— ¿Lo sabias? —preguntó dejándola en shock ante la repentina pregunta— ¡¿Sabías por qué estamos aquí verdad?!

— Cassandra...

— ¡No traten de mentirme! —gritó y golpeó el pequeño florero que adornaba el pasillo— ¿Papá nos dejó?

— Cassie, él...

— Cállate Zoella.

— ¡No! —gritó Zoe hacia su madre, estaba cansada de mentir— Cassie merece saber la razón de su divorcio, no puedes ocultarlo más.

— Entonces es cierto... —susurró Cassie— ¡¿Por qué no me lo dijiste?!

— Hija yo...

— ¡Te odio! —gritó antes de salir corriendo dejando a ambas mujeres en un silencio incómodo que fue roto cuando el sonido de la puerta cerrarse con fuerza se escuchó. Zoella miró a su madre.

— Que gran familia tememos. —exclamó antes de salir del lugar y dirigirse hacia donde estaba segura se encontraría su hermana.

Era consciente de que no era la mejor manera de que se enterara la situación de sus padres, pero no podía seguir ocultando la razón de su llegada a New York y menos cuando su hermana seguía creyendo que era por orden de un juez, la ley no hubiese sido tan cruel de enviarlas con aquella mujer si supiera que solo las necesitaba por puro interés.

Ninguno de sus padres eran unos santos, y ambos las usaban para su propio interés, aunque su padre fue el peor de todos, quizás la idea de irse al rancho con sus abuelos ahora no sonaba tan descabellada como lo fue al principio. El frío de la ciudad de nuevo la golpeó haciendo que se estremeciera, se abrazó a sí misma e ignorando el clima siguió su camino hacia el parque de juegos cerca de su hogar, desde que llegaron y aun con la edad que ambas tenían siempre iban hasta aquel lugar, los niños que solían estar ahí y que vivían cerca ya las conocían, de hecho, varios esperaban a que las hermanas llegaran para jugar juntos.

El sonido de las risas de los pequeños llegó a sus oídos, alzó la mirada y observó a su hermana sentada en uno de los columpios a lo lejos, una pequeña sonrisa se posó en su rostro y se acercó.

— ¿No estás muy grande para estos juegos? —preguntó Zoe.

— ¿Por qué no me dijiste?

— Somos más felices como ignorantes. —respondió luego de un silencio— Además no era algo que me tocará a mí decirlo, papá ni siquiera luchó por quedarse con nuestra custodia así que era mejor fingir que mamá ganó el juicio.

— ¿Cómo lo supiste? —preguntó.

— ¿Recuerdas cuando perdí mi celular? —Cassie asintió— Fui hasta el estudio de papá para contarle, pero en lugar de eso los escuché discutir.

— No me vas a contar todo, ¿verdad? —ella asintió y ambas guardaron silencio— Casi tres años engañada.

— Vendamos nuestra aburrida vida a una televisora y que hagan una estúpida serie con ella, ¿Qué dices?

— Pido ser la protagonista. —ambas rieron.

— Es injusto si es mi idea, pero te dejare pasar. —la menor sonrió— ¿Quieres ir por una pizza?

— Si, pero...

— ¿Pero...?

— ¿Fue difícil?

— ¿Qué cosa? —preguntó con total confusión.

— Al venir aquí nos apartamos de todos... Fue... ¿Fue difícil alejarte de Dylan y ese tal Edmund? —Zoella abrió los ojos ante la mención de aquellos nombres, un nudo se formó en su garganta y bajó la cabeza— L-lo siento, no quería...

— Solo vamos por esas pizzas, Cass, ya no importa.





Una maldición salió de entre los labios de Zoe, quitó la almohada de su cabeza y observó el techo, no había dejado de pensar en Dylan y Edmund, en realidad, no había dejado de pensar en todo lo que sucedió y su intento por eliminar todos los recuerdos de aquel día en el que se fue, la pelea con Dylan.

La mirada de Zoe se posó en su celular y lo encendió, busco entre sus contactos el número de su amigo y lo observó varios minutos como si esperara que algún ser divino marcará por sí solo, una locura que estaba segura pasaría en Narnia, cerró la aplicación y lanzó el celular a la otra punta de su cama, cerró los ojos por unos segundos antes de levantarse para caminar rumbo a su armario.

En lo alto de este se encontraba una pequeña caja rosada que decidió guardar con ella en lugar de lanzarla a la basura como hizo con el resto, la tomó entre sus manos por unos segundos para luego dejarla en el escritorio a unos pasos de ella, la pequeña luz iluminó gran parte de la mesa dando una clara visión al cometido dentro. Sus manos comenzaron a temblar levemente a medida que observaba todo lo que se encontraba dentro; fotografías, una que otra caricatura mal hecha por Dylan, cartas y al fondo un anillo de plata con la letra E marcada en el interior.

Las lágrimas comenzaron a picar en sus ojos mientras observaba la joya, había pasado cerca de tres años y seguía esperando por él, pero que tanto podría seguir haciéndolo cuando sabía que todo los separaba, observó por última vez el anillo y lo dejó en su lugar, tomó la caja entre sus manos y debatió unos segundos antes de dejarla en la puerta de su habitación. A la mañana siguiente sabía que ya no estaría ahí. Antes de cerrar la puerta la observó por última vez.

— Lo siento.

Tempo ➳ Edmund PevensieWhere stories live. Discover now