Prólogo: Un cuento para dormir

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-No si yo la hablo.

-Pero nosotras no.- Alanna abrazó a Nicolette mientras levantaba el labio inferior y juntaba sus cejas en forma de puchero.

-Yo sí lo hago.- dijo Jolene.

-Y eso nos enorgullece, nena.- dijo su padre.- Pero eres la única a parte de tu madre que lo hace, y eso no sería justo para los demás.

-Pero puedo traducirlo.- replicó la niña. Su sonrisa mostró sus pequeños dientes blancos.

-Mamá también, y suena mejor.- dijo Desireé con desdén.

-¡Dess! No le hables así a tu hermana.- la reprendió su madre.

-Es verdad. ¿Por qué tendríamos que escuchar dos voces diferentes, o la lectura lenta de Jolie, cuando puedes hacerlo sólo tú.

-Ten piedad de nosotros, querida.- Maurice se había unido al fuerte contra la lectura en su idioma original.

-Pero si se los traduzco, de verdad se volverá un idioma morte.- Nicolette abrazó el libro como si lo protegiese.

-No, porque Jolie lo habla.- dijo Amara.

-Y nosotras lo conocemos, aunque no a profundidad.- Alanna continuó.

-Y si nos lo lees en español, prometemos estudiarlo más.- terminó Desireé.- Pero no nos lo leas cuando queremos dormir, nos mantendrás despiertas por más tiempo.

Jolene rió maliciosamente, Maurice abrió los ojos como platos.

-Esta es mi noche, por favor, sólo hoy lee la historia en español.- le suplicó su marido. 

-Mmm.- Nicolette se llevó la mano a la barbilla.

Conocía a su familia, y los únicos que en verdad estudiarían serían Maurice y Jolene. Las trillizas sólo hojearían los libros un rato y después se aburrirían. Pero al final, con que una persona supiese el idioma le bastaba. Suspiró y acepto leerles en español. Todos se alegraron levantando sus manos en señal de victoria.

-Erase una vez...- comenzó Nicolette. 

Las niñas se cubrieron con las cobijas hasta la barbilla.

"En un lugar muy lejano, un niño malcriado  maltrataba a sus sirvientes e incluso a su familia y amigos. Creía que él, por ser el príncipe y único hijo del Rey, merecía ser tratado como una deidad y por ende, todos los demás debían rendirse a sus pies. Sus padres estaban ocupados cuidando al reino y a sus ciudadanos como para preocuparse por su joven hijo. Pensaron que al final crecería, maduraría y entendería que esa forma de pensar no era digna de un futuro regente, pero por desgracia, nunca lo hizo. El rey y la reina murieron mientra realizaban un viaje a un país aliado, dejando al joven de quince años como nuevo rey de toda el lugar. Aunque no estaba en edad de ser coronado, no había ningún familiar cercano que fuese mayor que él, por lo que tomó el puesto en seguida.

Al principio, todo iba bien. Escuchaba a sus asesores, reunía la misma cantidad de impuestos, y los mantenía al país en perfecto estado. Pero en cuanto entendió cómo funcionaban las cosas, se volvió arrogante. Tomaba todas las decisiones el mismo, sin importar si sus asesores pensasen si fuesen malas, se quedaba con el dinero de los aldeanos para mejorar su palacio y comprarse mejores vestimentas, cada una más cara que la otra, dejando al país en un estado de caos y misera. La gente estaba harta del joven rey, y planeaba una revolución, pero no fue necesario. El rey decidió tomarse unas vacaciones e irse a un castillo de verano y hacer una fiesta para los nobles más ricos. 

Ese día se soltó una gran tormenta. La fiesta, que estaba planeada para festejarse en el jardín del castillo, se movió al gran salón. La lluvia les importó poco a los nobles quienes llegaron en sus lujosos carruajes, entrando al lugar como si fuese de ellos. En eso, una anciana empapada trató de entrar. La capa que le cubría su cabeza y joroba era largo y percudida. Se notaban las salpicaduras de lodo en los bordes. Los guardias sintieron pena por ella y quisieron dejarla entrar, pero justo iba pasando por ahí el rey y se los impidió. No la reconoció y le pidió su invitación. Obviamente, esa mujer no formaba parte de la lista de invitados, pero le suplicó que la dejase entrar a resguardarse de la lluvia. El rey dijo que no era posible, que si la veían por el castillo lo haría la burla de sus invitados y ensuciaría todo el castillo. La señora insistió diciendo que no le ensuciaría nada, y que si la dejaba entrar le daría a cambio algo muy valioso. El rey se interesó y le preguntó que era eso tan valioso. La señora sacó de su bolso una hermosa rosa roja. El rey se rió. "¿Qué tipo de broma es ésta?" preguntó tomando la rosa para examinarla. "No es una broma, es una rosa" contestó la anciana. Al rey no le gustó el chiste y le lanzó la rosa. "No encuentro valor en esto" dijo. La rosa cayó en la entrada, mojándose un poco. La anciana, al tratar de evitarlo, se tropezó y se mojó aun más. "Es una rosa mágica, señor" le gritó. Los guardianas se inclinaron para ayudarle, pero el rey los detuvo. "Pues pídele que te ayude, porque ni con magia lograras entrar aquí" le contestó. Les ordenó a los guardias que la dejasen afuera, y que sólo permitiera entrar a los nobles con invitación. Muy a su pesar, los guardias siguieron las ordenes dadas con temor a ser despedidos o algo peor. Cada noble que pasaba por ahí veía con desdén a la anciana, y ninguno se tentó el corazón para siquiera dejarla entrar a sus carruajes.

Una Bestia en la CorteWhere stories live. Discover now