Parte dos: Durante Hardin

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Iba por mal camino, vivía sin expectativas. Se estaba acostumbrando demasiado a la vida en aquel país extranjera, incluso creía que su acento de diluía con cada noche que pasaba lejos de su hogar. Su vida era un bucle continuo que se repetía maquinalmente: los mismo actos, las mismas reacciones, las mismas consecuencias.

Las mujeres se confundían unas con otras, sus nombres eran una repetición infinita de Sarahs, Lauras y Desconocidas.

No estaba seguro de cómo iba a seguir viviendo así.

Y entonces, la primera semana del curso siguiente, la conoció. Llego a la Universidad de Washington Central de la mano de algo o de alguien mas poderoso que él...

Para atormentarlo. El- o eso- sabía quién era él, la fama que se había creado, y tenía un plan.

Estaba decidido a robar otra inocencia, a arruinar la vida de otra chica. <<Esta vez no será tan terrible>>, se decía. No llegaría a los extremos de antes. Eso era distinto, más infantil. Era sólo diversión. Y lo fue hasta que el viento se enredó en su pelo y se lo apartó de la cara. Hasta que el gris de sus ojos se le apareció en sueños y enloqueció por sus labios sonrosados. Se estaba enamorando de ella, tan deprisa que no estaba seguro de si de verdad lo sentía o si se lo estaba imaginando. Pero lo sentía... Sentía que lo estaba destrozando por dentro como el rugido de un león. Empezó a necesitarla para respirar, para pensar.

Una noche, en mitad de todo, mientras la nieve cubría con su manto el asfalto, se sentó a solas en el aparcamiento. Sus manos se cerraban con fuerza sobre el volante de su viejo Ford Capri y no sabía ni lo que tenía delante, no podía ni pensar.

¿Cómo podía haber hecho algo semejante? ¿Cómo había ido tan lejos tan rápido? No estaba seguro, pero sabía, lo sentía muy adentro, que no debería haberlo hecho, y tenía claro que se arrepentiría. Ya se estaba arrepintiendo.

Se suponía que era un objetivo fácil. Una chica bonita con una sonrisa inocente y unos ojos de un color extraño que debían de carecer de profundidad o de significado. Se suponía que no iba a enamorarse de ella, y se suponía que ella no iba a hacer que quisiera ser mejor persona.

Él creía que antes estaba bien.

Antes no le iba mal. Antes de cometer el error mas hermoso de su vida al permitir que ella se convirtiera en su mundo entero. Pero la quería, la quería tanto que lo aterrorizaba perderla, porque si la perdía a ella se perdería a sí mismo, y sabía que no iba a poder soportar una pérdida como ésa después de haber pasado toda su vida sin nada que perder.

Apretó el volante con más fuerza; el blanco de sus nudillos contrastaba con el volante negro. Sus pensamientos se tornaron más caóticos. Se volvió más irracional.

Desesperado. Se dio cuenta en ese instante, en el silencio del aparcamiento desierto que ahogaba sus miedos, de que haría cualquier cosa, cualquier cosa, para conservarla para siempre.

Fue suya, la perdió y volvió a ser suya durante los meses siguientes. No acababa de entenderlo. La amaba. Su amor por ella ardía como una estrella, y subrayaría pasajes de sus diez mil novelas favoritas para demostrárselo. Ella se lo había dado todo, y él observó cómo se enamoraba de él, con la esperanza de que él dejara de decepcionarla. La fe que tenía en él hizo que quisiera ser merecedor de ella. Quería demostrárselo a ella y a todos que se equivocaban. Ella le hizo sentir la clase de esperanza que ni siquiera sabía que existía.

Su presencia lo hacía sentir en paz, el fuego en su corazón se enfriaba, y se estaba volviendo adicto a ella. La ansiaba hasta que la tuvo y, cuando la hizo suya, ninguno de los dos pudo parar. Su cuerpo se convirtió en su lugar seguro; su mente, en su hogar. Cuanto más la amaba, más daño le hacia. No podía alejarse de ella y, a través de las dificultades y de madurar juntos, ella se convirtió en la normalidad que él había anhelado toda su vida.

Su relación con su padre fue cambiando hasta ser en algo cercano a la familiaridad. Un par de cenas familiares empezaron a arrancar la costra de odio que sentía hacia aquel hombre. Comenzaba a ver de un modo diferente, y eso contribuyó a que viera los errores de su padre de otra manera. Entonces fue cuando la necesitó a ella para darle estabilidad, cuando su vida volvió a cambiar y su familia se transformó. Empezaba a importarle, a sentir por aquella casa llena de extraños lo que juró que jamás sentiría.

No fue fácil para él luchar contra veinte años de patrones destructivos y reacciones básicas y viscerales.

Todos los días tenía que hacer oídos sordos al licor que llamaba a su sangre, a la ira de la que intentaba despojarse... Pero no sabía cómo. Se prometió que lucharía por ella y lo hizo. Perdió algunas batallas, pero nunca perdió de vista el objetivo de ganar la guerra. Ella le enseño a reír y amar, y él se lo ha dicho una y mil veces, pero no dejará de repetírselo jamás.

Antes de ellaKde žijí příběhy. Začni objevovat