no tenías nada que perder.

—Ellas tampoco. Ni tenían pasado, ni tenían futuro: estaban muertas en vida. Yo les he dado una nueva oportunidad cuando no eran nada; les he dado un motivo para vivir. —La agente le miró de reojo—. Si me traicionasen, se estarían traicionando a sí mismas.

—Pareces muy convencida —reflexionó el voivoda—. ¿Puedo preguntar a quién sirve tu red de arpías? ¿A Volkovia o a ti?

La pregunta logró hacer reír a la agente.

—Sabes perfectamente la respuesta, Leif.

—La conozco, sí, pero quiero escucharla de tu boca. Dímelo: ¿a quién sirven tus arpías? ¿A ti o a mí?

La pregunta despertó la inquietud en la agente. Los ojos negros de la mujer recorrieron todo el paisaje con premeditada lentitud hasta detenerse en los del voivoda, donde permanecieron fijos durante unos segundos. Podía ver su propio reflejo en la mezcla de colores que componían aquella mirada milenaria, y no le gustaba lo que veía en él.

—A mí —sentenció—. Y yo te sirvo a ti, ahora y siempre.

—Ahora y siempre... —repitió el voivoda, saboreando el significado de aquellas palabras, y asintió con lentitud—. Te propongo un juego, mi querida baronesa. Te conozco lo suficiente como para saber que al menos una de tus arpías mora en mi castillo en Arkengrad. Si logro identificarla durante el próximo año, le perdonaré la vida a cambio de que me entregues su lealtad. La suya y la del resto de tus arpías. ¿Qué te parece?

—Por favor, Leif, ¿cómo voy a tener a una de mis espías en tu castillo? —replicó ella, dibujando una sonrisa maliciosa en los labios—. Cualquiera que te escuchase diría que soy una celosa y una controladora... parece que no me conozcas.

Rieron con complicidad.

—De acuerdo, finjamos que tienes razón, que tengo una arpía en tu castillo. ¿Qué gano yo si no la identificas?

—Mantener tu red de espías, que no es poco.

—No es suficiente. Necesito un buen aliciente para no ordenarle de inmediato que abandone la corte. Vamos, ofréceme algo bueno, algo por lo que valga la pena arriesgarse. Una de las torres de tu castillo, por ejemplo. Déjame convertirla en una base de operaciones y aceptaré la apuesta. ¿Qué te parece? Pido poco.

—¿Poco? —El voivoda rio—. Me pides que te ceda parte de mi residencia en Arkengrad, un precio alto a pagar, ¿no crees? Y no hablo de espacio. El que goces de la libertad de entrar y salir de mi castillo cuando gustes levantará suspicacias.

—¿Y acaso importa? A mí me parece un pago justo. Eres un hombre inteligente: mi arpía va a tener que jugar muy bien sus cartas para que no logres identificarla, pero lo conseguirá. La mejor de mis arpías contra el mejor de los reyes... ¿te atreves?

Ella le tendió la mano, pero el voivoda no la aceptó. La miró durante unos segundos, tratando de ver más allá de lo que ocultaban aquellos ojos ahora llenos de seguridad, y asintió con lentitud.

—Debes estar muy segura de las capacidades de esa chica.

—Lo estoy.

—Juguemos entonces. —El voivoda tomó su mano y la estrechó con fuerza—. Tu red a cambio de mi torre. Veamos qué as te guardas bajo la manga, Reina de la Noche.

Cantos de SirenaWhere stories live. Discover now