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Portrait of you

Mi brazo está dormido, y duele un infierno cuando intento moverlo.

Mi nariz pica por el cabello rojizo desperdigado por mi rostro, la luz se filtra por mis párpados y en serio me pregunto si vale la pena salir de la cama.

Cuando finalmente el sol quema en mis retinas y me decido a levantarme, veo a Lalisa sobre mi pecho.

Es condenadamente bonita cuando se queda dormida sobre mí, pero cuando se recarga en mi pecho y aprisiona mi brazo pienso que se vería mejor fuera de mi cama.

Ella no ha despertado, y realmente pienso que no vale la pena sacarla de su séptimo sueño: ella entra a la segunda hora, pero yo tengo que correr como alma que lleva el diablo para no llegar tarde en mi primer día de quinto semestre en la universidad.

Como puedo -en medio de quejidos de ella y gruñidos míos- me deshago de su peso y me levanto, quedando medio desnudo al lado de la cama.

Tomo los pantalones que tiré ayer por la noche apenas llegué a la habitación y de manera rápida cojo una camisa blanca.

Al diablo la ducha matutina.

Al diablo el desayuno.

Al diablo todo, porque ahora estoy más preocupado por llegar al bendito salón donde anatomía del cuerpo humano va a empezar, ¿y cómo demonios voy a pasar el examen práctico donde tendré que dibujar los músculos si no voy siquiera a la primera clase? El señor Kim me va a patear el trasero si falto un día a ellas.

Antes de tomar las llaves del coche, veo la hora en el reloj que está encima del llavero y maldigo por lo bajo.

Al diablo el coche también, el metro es lo mejor a esta hora donde idiotas -como yo- salen de sus departamentos.

Tomo el abrigo negro del perchero, una manzana de la cocina, mi mochila prácticamente vacía y digo adiós a mi paz interior de vacaciones: siento las ganas de morir naciendo en mí apenas doy un paso fuera de mi residencia sabiendo que hoy empieza mi martirio.

¿He dicho que estoy mandando todo al diablo? Porque por ahí también se fue el elevador, y ahora tengo que correr por las escaleras.

El administrador del edificio no le sorprende que salga corriendo murmurando un "buenos días" por lo bajo; creo que sabe ya empezó mi rutina laboral.

La estación no queda lejos de mi edificio: dos o tres cuadras, y agradezco enormemente que mi departamento esté en el centro de Seúl, y la estación a nada de mi hogar.

El metro es tedioso, sí: huele a humanidad, café matutino, estrés y a nada de espacio personal; por si fuera poco, van niños de primaria con sus malditas mochilas puestas que golpean a todo mundo mientras pasan tratando de salir.

Quiero. Morir.

¿Me emociona el primer día? Debería, es decir: al fin empiezan clases que anhelo, pero Jesús, ¿todo tiene que ser a las siete de la mañana? Todo sería genial si ahí se acabara mi sufrimiento, pero es llegar a mi casa a hacer trabajos y dormirme malditamente a las cinco cuando me levanto cinco y media.

Espléndido.

Excelente.

Me aferro a la barra de metal cuando el transporte frena en la siguiente parada, y bufo cuando más personas entran... ¿Es eso posible? ¿Cómo caben en el vagón si apenas respiro aquí?

Siento que me empujan a un lado y estoy listo para saltar sobre esa persona: mi humor está rozando la raya de ira; sin embargo, aquella persona es unos diez centímetros más baja que yo y se posiciona a mi costado.

Contrail | SeBaek |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora