UNO

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UNO

Al despertar, Barbara detectó el aroma a pan recién hecho, y de inmediato supo que algo terrible estaba a punto de suceder.

—Ian está de visita —le dijo una de las mucamas mientras la ayudaba a vestirse.

El estómago le dio un vuelco. Consideró seriamente hacerse la enferma para quedarse encerrada en su habitación todo el día, pero en el fondo sabía que era inútil: ese hombre nunca la dejaría en paz.

Mientras bajaba las escaleras en dirección al comedor, escuchó las risas de su madre. Su padre solía ser el único que la hacía reír tan abiertamente, y desde que falleció, se había vuelto más fría y reservada que de costumbre.

Pero por algún extraño motivo, Ian le resultaba encantador. Barbara se estremecía cada vez que lo llamaba hijo, y comenzaba a sospechar que él disfrutaba demasiado de ver su incomodidad.

De cualquier manera, se obligó a levantar la cabeza y avanzar con toda la dignidad que pudo evocar. No la intimidaría hoy, al menos no dentro de su casa.

—Buenos días.

Inmediatamente, Ian se levantó de la silla e hizo una exagerada reverencia. Mientras se acercaba para saludarla, Barbara quiso retroceder, pero su madre la contemplaba con una clara expresión de advertencia, y permaneció donde estaba.

—Ian —le dijo secamente.

—Barbara. Me alegro mucho de verte.

—¿Qué haces aquí? Pensé que estabas en Francia.

—Italia, en realidad —la corrigió, y ella tuvo que contener las ganas de decirle que no le importaba en lo más mínimo—. Afortunadamente logré terminar mis asuntos antes de lo que pensaba.

Barbara no logró reaccionar a tiempo, y antes de que pudiera alejarse, Ian Marlowe besó su mano. El apetito se le esfumó de repente al sentir el tacto de sus labios calientes y mojados sobre su piel.

—Y lo primero que hizo es visitarnos. ¿No crees que es muy amable, querida?

Apresuradamente, Barbara se movió para ocupar su lugar en la mesa. Ian hizo lo propio, mirándola de una forma indescifrable.

—Muy amable —confirmó Barbara—. Pero no te hubieras molestado, Ian. Debes estar cansado de tu viaje.

Él no parecía detectar la ironía en su voz, y le sonrió.

—En lo absoluto. Y tu madre también es como una madre para mí. ¿No es así, señora Baker?

Barbara bebió su té en silencio, dejando de escuchar la patética conversación que Ian mantenía con su madre. Siempre un adulador, siempre insoportable. No entendía la razón, pero se sentía incómoda y fastidiada en su presencia.

Su tono de voz, sus gestos, todo en él le parecía desagradable. Era invasivo, y no tenía ningún respeto por el espacio personal. Lo conoció cuando tenía quince años y él llegó al pueblo; el soltero millonario, un misterio para todos. No tenía familia y nadie conocía su apellido, pero con esa sonrisa fácil y palabras sueltas logró ganarse la confianza de la gente.

Excepto la suya.

—¿No crees que es una excelente idea, Barbara?

La pregunta de su madre la tomó por sorpresa. Ambos la miraban con una interrogante escrita en el rostro, y no tenía la menor idea de lo que estaban hablando.

—¿Disculpa?

—Le comentaba a tu madre que este fin de semana es mi cumpleaños, y tengo planeado organizar una fiesta. Por supuesto, nada me agradaría más que tenerlas ahí, conmigo.

El cumpleaños de Ian Marlowe la tenía sin cuidado. No obstante, asintió con la cabeza y le ofreció una sonrisa discreta.

—Qué maravilla —es todo lo que pudo responder.

—Y claro que estaremos ahí, querido. Sabes lo importante que eres para nosotras.

Barbara se mordió el labio. A veces pensaba que su madre lo quería más que a su propia hija, a juzgar por la manera en la que actuaba cuando él estaba presente.

—Excelente, espero que no me fallen —contestó, limpiándose las comisuras de la boca con una servilleta y acto seguido, levantándose inesperadamente—. Me temo que ya abusé de mi tiempo aquí, será mejor que me vaya.

—Tonterías. Quédate otro momento.

—Quizás después, todavía tengo que arreglar algunos pendientes que dejé por mi viaje, así que me despido.

Se despidió de su madre con un abrazo, y cuando se acercó a Barbara, pensó que, si se atrevía a hacer lo mismo, iba a golpearlo en la entrepierna. Afortunadamente solo se inclinó y apretó su mano entre las suyas.

—Gracias por tu visita, Ian.

—Es un placer, Barbara. Cada día luces más hermosa.

—Te lo agradezco.

Parecía que quería decirle otra cosa, pero solo sacudió la cabeza, se mordió el labio y le dio una rápida caricia a su mano.

—Hasta pronto, señorita Baker.

Una vez que se fue, Barbara miró a su madre. Estaba sentada en la mesa, comiendo unos frutos rojos con una sonrisita satisfecha en el rostro.

—¿Sucede algo, madre?

Y de nuevo esa risita cómplice. Reconocía esa expresión: solamente la utilizaba cuando algo le había salido bien.

—En lo absoluto, querida.

Barbara masticó unos trozos de pan, y lo sintió pesado e insípido en su boca.

—Luces muy contenta.

—Es porque lo estoy —admitió la mujer, y los ojos oscuros le brillaban—. Antes de que bajaras Ian me confesó algo que me alegro mucho.

—¿Qué? ¿Qué se va a largar del pueblo?

Su madre la ignoró en favor de beber un poco de jugo y continuó como si nada.

—No, tontuela —la reprimió, y suspiró largamente—. Ian siempre me ha parecido un buen muchacho; es inteligente, educado...

—Y asquerosamente rico —murmuró por lo bajo. Sabía que su madre no vería a Ian Marlowe con los mismos ojos si hubiese sido un pobre diablo sin un solo peso.

—Por eso me parece tan maravilloso que por fin se vaya a comprometer.

Barbara casi se atragantó con su propia saliva. De todas las cosas que pudo haber dicho, esa era la más inesperada, y de repente, una esperanza efímera comenzó a nacer en su pecho.

—Dime que no es una broma.

—Es verdad, hija mía. Ian por fin va a sentar cabeza, ¿no crees que es increíble?

Sin poder contenerse, Barbara soltó una carcajada que vibró en su interior. Eso era justo lo que necesitaba para sentirse tranquila. Una vez que Ian se casara, las cosas cambiarían por completo, y quizás dejaría de sentir esa incomodidad y rechazo cada vez que lo encontrara.

—Más que eso —respondió Barbara, y por primera vez desde que despertó, esbozó una sonrisa real—. Me alegro mucho por él.

—Yo también —musitó su madre, y de repente se estiró para tomar la mano de Barbara—. Y verás cómo las cosas van a cambiar para nosotras. Todo va a cambiar, hija.

Y quizás si no hubiera estado tan contenta, Barbara habría entendido a que se refería. 

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⏰ Huling update: May 05, 2019 ⏰

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i of the stormTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon