—Ocho sickles —dijo.

—Pago yo —se apresuró a decir Harry, y le entregó las monedas de plata antes de que Annie dijera algo.

—¿Saben qué? —murmuró Ron mirando hacia la barra con entusiasmo—. Aquí podríamos pedir lo que quisiéramos. Apuesto algo a que ese tipo nos serviría cualquier cosa, seguro que le importa un rábano. Siempre he querido probar el whisky de fuego...

—¡Ron! ¡Ahora eres prefecto! —lo regañó Hermione.

—¡Ah, sí! —exclamó Ron, y la sonrisa se le borró de los labios.

—Bueno, ¿quién dijiste que iba a venir? —le preguntó Harry destapando la botella de Annie y regresándosela para seguidamente hacer lo mismo con la suya.

—Sólo un par de personas —repitió Hermione. Consultó su reloj y miró nerviosa hacia la puerta—. Ya deberían estar aquí, estoy segura de que saben el
camino... ¡Oh, miren, deben de ser ellos!

La puerta del pub se había abierto. Un ancho haz de luz, en el que bailaban motas de polvo, dividió el local en dos durante un instante y luego desapareció, pues lo ocultaba la multitud que desfilaba por la puerta.

Primero entraron Neville, Dean y Lavender, seguidos de cerca por Parvati y Padma Patil con Cho (con la cual Annie rodó los ojos al ver que no despegaba su mirada de Harry) y una de sus risueñas amigas. Luego entró Luna Lovegood, sola y con aire despistado, como si hubiera entrado allí por equivocación.

A continuación, aparecieron Katie Bell, Alicia Spinnet y Angelina Johnson, Colin y Dennis Creevey, Ernie Macmillan, Justin Finch-Fletchley, Hannah
Abbott y una chica de Hufflepuff con una larga trenza, tres chicos de Ravenclaw que, si no se equivocaba, se llamaban Anthony
Goldstein, Michael Corner y Terry Boot; Ginny, seguida por un chico alto y delgado, rubio y con la nariz respingona. Theo, Blaise y Daphne se quedaron en un rincón, pues no estaban seguros de ser totalmente bienvenidos.

—¿Un par de personas? —dijo Harry con voz quebrada—. ¡Un par de personas!

—Tranquilo... —susurró Annie tomándolo de la mano.

—¡Hola! —saludó Fred. Fue el primero en llegar a la barra, y se puso a contar con rapidez a sus acompañantes—. ¿Puede ponernos... veinticinco
cervezas de mantequilla, por favor?

El camarero lo fulminó un instante con la mirada; luego, de mala gana, dejó el trapo, como si lo hubieran interrumpido cuando hacía algo importantísimo, y empezó a sacar polvorientas botellas de cerveza de mantequilla de debajo de la barra.

—¡Salud! —exclamó Fred mientras las repartía—. Suelten la pasta, yo no tengo suficiente oro para pagar todo esto...

Annie rió un poco.

Cuando todos tuvieron su silla, fue cesando el parloteo. Todos miraban a Harry.

—Esto... —empezó Hermione hablando en voz más alta de lo habitual debido al nerviosismo—. Esto..., bueno..., hola. —Los asistentes giraron la cabeza hacia ella, aunque de vez en cuando las miradas seguían desviándose hacia Harry—. Bueno..., esto..., ya saben por qué hemos venido aquí. Verán, nuestro amigo Harry tuvo la idea..., es decir —Harry le había lanzado una mirada furibunda—, yo tuve la idea de que sería conveniente que la gente que quisiera estudiar Defensa Contra las Artes Oscuras, o sea, estudiar de verdad, ya saben, y no esas chorradas que nos hace leer la profesora Umbridge —de
repente la voz de Hermione se volvió mucho más potente y segura—, porque a eso no se le puede llamar Defensa Contra las Artes Oscuras —«Eso, eso», dijo
Anthony Goldstein, y su comentario animó a Hermione— ...Bueno, creí que estaría bien que nosotros tomáramos cartas en el asunto. —Hizo una pausa, miró de reojo a Harry y prosiguió—: Y con eso quiero decir aprender a defendernos como es debido, no sólo en teoría, sino poniendo en práctica los hechizos...

Annie y la Orden del Fénix Where stories live. Discover now