Aunque nos encontramos en diferentes jerarquías, todos tenemos algo en común: antes fuimos humanos, pero no tenemos recuerdos de lo que fueron nuestras vidas en la tierra.

Estoy consciente de que no me dirijo por el buen camino, porque todo me resulta estúpido. No hay nada divertido en trabajar eternamente protegiendo a desconocidos.

Desde la parte más alta en Leinster Gardens, admiro las vistas impresionantes que ofrece Londres durante la noche, en busca de seres oscuros que tienten contra cualquier ser humano, pero no encuentro nada. Para mi mala suerte, jamás he tropezado con ningún demonio.

No muy lejos de mi posición, el cielo se enciende a causa de la pirotecnia, y justo por debajo, un ángel diminuto corre de prisa sobre la avenida, rebasando la cadena de restaurantes cerrados que siempre llamaron mi atención. Jamás he probado el alimento de los humanos.

Al verla de mejor manera, admito que acabo de cometer un error. Ella no es un ángel, y aunque posee el físico para ser confundida con uno, es un simple mortal nada más.

No tiene alas, tampoco la marca en el brazo que distingue cada jerarquía. Viste una bata blanca, es delgada, muy pequeña, está descalza, y su largo cabello cobrizo ondulado se revuelve en el aire con cada paso.

Parece huir de algo. Tiene mucha prisa, casi como si su vida dependiera de ello. Pero aunque veo hacia el final de la calle, no hay nadie más. Tan solo está ella, corriendo como una loca directo a un callejón sin salida. Está tan ensimismada, que ni siquiera se percata del par de hombres que, desde las sombras, la asechan hasta que consiguen anteponerse a su paso.

—Solo quiero pasar —suplica ella.

Por favor, ¿en verdad cree que con decir eso, la dejarán pasar?

—Vamos, princesa. Solo queremos divertirnos —dice uno.

Si hay algo que odio, eso es el abuso.

Me veo en la obligación de intervenir y propinarles una lección.

—¿Qué cosa eres? —La voz de esta chica es serena y casi inaudible.

Cuando la miro de soslayo, sus ojos aceituna me toman por sorpresa.

—¿Acaso puedes verme?

—Yo... No... No puedo... —Espantada retrocede, y poco después echa a correr.

¿Pero qué mierda acaba de ocurrir?


Después de cruzar la emblemática noria conocida como el ojo de Londres, me encuentro en nuestro espacio celestial lo más parecido a una nueva dimensión, aunque es más bien como un bosque escarchado. Tiene pinos elevados, y está iluminado por estrellas que flotan como luciérnagas alrededor. Aquí no existe luna o sol, así que jamás amanece o anochece. Es un ambiente neutral, pero al que los humanos no tienen acceso.

La jerarquía inferior está entrenando, algunos aplican técnicas de pelea cuerpo a cuerpo, y otros, entre las innumerables armas que tenemos a disposición, las blanden ante un oponente digno: un guerrero experimentado.

También debería entrenar, pero ya no me apetece. Lo hice durante catorce años, y en algún momento se tornó aburrido esforzarse con la idea de ascender una jerarquía. Es imposible ser promovido.

Es imposible satisfacer a los Supremos, así que, como hice durante los últimos meses, tomo asiento sobre una pila de rocas para observar junto a Neron. Él es un ángel muy activo de alas blancas, piel morena y cabello rizado. El hematoma que luce en la mejilla izquierda, me dice que fue vencido con facilidad. Todavía le falta mucho para fortalecerse. Pero sigue soñando con que algún día será un guerrero experimentado. Sé que, si llega a encontrarse con un demonio, terminará perdiendo la batalla con gran facilidad.

Amando la Muerte ✓Where stories live. Discover now