—¡Ah, aquí llega otro! —exclamó Hagrid con orgullo—A ver, que levanten la mano los que pueden verlos.

—Perdone —dijo Malfoy con una voz socarrona—, pero ¿qué es
exactamente eso que se supone que tendríamos que ver?

Por toda respuesta, Hagrid señaló el cuerpo de la vaca muerta que yacía en el suelo. Los alumnos la contemplaron unos segundos; entonces varios de ellos ahogaron un grito y Parvati se puso a chillar. Annie debía admitir que aquello era escalofriante.

—¿Quién lo hace? —preguntó Parvati, aterrada, retirándose hacia el árbol más cercano—. ¿Quién se está comiendo esa carne?

—Son thestrals —respondió Hagrid con orgullo, y Hermione, que estaba al lado de Theo, soltó un débil «¡Oh!» porque sabía de qué se trataba—. Hay una manada en Hogwarts. Veamos, ¿quién sabe...?

—Pero ¡si traen muy mala suerte! —lo interrumpió Parvati, alarmada—. Dicen que causan todo tipo de desgracias a quien los ve. Una vez la profesora Trelawney me contó...

—¡No, no, no! —negó Hagrid chasqueando la lengua—. ¡Eso no son más que supersticiones! Los thestrals no traen mala suerte. Son inteligentísimos y muy útiles. Bueno, éstos de aquí no tienen mucho trabajo, sólo tiran de los carruajes del colegio, a menos que Dumbledore tenga que hacer un viaje largo y no quiera aparecerse. Miren, ahí llega otra pareja...

—¡Me parece que noto algo! ¡Creo que está cerca de mí!

—No te preocupes, no te hará ningún daño —le aseguró Hagrid con paciencia—. Bueno, ¿quién puede decirme por qué algunos de ustedes los ven y otros no?

Hermione levantó la mano.

—Adelante —dijo Hagrid sonriéndole.

—Los únicos que pueden ver a los thestrals —explicó Hermione— son los que han visto la muerte.

—Exacto —confirmó Hagrid solemnemente—. Diez puntos para Gryffindor. Los thestrals...

—Ejem, ejem.

La profesora Umbridge había llegado. Annie rodó los ojos.

Hagrid, que nunca había oído aquella tos falsa de la profesora
Umbridge, miró preocupado al thestral que tenía más cerca, creyendo que era el animal el que había producido aquel sonido.

—Ejem, ejem.

—¡Ah, hola! —saludó Hagrid,
sonriendo, cuando por fin localizó la fuente de aquel ruidito.

—¿Recibió la nota que envié a su cabaña esta mañana? —preguntó la profesora Umbridge hablando despacio y elevando mucho la voz, como había hecho anteriormente para dirigirse a Hagrid. Era como si le hablara a un extranjero corto de entendimiento. —La nota en la que le anunciaba que iba a
supervisar su clase.

—Sí, sí —afirmó Hagrid muy contento—. ¡Me alegro de que haya encontrado el lugar! Bueno, como verá..., o quizá no... No lo sé... Hoy estamos estudiando los thestrals.

—¿Cómo dice? —preguntó la profesora Umbridge en voz alta, llevándose la mano a la oreja y frunciendo el entrecejo. Hagrid parecía un poco confundido.

—¡Thestrals! —gritó—. Esos... caballos alados, grandes, ¿sabe?

Hagrid agitó sus gigantescos brazos imitando el movimiento de unas alas. La profesora Umbridge lo miró arqueando las cejas y murmuró mientras escribía en una de sus hojas de pergamino:

—«Tiene... que... recurrir... a... un... burdo... lenguaje... corporal».

—Bueno..., en fin... —balbuceó Hagrid, y se volvió hacia sus alumnos. Parecía un poco nervioso. —Este..., ¿por dónde iba?

Annie y la Orden del Fénix Where stories live. Discover now