La Elegida

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El acantilado se levantaba entre los árboles como si fuera una montaña, con su superficie cubierta de pasto, rocas y coloreadas flores, de lo mejor que aquella región del imperio podía ofrecer. 

Por supuesto que no era esperable que ese lugar se utilizara para sacrificios, pero así era, o así lo fue, en un pasado aún más lejano. Quién diría que incluso algo como esos rituales tuvieran su belleza, ¿verdad?

Al borde del precipicio, se encontraba una isla flotante. En esencia, una gran roca cubierta de tierra que ya incluso tenía su vegetación, acompañando al acantilado en su eterna y silenciosa soledad. Además del diminuto campo verde que la isla contenía, había crecido sobre ella un gran árbol retorcido bajo el que Jissel meditaba. 

Le gustaba estar ahí, claro que el lugar tenía su encanto, pero, conocer el pasado de las tierras sobre las que ahora estaba sentada era agobiante, y aún más sabiendo que tal vez, sería la siguiente. Pero no era momento de andar pensando en eso, tampoco, no tenía ni catorce años aún.

Creía.

Así era, siendo aún una niña de cortos y negros cabellos, los pensamientos de su inevitable fin le atormentaban.

Pero ese día...

Pudo sentir el flujo de las llamas dentro de sí, como siempre, los kalerios que se dibujaban sobre su rostro, espalda y manos, la hacían parecer peligrosa, debido a la rareza de éstas marcas. Y a la larga, uno termina siendo lo que otros consideran apropiado: o apartada, o respetada. ¿Qué merecía ser, si no?

Oyó pasos.

Afortunadamente, la isla estaba lo suficientemente cerca del acantilado como para que fuera sencillo pasar de un lado a otro, y aunque no se supiera demasiado sobre la naturaleza de ésta, se sentía segura ahí.

El silencio se rompió con la voz de Orif, uno de los altos maestros del templo. No era un encuentro fortuito; era bien sabido el lugar en donde se podía encontrar a Jissel.

—¿Hay algo que intentas arreglar?

No pasaba los veintitantos años, pero era sabio, a fin de cuentas, no cualquiera llegaba a ser un tercer alto maestro. Había nacido para eso y lo sabía, en cambio, la chica había nacido para morir, tan simple como eso.

¿Verdad?

—Mi vida. —Dijo ella, sin despegar la mirada del horizonte. Una falta total de respeto, considerando especialmente con quién hablaba.

Orif se acercó y se agachó junto a ella, sin mirarla, tampoco. 

—Conoces bien tu rol en todo esto, y no mereces tratarte así.

—¿Para qué moriré? ¿Para salvarlos de qué?

Dudó.

—Eso es algo que no podemos comprender aún. 

Jissel giraba entre sus dedos una pequeña rama, que de pronto se partió por la mitad.

—¿No sabes siquiera lo que debería suceder? 

—Lo sabremos contigo, cuando llegue el momento.

El momento, tan lejano.

—¿Y si nada sucede? ¿Y si las profecías no son más que mentiras?

Cuestionó más allá de su vida.

Sintió un increíble fervor al hablarle así a un superior, y más aún cuando no obtuvo ningún tipo de respuesta. Aunque bueno, el silencio a veces decía mucho más que cualquier palabra.

—Yo soy uno de tantas que matarán... y todo, ¿para qué? —Repuso la chica.

El maestro tuvo que pensar unos momentos para lograr una respuesta.

—Es por un bien mayor, siempre se ha tratado de eso, Jissel. —El hombre hizo una pequeña pausa antes de continuar. —Yo doy fe de que tú eres la elegida, te lo aseguro.

Ella apartó la cabeza y lo miró a los ojos cafés, directamente.

—Eso es lo que te han dicho. ¿No?

Jissel ya disponía irse cuando Orif la tomó por el brazo, pidiéndole que esperase. Ante esto y producto del huracán de emociones que la rodeaban, sus tatuajes se encendieron como si fuesen fuego mismo, y en un grito de rabia, corto pero desgarrador, agarró con fuerza la mano que la sostenía, obligándola a soltarse y retroceder.

Y despertó.

Cuando Orif vio su propia mano, tenía una quemadura importante en el dorso, era el símbolo que Jissel llevaba marcado en la palma derecha. En negro.

Parecía que el día del sacrificio se había adelantado.

—¡Niña! ¡No puedes negarte a cumplir tu destino! —Grito mientras Jissel se alejaba corriendo

Ella lo escuchó, y supo que esas palabras habían marcado un antes y un después en su vida. 

No lo haré. Se dijo.

Esa misma tarde, se encontró corriendo tan rápido como su débil cuerpo lo permitía, la túnica amarilla, ahora deshilachada y sucia, se arrastraba por el suelo, rompiéndose cada vez más.

¿Y si corría hacia su fin?

En algún punto, se vio justo al lado de una roca de varios metros de alto en forma de pica, que apuntaba hacia el horizonte en diagonal. tan solo una de las miles que caracterizaban al reino de Jaresia. Su cuerpo finalmente cedió y se recostó sobre ella.

A la lejanía, vio la academia por última vez, así como el acantilado.

Aquel no era lugar para morir.

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Hola!! éste es apenas un borrador que espero ir actualizando frecuentemente, como ven, nisiquiera tiene portada aún je

 ¡gracias por leerlo!








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⏰ Last updated: Jul 03, 2019 ⏰

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