Capítulo 41. Orgullo contra orgullo

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—Pero...pero...si te queda bien, hija, pero...¿no te vas a arrepentir de habértelo cortado?

—No— le señalé con el dedo—Este cambio me viene bien.

—Estoy de acuerdo. Le queda bien así—aseguro mi padre con una sonrisa y esperó de pies en silencio hasta que mi madre se alejó de nosotros, caminando hacia la cocina en busca de mis abuelos. —¿Milly?

—Con el abuelo en el bosque.

«¡Con su chingo novio en el bar de arriba y ni puta forma para avisarle que llegaron! »

—Mejor.—se me acercó lentamente. —Toma— extendió su mano para entregarme el teléfono. —Creo que es hora de devolvértelo. Tal vez había exagerado. No me arrepiento, pero creo que con el hecho de que hayas decidido por ti sola venir aquí significa que sabes que es lo que te conviene. ¿O no?

—Definitivamente. Has tenido razón con todo lo que incuba a ese hombre.

—Temo que no lo he tenido.— afirmó, haciéndome fruncir el ceño confundida.

Quería entender el racionamiento de mi padre pero, cuando estuve lista para pedirle más detalles, lanzó otra pregunta.

—¿Has hablado con tu...padre?— gruño.

—No. No le dije que me iba de la ciudad.

—Se lo dije yo. Dijo que te visitará estos días.

—¿Aquí?

—Aquí.

La voz de mi abuela resonó en toda la casa. La felicidad se podría leer en su rostro con tanta facilidad cuando miraba a su hijo. Era una imagen de familia perfecta, y gracias a ellos, logré grabarme algo tan especial en la memoria.

No pude negar que en cuanto me había quedado sola, sin ninguna mirada sobre mí, no me sentí tentada por ver si había algunos mensajes de Íker. Mi teléfono estaba sin batería así que, mi curiosidad debería esperar un tantito más.

Le di gracias a Dios cuando vi a mi abuelo y a mi hermana acercándose a la casa juntos. De seguro, Milly notó el coche de nuestros padres y logró ponerlo al tanto a su abuelo. Era nuestro cómplice. Digo, el de Milly. A mí nadie me visitó.

—¿Y mi árbol?— pregunté poniendo mis manos en la cintura.

—La paciencia nunca fue tu punto fuerte—dijo mi abuelo riéndose mientras sus ojos se iluminaron y pusieron llorosos en cuanto notó a nuestros padres en la casa. Si había algo que lo emocionaba a ese hombre áspero, duro y valiente, era toda la familia juntada bajo el mismo techo. —¿Qué te hiciste al cabello?

—¡Esto digo yo!— exclamó mi madre.

—Dejen a la chica en paz— gruñó mi abuela—Aún me recuerdo las travesuras que hicieron ustedes dos—apunta a mis padres con el dedo.

Y ahí estábamos todos riéndonos. Con mil problemas en el corazón y en la mente pero sonriendo porque al final de toda la vida nos dio una razón inigualable para ser felices. La familia.

Unas horas más tarde había llegado el camión que transportó el árbol que mi abuelo había escogido. Uno hermoso. Enorme. Gigante...más de lo que debía ya que él y mi padre se vieron obligados en cortarlo y arreglarlo para poder meterlo en la casa mientras que yo me dirigí en busca de las cajas llenas con decoraciones que compré antes de llegar aquí.

Mi abuela estaba en el jardín regañando a mi abuelo por su falta de visón, dando indicaciones concisas y volviéndolos locos a los hombres de la casa con su voz alta. Siempre le gustó ser la jefa de la casa y mi abuelo, en su gran amor por ella, siempre le había cedido el lugar.

Mi mamá y mi hermana estaban en la cocina, empezábamos a cocinar las cosas que mañana íbamos a comer todos juntos en la mesa. Mañana era la Navidad. La fiesta que estaba esperando cada año con tanta impaciencia.

Y yo... De repente me vi inmortalizando la imagen en un video hasta que noté en la pantalla de mi teléfono los mensajes de Íker que me estaban entrando.

«No sé cómo decírtelo pero necesito verte», fue el primero, seguido por : «Acepto que fui un imbécil », «Puedes matarme en mil maneras pero por favor dame la chance de hablarte », «Estoy en frente de tu casa.», «Si no me contestas voy a entrar por la ventana», «¿Dónde estás? », «Estoy dentro de tu casa hablando con tu papá.».

Cerré los ojos y borré todos los menajes junto a su número al instante. No necesitaba un hombre como él en mi vida. No podría culparme de nada. En cambio, yo sí.

La tarde había pasado en la mejor forma posible, aunque necesité toda mi fuerza mental para ignorar los mensajes que me seguía mandando Íker. No era fácil ignorarlo y el puto del año no daba señales de que iba a parar. Lo conocía. Sabía que no iba a parar fácilmente. El único problema era que yo tampoco quería romper mi promesa de no volver a dirigirle una sola palabra por el resto de mi divina existencia, o hasta que se me bajaran los caprichos. Estaba consciente de que no podría negarle el derecho de conocer al bebé, igual como no sería justo para mi bebé.

—¡Deja eso!— gritaron todos en el momento en el cual me vieron cargar una caja llena de basura para dejarla en la terraza.

—Estoy embarazada, no enferma—repliqué molesta. Entendía que me estaban cuidando, pero a veces, casi siempre, se pasaban de la raya.

—Dámela—ordenó Milly, acercándose y agarrando la pequeña caja que tenía entre los brazos. — Mi sobrino está ahí.

—Tu sobrino sabrá cómo limitaste la libertad de su madre.—repliqué. —¡Esto es el colmo! —exclamé, mirándola caminar hacia la puerta. —Yo tengo que hacer cosas, no me gusta estar así sin actividad. Necesito pillar algo, hacer algo. No sé.—hablé y hablé, pero nadie parecía interesado por mis quejas. —No, pues, claro. ¡Esta bella y limitada mujer se va a pasar en el jardín! Échenme un ojo, no será que el viento me coma o la luna me asfixie.—hablé con ironía y todos se miraron entre ellos.

«Extraño hacer maldades...», pensé en cuanto salí afuera y me dirigí hacia el coche de mi papá en busca de unos discos con música de Navidad que le indiqué comprar hace unos días cuando había llamado a la casa de sus padres.

—¿Qué es esto, papá?—me reí hablando sola dentro del coche. —Esta es música de niños pequeños...

Siempre amé la noche. No sé si era por el misterio que poseía gracias a su oscuridad, a la magia de la incertidumbre o al silencio profundo que la caracterizaba, pero vivía enamorada de ella.
Eran las once de la noche... En una hora iba se la Navidad.

Me bajé del coche y miré la luna y las estrellas mientras que el viento sopló lentamente desde atrás haciendo que unos mechones de mi cabello me cubren la cara fría y, después de mucho tiempo, volví a sentir ese olor tan particular. El de Íker.

«Cerebro, colabora, por el nombre de la Santa Neurona. Colabora. «No es el momento de jugar mentalmente conmigo.»

—Milla...—escuché tras un tiempo.

«¿Cerebro?, ¿qué pendejadas del infierno hiciste?»

Mi piel se erizó por completo, mientras que mi corazón se aceleró con tanta fuerza que temblé al ritmo de sus latidos.

No sabía si era mi imaginación o si era real, así que sin más me giré hacia donde provenía esa voz tan familiar.

Punto número uno: Mi cerebro no era un idiota.

Punto número dos: Yo no era una idiota.

Punto número tres: Alguien morirá en esta noche...

Te conozco x los zapatos ©®  Where stories live. Discover now