Capítulo Ocho.

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Gabrielle se acercó con deliberada tardanza hasta el frente el inmenso escritorio de roble oscuro, estaba demasiado nerviosa para retomar su seguridad. Aún le era muy difícil no retomar viejas costumbres como mantener la cabeza gacha y moverse sin hacer ruido cuando supuestamente realizaba algo de manera incorrecta.

Ella estaba preparada para recibir alguna clase de amonestación o reclamo por haberlo dejando en ridículo a él y a su hotel. Seguramente su espectáculo lo hizo perder tiempo, Laura mencionó que él iba de salida cuando sucedió, se sintió terrible por ser la culpable de robarle parte del día.

Ella recordaba como Albert odiaba qué tuviera malestares. Cuando Gabrielle enfermó después de que él la golpeara demasiado fuerte hace años, fueron las doncellas las qué mandaron llamar a un doctor y enviaron una nota a su madre para que se hiciera cargo de los gastos, puesto que Albert se marchó por más de dos semanas después de haberla dejando en tal estado.

—¿Lady Worcester?

Ella no quería mirar, tenía miedo de lo que podría ver en sus ojos. La cruel alma de un hombre enojado.

Pero cuando volvió a llamarla y lo vio, sintió su corazón latir con la misma violencia de hace unas horas. Solo que ahora no había dolor, solo un agradable calor extendiéndose por todo su pecho, por todo su cuerpo, hasta llegar a la punta de sus pies.

Él la miraba con verdadera preocupación, una mirada dulce y cautelosa.

—¿Realmente se encuentra bien? —Su voz, tan suave como la de un bardo la tranquilizó—. Puedo llamar al médico nuevamente

—¿Tan mal luzco? —Se atrevió a bromear al volver a la realidad.

El señor Holland no era su marido, tenía que detenerse con sus recuerdos lastimeros. No podía reflejar su pasado en cada hombre que conociera.
Oh, pero era difícil, muy difícil cuando vives tan atormentada.

—¡No! Me refiero a que se le ve afligida, quizá deba descansar un poco más —explicó velozmente.

Gabrielle le sonrió y tomando valor se acercó un poco más al escritorio.

—He descansado más que suficiente, me temo qué no podía estar encerrada otro segundo —Pasó una mano por la elegante silla de cuero—. Me propuse salir seguido ¿sabe?, conocer cosas que antes no estaban a mi alcance.

—Quizá un poco de aire entonces, muchos de los mejores invitados del mundo qué han estado en el Birminghton han elogiado sus jardines —Con una sonrisa, extendió una mano caballerosamente en su dirección—. ¿Le apetece un paseo?

—Una viuda paseando sola con un hombre en el jardín y sin compañía. Creo que ya he dado mucho de qué hablar por hoy, no quiero seguir dando mala imagen a su hotel —soltó una risa al ver su como él suspiraba—. Además, no puedo salir con un hombre al que no me han presentado adecuadamente.

—¡Cierto! que nuestra primera impresión fue muy... diferente. Su hermano se negó a presentarla.

—Si mal no recuerdo, usted sangraba del rostro y yo vestía únicamente un camisón. Buen comienzo, señor Holland.

Ambos rieron recordando la bizarra escena de hace unas semanas atrás donde entro deteniendo la pelea de su hermano con él. Todo un festín de faltas al decoro por donde se viera.

Fueron varias las ocasiones en las que Gabrielle escuchó hablar de David Holland en veladas. Su nombre ya era conocido por toda la ciudad, quizá hasta en todo el continente.

Tenía la apariencia de un hombre amable y sabía tratarte con cordialidad. Solo no seas su enemigo, revela el salvajismo americano cuando es conveniente. Eso fue lo que escuchó una vez hace años a un viejo conde mientras conversaba con sus colegas. Y si eso era verdad, quizá David solo derrochaba su encanto cuando lo creía apropiado también.

Razones para amarte W1 [𝐄𝐝𝐢𝐭𝐚𝐧𝐝𝐨]Where stories live. Discover now