Capítulo 1: Retrospección... (parte 1)

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CAP. 1: RETROSPECCIÓN...

Entonces comencé a intentar recordar cualquier detalle, algún indicio que me diera a entender la razón de verme convertida en un chivo expiatorio, casi un sacrificio pagano para apaciguar la ira del monstruo que en este momento representaba el rey de Aeroldia, que había logrado devorar de uno en uno cada reino, ciudad por ciudad; hasta dejarlos convertidos en no más que pequeños “órganos” de un imperio gigantesco, en donde el corazón era el Reinato Imperial de Aeroldia, quien desde ahora, obtendría ganancia de la explotación de los recursos económicos de aquellos pueblos y tomaría parte en cada decisión que se tomase en los ahora “Doce Virreinatos del Imperio”.

No conseguía dar con nada. Mis intentos de socavar mis recuerdos conscientes no daban ningún resultado. Lo que buscaba no estaría en mi memoria de manera superficial. Siempre tuve la certeza de que en realidad yo no sabía, al menos conscientemente, de ningún trato o plan secreto de mi padre que me mostrara su motivo para deshacerse de mí.

No sé cuánto tiempo estuve tratando. Una hora, quizás más; pero lo que sí me daba cuenta, era que lo único que conseguí de mi intento fallido de excavación mental con mi meditación, era una tremenda y agobiante cefalea, que ni siquiera me dejaba reaccionar ahora con facilidad.

No lo había logrado. Pero lo que sí pude recordar es que tenía una solución y la traía conmigo en este viaje obligado. Maríah, mi guardiana, mi criada más leal, quien antes fuera mi cuidadora, era una descendiente de un oráculo; vidente por naturaleza y practicante de la hipnosis, como resultado de sus estudios en la Academia de las Artes Arcanas. Si alguien podía buscar una respuesta en mi cabeza, esa era ella; pero antes de ir en su búsqueda para que me ayudara, debía descansar. Decidí dormir unas horas para que aquel lacerante dolor de cabeza me abandonara.

Al cerrar mis ojos y por fin dormirme, soñé con pasillos oscuros, puertas entreabiertas, laberintos sin fin; sin embargo, logré descansar y eliminar la jaqueca. No sé cuánto tiempo dormí, pero al salir de mi camarote hacia cubierta, me percaté que ya el atardecer había dado paso a una negra noche sin luna, por lo cual las penumbras recorrían la embarcación de punta a cabo y no lograba distinguir sino algunas siluetas fantasmales, fabricadas por la mínima iluminación que brindaba una pequeña antorcha que amenazaba con extinguir su luz en cualquier momento.

Atravesé la cubierta en busca de Mariah, pero no logré ubicarla. Luego bajé al comedor y allí se encontraba ella, charlando animadamente con algunos marineros supersticiosos que veían en ella la posibilidad de averiguar la suerte que les deparaba su futuro y todo cuanto pudieran saber acerca de sus destinos. Era una imagen muy divertida, a decir verdad; marinos viejos y curtidos, embobados ante la maravillosa capacidad de plática que tenía mi criada, quien además, adornaba cada vaticinio con chucherías como lo inexorable, maldiciones y conjuros ancestrales, lo cual les hacía concentrarse profundamente y con un denotado interés en cada palabra, gesto y movimiento que ella hacía.

Esperé pacientemente, al tiempo que comía la suculenta cena que el cocinero del “Conquistador” nos había preparado y bebía una inmensa jarra de cerveza.

Cuando al fin se sintió liberada de sus responsabilidades, Mariah se sentó a mi lado a cenar también, al tiempo que la hacía partícipe de mis sospechas, acerca de posibles artimañas de parte de mi padre y haciéndole saber que necesitaba su ayuda para descifrar este gran misterio.

En cuanto acabamos de comer, sin siquiera dar paso a la acostumbrada sobremesa, en la cual solíamos escuchar las animadas canciones de los marinos que ya se encontraban en estado de felicidad debido a la gran cantidad de cerveza y ron que bebían durante la cena; nos dirigimos a mis aposentos, un camarote cómodamente adaptado a las supuestas necesidades que una princesa de mi alcurnia tenía, aunque siempre me destaqué por ser mucho más sencilla que eso.

Me cambié de ropa, dando lugar a una agradable camisa de dormir de seda, tan suave que era casi imperceptible. Me acomodé sentada en pose india sobre mi cama y Mariah prendió unas velas de muérdago y madreselva, que siempre le ayudaban a la hora de realizar este tipo de ritos antiguos. Confiaba en ella, siempre lo había hecho, pero sentía un poco de miedo por lo que venía. Quizás más por tener éxito, que por la práctica misma. Mientras me dormía, gracias a las oratorias de mi nodriza y a los aromas que expelían los cirios encendidos, evitaba pensar en que había sido desechable para mi padre; siempre le había amado demasiado, de hecho siempre le había puesto por sobre mi madre, lo cual de momento estaba dudando que hubiese sido lo correcto.  

Sentí el momento del trance como cuando sabes que te has dormido y tu mente se aletarga y se entrega a las ensoñaciones venideras. Lo que vi esa noche, no lo olvidaría nunca…

Princesa EsclavaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora