Harry asintió, a pesar de que sabía que no lo veía.

—Recuerda que vamos a ir con lo de Scamander por la tarde.

Habría jurado que Draco se puso más rígido. Luego de un momento, dejó caer los hombros, terminó las notas, y se quitó los guantes para pasarse las manos desnudas por la cara. A su alrededor, lo demás se acomodaba por su cuenta donde correspondía, los objetos flotando ni lo rozaban.

Él se dio la vuelta en la silla en que estaba. Harry no pudo evitar preguntarse qué tanto había dormido en realidad, por las ojeras que tenía.

Caminó hacia él despacio. En cuanto se paró frente a la silla, le envolvió los hombros con los brazos, y se puso a enredar los dedos en los mechones de su cabello suave. Draco le rodeó la cadera y enterró el rostro en su pecho, frotando la nariz por unos segundos contra la camisa, igual que un gato. Él reprimió la risa.

—Podríamos enviar a Ze —Ofreció, en vano. La bruja no destacaba en el trabajo de campo tanto como en la tienda, mucho menos sola, y el Inferno la necesitaría para las consultas.

—Sabes que no.

Claro que lo sabía. Soltó un tembloroso suspiro y le besó la cabeza un par de veces, de forma distraída.

—¿Usamos glamour?

Lo sintió, más de lo que lo vio, negar.

—No creo que venga por eso, no podría...no nos hubiese encontrado —Musitó, apartándose un poco—. Si intenta algo, Ze lo va a atrapar en el pantano y le borrará la memoria.

No habría sido la primera vez que lo hacía. Ambos optaban por no mencionarlo; se podía decir que era el plan de reserva, para casos de emergencia.

—0—

Ze los acompañó al punto de encuentro, inspeccionó un poco, se aseguró por sí misma de que no había trampas, y luego los dejó con besos en cada mejilla y palabras alentadoras. Se verían en el Turbio, un río, negro en apariencia, que formaba un surco en uno de los lados de la ciudad, casi a las afueras, y lo separaba de un pueblo cercano; contaba con varios puentes de piedra, porque los de madera no resistían la época de crecientes del agua, y tenía fama de ser a donde se fugaban las parejas jóvenes para estar a solas.

Y aparentemente, también a donde se desaparecía uno de ellos en cada ocasión, desde unos días atrás.

Scamander aún no llegaba. Estaban diez minutos antes de la hora acordada, para que Harry tuviese tiempo de buscar los rastros de magia negra alrededor, y Draco se agachase junto al río, rociando unas gotas de un vial de líquido azul en la orilla, que generaba chispazos que luego se desvanecían.

—No hay nada fuera de lo común por aquí —Le avisó después de un momento, agachándose a su lado. De por sí, toda la ciudad contaba con un nivel base de magia oscura en el ambiente, y no tenían que preocuparse, a menos que hubiese sobrepasado cierto límite.

Draco asintió y señaló el agua.

—Pero allí sí.

—¿Qué es? —Lo vio ponerse de pie, guardándose el frasco, ahora sellado, en uno de los compartimientos del cinturón, y desplegando el bastón para tantear el borde entre el agua y la tierra.

—No estoy seguro —Reconoció, entre dientes—, hay un pulso, algo vivo. El agua hace más difícil distinguir qué es, pero imagino que es lo que veremos pronto.

Cinco minutos antes de la hora citada, fueron sorprendidos en el mismo sitio por un par de niños, gemelos de rostros angelicales, que no lucían mayores de diez años. Corrieron a la orilla del río entre risas, luego regresaron sobre sus pasos y sujetaron a un hombre, uno de cada lado para arrastrarlo con ellos.

Para romper una maldiciónWhere stories live. Discover now