Capítulo Veintidós.

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—Lo entiendo. Mi esposo perdía la razón cuando se embriagaba —susurró un tanto incomoda, al instante vio en su rostro el arrepentimiento de haber dicho aquello.

—¿Bebía mucho?

Hubo un momento de silencio en el que ella desvío la vista, claramente no dispuesta a ahondar sobre su matrimonio.

—Deberíamos irnos ya, estamos perdiendo tiempo valioso.

Lo captó de inmediato. Un cambio de tema para evadir hablar de tópicos espinosos que aún calaban muy dentro de su orgullo y espíritu comprendía muy bien su reticencia, David jamás conoció o cruzó caminos con Albert Stanton en el pasado, el tipo no pudo haber sido menos importante para él. Sin embargo, llegó a escuchar historias de nobles en fiestas plagadas de inmoralidades y apuestas ilegales, el hedonismo de la decadencia, santuarios para que los nobles satisficieran sus más bajos y bizarros deseos, el título del ducado Worcester resonaba en ocasiones sobre susurros mal disimulados y las vinculaciones hacia esas celebraciones.

—Muy bien, necesito que bajes y me esperes en la misma oficina a la que acudiste a mi después de tu incidente —Ella asintió recordando el lugar—. Iré de vuelta con Phoebe y después sacaremos el dinero de la caja fuerte.

Gabrielle le sonrió reflejando en ese gesto todo su agradecimiento, a pesar de tener los ojos rojizos e inflamados por el llanto, seguía luciendo bellísima. Un diamante al que nunca se le ofreció la oportunidad de brillar.

—Eres un ángel, David, todo lo que has hecho por nuestra familia —Tomó su mano e inmediatamente él bajó la vista a ese lugar—. Por mi...

—No soy ningún ángel, nunca lo he sido.

Ella río bajito y dio un leve apretón a sus manos unidas antes de soltarla y alejarse en dirección a la puerta.

—La respuesta correcta sería de nada —señaló ella con solemnidad—. Y ahora lo eres para mí.

La observó alejarse y salir por la puerta mientras él se reclinaba sobre el borde. Dejó escapar el aire que retenía e instintivamente llevó su mano hasta sus labios, aun rememorando la impulsividad de Gabrielle para besarle y su pronta respuesta, ella realmente era tan impredecible como seductora y valiente. Ahora solo hacía falta lograr que ella se diera cuenta de sus invaluables facultades.

Sin salió por el pasillo dispuesto a dar las buenas noches a su hija, asegurándose a sí mismo que mañana volvería a estar aquí intacto para volver a hacerlo. Nada pasaría esa noche, si el trato era legítimo, lo que dudaba, todo saldría acorde al intercambio.

Así que aclaró su mente, despidió a su adoraba hija quién quedó durmiendo apaciblemente en su cama y prosiguió a llegar a su habitación para sustraer el arma que escondía en caso de emergencia. Tenía que prepararse para cualquier escenario.

Bajó las escaleras de manera disimulada observando que aún había huéspedes deambulando por los pasillos y las escaleras puesto que, a pesar de ser tarde para llegar a tiempo, seguía siendo temprano para no ser pasados por desapercibidos. Por supuesto tenía de su lado la ventaja de que ninguna de las personas mantenía amistad o interés en él, por lo tanto, eran minoría los que conocían el rostro del dueño del hotel.

Cuando llegó a los pasillos de servicio, Gabrielle estaba de pie esperándolo. Apreció el alivio al verlo acercarse hasta ella.

—Perdón por la tardanza, Phoebe puede ser demandante —Sonrió y Gabrielle lo acompañó en el gesto.

—Creo que alcancé a atisbar eso de ella. Por supuesto el encanto que derrocha fácilmente compensa todo.

—Es el efecto Holland, todos caen rendidos ante él.

Razones para amarte W1 [𝐄𝐝𝐢𝐭𝐚𝐧𝐝𝐨]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora