Sin embargo, ser hijo del presidente fuera del ámbito laboral no es más que una porquería. He crecido rodeado de gente hipócrita, que solo se acerca a mí por conveniencia. En el jardín de niños todos siempre querían estar conmigo porque yo siempre tenía los mejores juguetes o porque sus padres los obligaban, sabía que no les agradaba por las miradas que me daban, pero siempre intentaban ser mis amigos, lo cual no entendía hasta mucho tiempo después.

Pasaba mucho tiempo solo, aunque solo no es el término correcto, considerando el hecho de que nunca lo estuve, tenía a mi hermana, pero ella, a diferencia de mí, sabía hacer amigas, no obstante, sigo creyendo que en realidad era porque toda ella parecía una princesita de Disney, con sus vestidos brillantes y su cabello perfectamente peinado. La gente la amaba desde ese entonces y, más que amigas, tenía a una bola de niñas cuidando que sus vestidos no se ensuciaran.

A pesar de que Camille siempre intentaba tenerme a su lado, no me sentía cómodo estando entre tantas niñas, solo hablaban de muñecas y vestidos, pero, el que comenzaran a hablar de los demás niños, fue el detonante que me hizo alejarme. Le costó entender que a mí eso no me interesaba y poco a poco me dejó convertirme en un niño solitario, aunque todas las noches me sorprendía con donas y un vaso de leche como disculpa por no estar conmigo en el recreo, cosa que no era su culpa, pero vamos, ¿Quién se negaría a las donas?

Era bueno estando solo, después de todo, la falta de compañía no era tan indispensable para mí, y la idea de compartir las cosas que tenía con otros no me emocionaba. Hasta Matt. Un día llegó a mi casa detrás de un hombre y una mujer, y justo a lado de un niño mayor a nosotros. La diferencia fue que él no me miró como lo hacían los niños en el colegio, de hecho, se abstenía a mirarme, lo que me generó más curiosidad e intenté taladrar su cabeza hasta conseguir su atención. Lo hice, pero solo se limitó a escanearme y no volvió a mirarme, ni intentó hablarme, lo que claramente me molestó.

Al día siguiente recibimos a un niño nuevo en el salón, que se comportó de la misma forma en que lo hizo en mi casa, claro que algunos tenían menos paciencia y decidieron que era la presa perfecta. Entonces, antes de que siquiera consiguieran llevarlo a los baños, me acerqué al castaño cabizbajo y me senté junto a él en las escaleras del salón. Me miró frunciendo el ceño y yo también lo hice, así que comimos en silencio y, después de unos minutos más, estiró su mano que sostenía una bolsa de pequeños bombones cubiertos con chocolate. Tomé unos cuantos y las metí a mi boca al mismo tiempo.

—Son deliciosas —murmuré.

Por primera vez sonrió.

—Mi Nana las hace para mí —dijo y volvió a empujar la bolsa hacia mí.

Acepté de nuevo, pero esta vez comí uno por uno para disfrutar el sabor, entonces supe que ese día había conseguido dos cosas importantes; el gusto por los bombones con chocolate y la amistad de Matt.

Después solo fuimos él y yo.

Ambos crecimos yendo a las mismas escuelas y tomando los mismos clubs, fuimos él y yo durante mucho tiempo, ya que mientras crecimos y nos hacíamos mayores, nuestras familias también se hacían cada vez más poderosas, así que, a dónde sea que íbamos, la gente siempre intentaba acercarse a nosotros para beneficiarse. Matt se tomó esto de una mejor manera, pues él lo veía como una forma de conseguir algo a cambio, pero yo lo odiaba, lo sigo haciendo.

La Universidad fue más de lo mismo, solo que en el primer año estaba tan harto de las personas falsas y de lo realmente altaneras que eran otras. Así que una noche decidí ir a uno de esos bares de los que mi padre no era dueño y en el que nadie pudiera reconocerme, pero esos bares eran lo demasiado baratos y vulgares que al menos pude tomarme una cerveza sin tener a alguien que quisiera colgarse de mí.

Irremediablemente Tú y YoWhere stories live. Discover now