Capítulo 34 (parte 1).

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—Nada —dijo la informante como única respuesta mientras movía ligeramente la cabeza para colocarse el flequillo en su sitio.

—No tengo ganas de hablar.

—Nadie te ha dicho que hables.

—Bien.

Ciro se incorporó con el plato en una de las manos, dispuesto a ignorar a la exploradora. El metal estaba frío a pesar de haber contenido la papilla caliente, y la textura del mismo era algo áspera. Sin poder evitarlo, sus recuerdos evocaron la pistola de plasma y la sensación de tener su empuñadura entre los dedos. Notó la bilis en el paladar. Iba a vomitar.

Buscó apoyo en la mesa bajo la atenta mirada de Ikino. La chica le observaba con una mueca de curiosidad dibujada en la cara, como si estuviese tratando de comprender qué era lo que estaba ocurriendo. Ciro reprimió la arcada por enésima vez mientras intentaba recuperar la compostura. Echó la cabeza hacia atrás para permitir a sus fosas nasales coger aire sin impedimentos y cerró los ojos para tratar de no pensar en nada. Necesitaba quitarse de encima toda esa ropa que llevaba; necesitaba desprenderse de Sílica, de su calor y de su polvo. Necesitaba aire limpio para poder despejar la mente, pero no era viable salir al exterior hasta haber recibido nuevas instrucciones por parte de Valia. Tal vez una ducha fuese suficiente. Sí, una ducha como las que antiguamente se daba en la Tierra. Las duchas de vapor relajaban bastante, pero no tanto como lo hacía el agua caliente cayendo por una espalda agarrotada. Ciro sabía que la caseta de Evey contaba con una ducha de agua, y aquel era un buen momento para emplearla.

—¿A dónde vas?

Varik le bloqueó el paso en cuanto hizo el amago de abrir la puerta del baño. El chico se había dejado suelto el cabello y a duras penas se le mantenía colocado tras las orejas. Un par de mechones verdosos caían sobre su rostro, contrastando con el color rubio de la barba que le había crecido desde la última vez que pisaron el Cubo.

—Déjame pasar, voy a ducharme.

—Mara está dentro. —El tono de voz del explorador era cortante—. Su madre dice que el extractor está aún activo, así que no puedes entrar. No debe ver ni escuchar nada.

Ciro titubeó unos instantes. Por un momento se había olvidado de que mantenían a Mara aislada del resto para evitar que el extractor de memoria hiciese su trabajo.

—No me importa —farfulló—. Aparta.

Pero Varik no se movió un milímetro. El chico seguía contemplándole con sus ojos de color azul eléctrico sin apenas pestañear. Ciro sintió el impulso de pegarle un puñetazo en la boca del estómago para obligarle a desviar la mirada y a quitarse de en medio, pero tras evaluar la envergadura del explorador concluyó que posiblemente saliese perdiendo. El esmirense, aunque era de complexión atlética como él, le sacaba unos cuantos centímetros de altura y parecía ser más ancho de espaldas.

Profirió un gruñido y se apartó de mala gana del lugar para a continuación dirigirse hacia la cama de Evey, donde reposaba Iri. Gracias a la zeptotecnología, su compañera se había recuperado con bastante rapidez de su herida en el costado. Se encontraba ligeramente incorporada y con el cuerpo cubierto por las sábanas de la cama; la mirada clavada en una tablet que parecía contener algún tipo de informe o artículo.

—¿No te han dejado entrar? —preguntó la joven sin desviar la mirada de la lectura.

Ciro negó con la cabeza mientras se sentaba en una silla próxima al pie de la cama. Iri no había dicho una palabra mientras Ikino y Trax relataban qué había ocurrido en los laboratorios de Sílica, y aunque tampoco había opinado acerca de la acción del explorador contra Liria, el chico sí que había percibido su mirada reprobatoria.

Mara (I)Where stories live. Discover now