Capítulo 1

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Momentos antes…

Salía de su casa justo después de terminar su tarea de álgebra ―estaba muy orgullosa por eso―, pero estaba cansada. Nunca había puesto tanto esmero en su tarea, y eso era decir mucho, pues tenía ya dieciocho años y estaba en la universidad. El parque no le quedaba muy lejos, algunas tres cuadras como mucho. Era un lugar que la tranquilizaba ―cosa que ahora necesitaba más que nada―, sobre todo por los árboles que le daban sombra y un ambiente agradable. Podía ir a caminar, a correr, a leer o simplemente sentarse al pie de un árbol y cerrar los ojos por puro placer.

Sus padres siempre le decían que llevara un suéter o chaqueta, pues el clima en su ciudad cambiaba bruscamente y, por lo regular, refrescaba mucho en las noches.

―¡La chaqueta! ―dijo al recordarla. Ya había cerrado el cerco fuera de la casa y no quería tener que regresar. Estaba segura de que, si volvía, no querría salir de nuevo porque al día siguiente empezaba con los exámenes y, por más que quisiera, no podría. Hizo un gesto indiferente con la mano y retomó el camino.

Ni siquiera tenía hermanos como para gritarles desde fuera y le dieran su chaqueta. Era hija única, lo cual tenía ventajas y desventajas. Una ventaja era que no tenía que pelear con alguien y no se irritaba por cualquier cosa, aunque la paciencia era algo que se le daba bien. Una desventaja: estaba sola. Sí, tenía a sus padres, quienes la amaban sin límites, pero no era suficiente. Tal vez, y solo tal vez, hubiera deseado tener un hermano, mayor o menor, con quién hablar de vez en cuando; fuera hombre o mujer, pero alguien.

«Tal vez no sea tarde para pedir hermanos», pensó, divertida con la idea; en el fondo sabía que era imposible y, cuando ella tuviera tal vez su propia familia, su hermano quedaría solo, igual que ella, incluso pensaría lo mismo que ella en esos momentos, posiblemente.

Estaba ya cerca de cruzar la calle, con el poste del semáforo a un lado. Esperaba a que dejaran de pasar los coches cuando cayó desmayada, inconsciente.

El sujeto que había empujado a Martha, volteó a verla, pero al darse cuenta de que el policía aún corría tras de él, no le importó y continuó con su fuga.

La nuca de Martha se había golpeado con el poste del semáforo que tenía al lado.

La gente, que minutos antes estaba aglomerada en donde había sucedido el robo del almacén de joyas, corrió a ver lo que había sucedido a unos metros más adelante; a ver qué le había sucedido a Martha.

Enseguida, llamaron a la ambulancia, y con apoyo de la policía que ya se encontraba ahí, levantaron el delgado cuerpo de la chica para subirlo a la camilla y de ahí a la parte trasera de la ambulancia.

Renata, la madre de Martha, recién llegaba de su trabajo. Era una gran repostera en uno de los restaurantes más importantes de la ciudad. Trabajaba de ocho de la mañana a tres de la tarde. Estaba muy emocionada ese día, pues no faltaba mucho para Navidad y ya tenía unas ideas estupendas para hacer postres con ingeniosos motivos de la fecha.

Entró a casa y no había nadie. Sabía que Martha debía de estar en el parque que tanto le gustaba. Conocía muy bien a su hija.

―Olvidó su chaqueta ―dijo, sonriéndole a la prenda mientras la tomaba con la mano. Como la conocía más que la mismísima Martha, sabía cuán olvidadiza era en algunas ocasiones. Decidió llamarla, sabía ―como buena madre que era― que el clima refrescaría en pocas horas; y quería decirle que, si planeaba estar ahí un largo rato más, sería mejor que regresara por su chaqueta.

Tomó su móvil y llamó a su hija. Mientras oía el tono de la llamada siendo procesada, caminaba a la habitación de la chica. Su tarea de álgebra la hizo sonreír. ¡Por primera vez la había terminado! Después de darle una última ojeada, se extrañó porque nadie contestaba el celular.

Llamó de nuevo. Y otra vez. Y así hasta que su crédito se agotó. ¿Qué estaba pasando? Empezó a preocuparse, por lo que tomó sus llaves de la mesa, la chaqueta de Martha y salió de casa ―sin soltar el móvil por un instante―. Ahora ni siquiera podía avisarle a su marido, Carl, para que supiera lo que estaba sucediendo.

Algo que ni siquiera la propia Martha sabía.

P.M: Paloma MensajeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora