6. Delicioso amor.

En başından başla
                                    

—Puede ser por mis buenos genes —dijo habiéndome apartado para que sus melosos ojos dieran directos con los míos. Temblé cuando rozó mi mejilla al jugar con uno de los mechones de mi cabello.  

—Sí, fue eso. —Le ofrecí una sonrisa—. Son tus buenos genes los que no me permiten desear a alguien más. Los que se convierten en mi refugio de las trivialidades.  Son ellos los que han enamorado.  

No me contestó con palabras, sino con besos. Gustosa, separé mis labios para ellos. El tiempo pasaba, pero él solo conseguía que cada día me volviera más adicta a ellos. Se habían convertido en la porción de amor requerida para sobrellevar mis jornadas. Ya Nathan no estaba conmigo porque yo quisiera, estaba porque le necesitaba.  

—Eres tan tierna y dulce, te amo mucho, ¿lo sabes?  

—Oh... no, no lo sabía. —Arrugué la nariz—. ¿Es muy importante saberlo?  

—Sí, pero adoro demostrártelo con acciones. —Rozó su nudillo contra la parte baja de mi espalda, por debajo del agua. Jadeé—. Y a ti te gusta más así, ¿no? Las palabras son eventuales, para ponerle nombre al motivo de mis actos.  

—Yo también te amo, Natti —murmuré, enternecida con la sinceridad percibida en su discurso—. Déjame demostrártelo, ¿sí?

—Solo verte es la evidencia de ello, no estás en la obligación de hacer nada más. —Su cabello estaba mojado, húmedo pegado a su rostro mientras acariciaba mi barriga de siete meses—. Aquí.  

A pesar de que estábamos desnudos y claramente dispuestos, ninguno de los dos hizo más que abrazar al otro por un largo y duradero instante. Más que un abrazo, era un retiro de las horas del día, un punto congelado al donde solo se podía llegar con el otro. Ladeé la cabeza para encajar mejor en él y él se movió para encajar mejor en mí sin que nuestro pequeño regalo careciera de espacio.  

Era perfecto.  

Durante nuestro baño únicamente hubieron caricias y toqueteos disimulados. Nathan conocía mi amor por las esencias y los jabones exóticos, así que me mimó con una barra artesanal de chocolate y me dejó devolverle el favor al ayudarle con su shampoo para hombres. Salimos cuando empezamos a arrugarnos, me tendió una bata de baño para embarazadas y, en contra de mis protestas, secó mi cabello.  

El sueño se adueñó de mí a penas me recosté en su costado. Soñé con flores y colores bajo la protección de su arrullo. La mañana llegó, pero la pasé de largo por el agotamiento de la noche anterior. No fue hasta pasadas las diez que me desperté, sintiendo las manitas frías de Madison en mi rostro. Al parecer Nathan la había llevado a dar un paseo matutino y se había mojado en el río, de nuevo.  

—¿Agua? —Me senté y la atraje hacía mí, inspeccionando sus pantalones mojados y su camisa sucia—. ¿Tierra? ¿Fuego? ¿Es que jugaron a ser maestros?  

Zapateó sobre la cama con verdadero entusiasmo, cómo si deseara contarme muchas y fantásticas aventuras. De no estar tan enternecida la habría regañado por manchar las sabanas blancas de barro. Su inocente mirada, mientras balbuceaba, llegó a parar en mi vientre. Los labios se le fruncieron cómo si intentara resolver un odioso misterio. Con miedo y precaución, extendió sus dedos y aplanó su palma sobre mi estomago. Abrió la boca sorprendida, me dedicó unos ojos abiertos cómo platos y arrugó la frente.  

—Sí, Maddie, engordé. —Le hice cosquillas, muchas—. Es lo que tiene que pasar para que cositas tan hermosas cómo tú y cómo lo será tu hermanito vengan a este mundo.  

—Daaa —gritó fuerte cuando Nathan entró a la habitación, invitándolo a unirse a la fiesta.  

Su escándalo fue recompensado con una sonrisa y un apretón de mejillas que casi consigue apagar su alegría. Nathan no hizo caso a su anterior demanda y la colocó sobre sus hombros, manchando su franela con el barro de las suelas de sus zapatillas.  

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