Capítulo 8: Bestias

Start from the beginning
                                    

        —Quiero decirte que falta poco para llegar—contesta mirándome serio. Agradezco su seriedad.

        Le miro ligeramente esperanzada. Curiosamente el casi llegar hizo que me diera cuenta de que realmente mis piernas están insoportables.

        —¿Cuánto tiempo?

        —Poco. —Se suelta de mis hombros y se detiene a varios centímetros de mí.

        —¿Ya puedes caminar? —pregunto curiosa.

        —Creo que sí—contesta. Mueve su brazo, seguramente relajando músculos y mira sus manos. Yo también lo hago, de pronto abro los ojos, repentinamente interesada.

        —¿Tus manos…están sanando? —No luce para nada sorprendido.

        —Sólo un poco, lo normal. Todavía necesito algunas pomadas, pero sí, estoy sanando.

        —¿Por qué? ¿Cómo eso es normal?

        Su semblante no cambia.

        —Es normal para mí, y seguramente para ti también.

        No digo nada, pero empiezo a pensar. Recordar, más bien. Y pronto me doy cuenta que eso no es completamente extraño para mí. Curiosamente, años atrás, heridas aparentemente simples sanaban de una forma u otra sin medicación. No lo recordaba hasta ese momento, o quizá simplemente no prestaba atención, pero la sanación previa  me había acompañado antes.

        La vez en que mamá por única vez se atrevió a cocinar un pastel, había estado tan emocionada por comer algo cocinado por su madre que apresurada abrió el horno aún encendido y tomó la bandeja con manos desnudas. Eso había sido hace varios años, pero todavía recordaba el ardor instantáneo que se instaló en mis manos y cómo mi madre entró enfurecida a la cocina, chillando lo estúpida que había sido. Como era de esperar, ese día no comí nada de pastel, pero al menos mi padre estuvo conmigo  toda la noche para consolarme.

        Esa noche, mientras mi madre despotricaba en la planta baja y mi padre trataba de controlarla con voz suave, mi mano comenzó a cosquillear debajo de las mantas de la cama. Curiosa, observé como extrañamente las manos rojas e hinchadas cubiertas con pomada mágicamente adquirieron su tono claro en un segundo.

        Esa fue una de varias noches que presencié cómo mi cuerpo daba esos ligeros cambios. Obviamente creí en aquellos momentos que era parte de mi imaginación, pero ahora, después de observar lo mismo en Vin, me doy cuenta de que quizá todo fue real.

        ¿Eso tiene algo que ver con ella dentro de mí? Tal vez el estar unida de cierta forma causó estragos en su cuerpo. Pero…en aquellos años en ningún momento sufrió posesiones, ni siquiera algo parecido.  Los cambios de personalidad surgieron a partir de los diez años, y comencé a sanar desde los cinco.

        ¿Qué mierda está pasando?

        —Cass, creo que tenemos que apresurarnos.—Miro a Vin, caminando un poco más rápido. El sudor corre por su frente.

        — ¿Qué sucede?

        Vin me sujeta de la cintura, y apresura su paso, con una mueca de dolor. No me mira, pero tiene una mirada preocupada en el rostro. Mira alterado alrededor, deteniéndose más en la oscuridad entre los árboles. También lo hago, preguntándome qué es lo que estoy buscando.

        Hasta que lo escucho. Lobos. Aullidos lastimeros retumban mis oídos. Me estremezco involuntariamente.

        —Ignem bestiarum…—Su voz se apaga por un momento, sopesando sus palabras. Me mira, cada vez más asustado—. Mierda Cassandra, tenemos que apresurarnos. Rápido.

        Sin esperar respuesta, Vin me insta a correr, haciéndolo el también. Ignoro el cansancio en mis piernas.

        —¿Qué es eso? Vamos Vin, no sé latín.

        —Bestias de fuego—dice, con su voz temblando desde su garganta.

        El hecho de que las palabras bestia y fuego vayan juntas no es nada bueno.

        —¿Son como lobos? Porque me pareció escuchar un lobo.

        Con respiración entrecortada, Vin se suelta de mi cintura y en cambio me coge por el brazo.

        —Son como perros del infierno. Sólo un demonio o una bruja suficientemente poderosa puede convocarlos.

        Me doy cuenta de algo.

        —Espera, espera. ¿Cómo es que sabes de todo eso? ¿Estás relacionado con seres infernales? —Sólo al terminar de formular las preguntas una idea me llega a la mente—. Oh no, ¿las marcas en la cabaña son realmente demoníacas? Quiero decir, ¿algo como eso las creó?

        Una mueca se forma en el rostro de Vin.

        —Creo que no es momento de hablar de eso.

        Me encojo cuando un repentino gruñido llena mis oídos. El agarre de Vin se intensifica, volviéndose protector.

        —No te muevas—susurra en mi oído. No necesito escucharlo dos veces, instintivamente me pongo quieta, aguantando la respiración.

        En medio de la oscuridad, iluminado por solo la luna, escucho como una rama por otra se va quebrando a mi alrededor. Estamos rodeados.

        Siento un cosquilleo recorrer toda mi piel. Y calor, mucho calor. Como si diversas fogatas encendidas estuvieran cerca de mí, casi tocándome.

        Una mano cubre mi boca, seguramente Vin callando mis repentinos jadeos, y luego un ligero resplandor plateado llama mi atención. Vin tiene un cuchillo en la mano. Seguro el mismo que utilizó contra los hombres, pero extrañamente ahora es más brillante.

        —Pase lo que pase, no te apartes de mí. No corras ni hagas muchos movimientos, sólo quédate quieta.

        Y eso hago. Cuando ojos rojos aparecen entre la oscuridad de la maleza, con colmillos puntiagudos y olor ahumado, permanezco en mi lugar. Aunque mi instinto me grite algo, y mi orgullo otra cosa, no puedo ser impulsiva.  La mano de Vin deja mi boca, y lentamente, se aparta de mí. Con ambas manos sujetando el arma, Vin mira a las bestias precavido.

        También lo hago, deteniéndome más en los hocicos humeantes de los lobos. Con su metro y medio de alto, resultan atemorizantes, pero curiosamente no me asusto con su presencia. Los siento…familiares.

        Como si el estar cerca de esas bestias fuera completamente normal. Y por la forma en que miran, como si fuera una de ellos, sé que se sienten igual.

        No sé si eso es bueno o malo.

        Ignorando los gritos de Vin, camino hacia la bestia de fuego más cercana, hipnotizada por las llamas retumbantes en sus ojos.

        No siento dolor cuando, al arrodillarme delante del canino en el suelo terroso, fuego expulsado de la bestia inunda mi rostro.

        Quemándome. 

Princesa de las Tinieblas (Herederos del Infierno #1)Where stories live. Discover now