1. Un nombre muy raro

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La puerta vuelve a cerrarse y Antara se siente exasperada por el silencio que la envuelve.

—¿Estás ahí? —le pregunta a Óscar.

—Ehm... sí. Sí, estoy aquí. Estás... preciosa.

Antara lleva tiempo acumulando dudas y rabia a partes iguales; todo ello proyectado hacia Óscar pero en aquel momento, no sabe a qué sentimiento darle rienda suelta. Casi le cuesta entender cómo han llegado a ese punto, ellos, que eran la pareja perfecta en el instituto. Ella, la chica más popular, la más admirada, gran estudiante y cuidando siempre cada detalle. Y él, el más deseado por todas, el más apuesto; también alumno ejemplar y mejor deportista. Una relación idílica y cómplice que, de la noche a la mañana se convierte en algo extraño y distante.

Están el uno frente al otro y no saben qué decirse para dotar de naturalidad a una relación que siempre la tuvo. Al menos, en apariencia.

—Sé... que te debo una explicación —dice al fin Óscar.

Las palabras resultan todo un alivio para Antara.

—Siéntate —le pide ella.

—Prefiero quedarme de pie. Si no te importa.

—Claro.

Antara recula un pasito y se sujeta al tocador que le queda detrás.

—Verás, primero... cuando supe lo del accidente... dijeron que estabas mal; ni siquiera sabían si sobrevivirías y te juro que fueron los peores días de mi vida. No tenía caso que fuese a verte, pues no iban a dejarme entrar. Después... tu vida ya no corría peligro pero no sabían si despertarías y, por dios que no me vi capaz de verte así. De todos modos tú tampoco ibas a darte cuenta. Hubiera sido absurdo que te visitase.

—A veces basta con estar ahí, Óscar —responde Antara al fin—. Aunque no te puedan ver o aunque no puedan hablarte, basta con que puedan sentirte, de algún modo.

Algo en la expresión de Óscar se relaja, quizás el hecho de estar tratando algo que Antara y él habían hablado otras veces, tan espiritual ella; tan pragmático él.

—Sensaciones, percepciones —dice Óscar—. Ya sabes que yo sólo me fío de lo que veo.

—Yo no te veo y sin embargo estás aquí.

Óscar se lleva el puño a la boca.

—Lo siento —se disculpa—. Lo que quiero decir es... Cielos, Antara, esta no es una de tus novelas de amor o fantasía en las que la chica despierta cuando él entra en la habitación o algo así. Esta es la cruda realidad y si estás en coma, no te enteras de nada. Por eso no fui.

Óscar está empezando a alterarse y eso le hace perder la sutileza en sus maneras; Antara lo sabe bien. Por eso trata de suavizar el efecto de sus palabras en ella. No quiere que le afecten más de lo necesario.

—Estuve despierta mucho tiempo en el hospital —le recrimina—. Tres meses. No podía verte pero sí me hubiera enterado, como tú dices.

—Ya... No sé, había pasado mucho tiempo y... pensé que me lo reprocharías, con toda la razón del mundo. Además, supe que habías perdido la visión y... no sabía cómo afrontarlo.

Antara sonríe.

—Soy yo quien debe afrontarlo, Óscar. Sólo necesitaba... no estar sola.

—No estabas sola. Tu... tu familia estaba contigo.

—Sí... —murmura—. Mi familia...

—Hay... hay algo más que quiero decirte.

Antara guarda silencio. Ni siquiera se siente con fuerzas para enfadarse y mandarle a paseo. Que diga lo que tenga que decir y después, se marche; sin aspavientos ni dramas.

Dioses de Antara (Dioses y Guerreros 1)Where stories live. Discover now