Capítulo Veintitrés.

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Sería una mentirosa si dijera que no estaba ni un poco arrepentida de haber decidido hacer esto.

Sentía las palabras alentadoras de David resonar con fuerza en sus pensamientos, y mientras más cerca se hallaba de la luminosidad del bar, más incongruente sentía la perspectiva de estar sola. Desde fuera alcanzó a escuchar las risas de los caballeros seguramente pasados de copas y el débil arrullo de un piano junto con un acordeón. Alentó al caballo a cabalgar unos pasos más y fue entonces que leyó el letrero que alguna vez en su juventud alcanzó a ver desde la elegante protección del carruaje de los Whitemore.

El Marine John.

Un recuerdo destrozó su concentración.
En el estaban ella, Benjamin y Florence sentados frente a su padre escuchando atentamente sus palabras, cada uno con un feroz temor individual en sus jóvenes rostros. Los había sacado a conocer cómo se manejaba el mundo de la exportación, quería que supieran la importancia del marquesado y el apellido, quería encomendar su importancia en tres niños que solo lo tenían más no le respetaban.

El mundo conoce muy bien quiénes somos hijo —Los miró con dureza—. Recuerda quién eres siempre y eso te servirá para no olvidar cuáles son tus prioridades.

¿La familia? —preguntó Benjamin apretando las manos de sus hermanas.

La mirada tan condescendiente que su padre le lanzó hizo helar la sangre de los tres infantes.

El poder, Benjamin, siempre aspira alto. Eres un Whitemore y nosotros no nos doblegamos ante nadie. Demuestra tu coraje niño—las miró a ellas un segundo, señalándoles el rostro—. Ustedes tienen la ventaja de la belleza, si juegan bien sus cartas podrán dominar al inútil con el que tengan que contraer matrimonio. Créanme que hay mujeres igual o más astutas que los hombres

Pero el amor no es sobre ser más astuto, padre, se trata de mutuo respeto —tartamudeó ella.

¡El amor! —Harold Whitemore soltó una carcajada ante aquella frase—. Aquí nadie conocerá el amor, eso no existe en nuestro mundo, muchacha. Déjale esas tonterías de enamorados a los poetas, músicos o a los tontos campesinos que se conforman con menos. Nosotros tenemos algo más importante que conservar.

Agachó la cabeza sintiendo un profundo dolor en su corazón por el trato tan despreciable de su padre. No debía sorprenderle tener esa sensación de aprensión y repudio por la memoria de un hombre tan frío como lo fue él.

Ese hombre destruyó demasiadas vidas y no tuvo la decencia de afrontar las consecuencias de sus actos en vida. En su lugar ahora todos tenían que moverse a ciegas por las peligrosas neblinas de la ignorancia. Apretó los labios alejando todas esas imagines que solo le causaban daño, justo ahora tenía que comenzar a moverse si no quería que todo se arruinara. Su misión estaba clara y no permitiría que su resentimiento hacia su progenitor se convirtiera en otra sombra justo ahora.

Cuando llegó a las puertas, desmontó y buscó un lugar conveniente para atar las correas del hermoso caballo caoba. Desafortunadamente el bar no tenía trancas de madera para atarlo. Maldijo buscando cualquier cosa que sobresaliera y tuviera la fuerza suficiente, pero nada parecía servirle. Cuando se giró casi cae al suelo de la impresión al ver a un tipo frente a ella, soltó un grito que acalló con una sonrisilla nerviosa.

—Lo lamento realmente, mi lady, debí anunciarme —dijo el hombre con expresión apenada.

—No, está bien, creo que estaba demasiado distraída.

—Eso parece, ¿busca donde proteger a su corcel? La tormenta va a desatarse en cualquier momento.

Gabrielle le dirigió una mirada preocupada a la oscuridad de la calle tras de ellos. Si una tormenta se acercaba seguramente atraparía a David.

Razones para amarte W1 [𝐄𝐝𝐢𝐭𝐚𝐧𝐝𝐨]Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu