Después de que, en una falsa tienda de adivinación a la que se asomaron por mera curiosidad, el toldo les cayese encima, decidieron que tenían suficiente del bazar, y fueron a uno de los locales más recientes alrededor de la plaza.

Luego de la mitad del servicio, cuando ya terminaron de comer, por alguna razón, tuvieron cambio de camarero. Una chica de cara aniñada, que estaría en la veintena de su vida apenas, y no despegaba los ojos de Harry, ni siquiera para fingir que escuchaba a su acompañante.

Draco, demostrando que era un encanto con las personas, como de costumbre, le habló desde detrás del menú, sin molestarse en mirarla, con un "mejor tómale una foto, te duran más y dejas de incomodar a mi novio", pero él sabía que, de algún modo, notó el rubor y la mirada de odio que obtuvo como respuesta.

Así que ahí estaban. Draco estaba convencido de que no se tomaría el café usual luego del almuerzo sin enfermar, la camarera lo fulminaba con la mirada desde atrás, y Harry, bueno, él intentaba no reírse del desastre que era cuando intentaban salir.

Y eso que no era la peor cita, no, aquella fue una que incluyó un encuentro con un ghoul y un vampiro, y una visita al Ministerio de la que todavía rehuían.

Sí, la suerte no estaba de su lado, pero aun así, cuando lo pensaba bien, descubría que prefería esas salidas caóticas y sin sentido con Draco, que una cita común, tranquila y perfecta con cualquier otra persona. Para empezar, ni siquiera se imaginaba salir con otra persona.

Cuando sentía que Draco enredaba una pierna en torno a una suya y le daba un leve tirón, para llamarle la atención de forma discreta, esa convicción se hacía más firme.

-Estás sonriendo como un tonto -Mencionó, ocultando su propia sonrisa detrás del borde de la taza. Ahora se bebía el café de Harry, y por la expresión de tremenda rabia de la camarera a unos metros, tuvo la impresión de que lo de la escupida, no estuvo tan errado, al fin y al cabo-, y espero que sea por mí y no por ella, eh.

Harry rodó los ojos y le dio un débil golpe con el talón a la pierna del otro hombre, que se encogió de hombros.

-Esto es un desastre, ¿cierto? -Apoyó el codo en el borde de la mesa y el rostro en la palma. Frente a él, Draco asintió y dejó el café a medias.

-Que no sepa hacer café y pretenda coquetear a quien le sirve esa porquería, es el desastre -Señaló el líquido, arrugando la nariz. Harry se rio, ganándose una mirada desagradable, que no bastaba para disimular su diversión-. Bueno, me temo que tendrás que ser tú quien me cambie el sabor de boca...

Lo siguiente que supo fue que Draco se soltó de su agarre bajo la mesa, se estiraba por encima de esta, y capturaba sus labios, y después, a la misma camarera, por alguna misteriosa razón, se le caía una orden encima de él.

-...no debo lanzar Avadas, no debo lanzar Avadas, no debo...-Lo escuchó musitar, mientras respiraba profundo por la nariz y exhalaba por la boca, el rostro enrojecido, una crema espesa y amarillenta cayéndole por el cabello y resbalándole por los hombros.

Harry no pudo aguantar la risa. Estaban forcejeando de la manera más estúpida sobre la mesa, medio sentados y medio parados, y Draco lo embarraba de la comida que le cayó encima, para que estuviesen igual, cuando el gerente llegó a pedirles una disculpa, que no pudo importarles menos.

Sí, aquello podía ser un desastre. Pero era su desastre.

Ya limpios, de nuevo secos (y otra vez empapados y secos, porque la lluvia estuvo de regreso en el barrio mágico y se Aparecieron sin previsiones), caminaban balanceándose, con un brazo alrededor del otro, y discutían entre risas cómo era posible que la camarera, luego de prácticamente convertir a Draco en una muestra viviente del menú, todavía los alcanzase a la salida para pedir el número de Harry.

Para romper una maldiciónWhere stories live. Discover now