—Está agradecido —Mencionó Harry, dándole un leve codazo al chico, que no despegó los ojos de Draco mientras se alejaba y se encogió de hombros en respuesta—, en el fondo, lo está.

Muy en el fondo —Marco se rio, sacudió la cabeza, y cruzó a trote los metros que el hombre se había adelantado, abriéndose camino entre los egipcios para alcanzarlo.

A la salida del bazar, lo escuchó quejarse un poco menos, sólo lo necesario para dar a entender que seguía irritado por la situación en general. Harry podría haber abrazado a Marco en señal de agradecimiento, incluso si estaba ahí sin invitación y por insistencia suya, porque fue el de la idea y el que corrió de ida y vuelta por el bazar para comprarle los brazaletes mágicos de regulación de temperatura.

La verdad era que las burlas de Ze resultaron más certeras de lo que le hubiese gustado reconocer. Nada más ser dejados por el traslador intercontinental en Giza y encontrar un sitio donde pasar un par de noches, se encontraron con un grupo de muchachos que no tendrían más de la primera parte de la década de los veinte, que arrastraban jaulas del tamaño de perros medianos, pero que para cualquier mago con cierto nivel de conocimientos, habrían sido una advertencia de peligro cuando el característico sonido de unas crías de quimeras y androesfinges brotó desde los agujeros que tenían para la entrada del aire. Marco era quien los dirigía y les indicaba a dónde enviarlas, y apenas los localizó, sus ojos se iluminaron.

Aquello fue el día anterior. Todavía no podían quitárselo de encima, más que cuando Draco pedía algo que él iba a buscarle, o en el cuarto de la pensión donde se quedaban. Decidieron que, si iba a insistir en seguirlos, bien podían continuar con los planes de meterse a los túneles mágicos y buscar las reliquias, y que él viese si iba tras ellos o no. Harry estaba seguro de conocer cuál sería su reacción, una vez que llegasen.

Giza, para la comunidad mágica, era conocida por tres cosas: la comida barata, el insufrible calor que inutilizaba la mayor parte de los encantamientos de temperatura, y las expediciones bajo tierra. La ciudad completa estaba construida sobre un complejo entramado de túneles de tierra, de los que los muggles excavadores no tenían la más mínima idea, porque la magia que los mantenía resguardados y sólo le daba paso a magos y brujas, era demasiado antigua y fuerte para cambiarla o engañarla. Allí, si sabías con quién hablar y cómo hacerlo, y buscabas algo específico, teniendo con qué pagarlo, se abría la posibilidad de descender a determinada hora.

Los días anteriores, en la planificación del viaje, Draco pasó más tiempo trasteando el almacén de la tienda, en busca de algo que fuese lo bastante valioso para comprar una entrada para ellos hacia los túneles, a los Inpu*, los cuidadores, que empacando o dándole instrucciones a Dobby y Ze sobre qué hacer en su ausencia y el cuidado de Saaghi, que no soportaría el cambio de ambiente a su edad. El elfo sólo aparecería si lo llamaban. Con Marco cerca, pensó con cierto humor, era probable que Draco no tuviese necesidad de hacerlo.

Las diversas entradas a los túneles, aunque de conocimiento general que superaban el número de diez, eran secretas y estaban en constante cambio, de alguna manera imposible de explicar para quien no fuese un Inpu. Se reunieron, a las afueras de la ciudad, con una chica con aspecto de ser una adolescente que no superaba los quince, envuelta en ropas holgadas, y con la máscara negra de un chacal, que sólo dejaba advertir las líneas de sus ojos amarillos por entre los agujeros.

Podían llamarla Anubis, dijo, o Inpu. No daba nombres, ni les preguntaba los suyos. Ese era el procedimiento.

El pago fue recibido la tarde de su llegada, cuando se acercaron a la bruja dueña de la pensión donde se quedaban y pidieron una reunión con los Inpu. A la hora de la cena, un hombre con la misma máscara de chacal se acercó para tomar el oro y los objetos que llevaban consigo, y a cambio, tocó sus cabezas con una varita retorcida y dorada. Era el pase mágico; lo sabían porque no sería la primera vez que bajaban.

Para romper una maldiciónWhere stories live. Discover now