-Lo siento -dijo Christopher, al verla con la lata en la mano-; debe de haberse salido de una bolsa del supermercado. Más vale que la guardes en la guantera, para que no esté suelta.

Ella siguió su indicación, sin dejar de lamentar que estuviera tan encariñado con aquel perro que había sacado de la Protectora de Animales, y que era tan enorme como fiero. Christopher había conseguido un magnífico perro guardián, que era lo que le convenía, puesto que en su vivienda-taller guardaba con frecuencia piezas muy valiosas, pero a ella le daba miedo. Nunca había podido decidirse a darle una palmadita, ni mucho menos jugar con él, como hacía su dueño, que insistía en que era inofensivo si no notaba agresión. A lo mejor todo era debido a que ella no hubiera tenido ningún contacto con perros de pequeña. Por cierto...

-¿Cómo es que nunca me has contado nada de cuando eras pequeño, Christopher ?

-Pues porque no tiene ninguna gracia recordar los peores años de la vida de uno, _______.

No era agradable, pero era justo. Tampoco ella le había dado muchos detalles de su infancia. Solo le había contado que sus padres se divorciaron y ella se fue a vivir con su abuela hasta que empezó en la escuela de diseño, y tuvo que ir a Sidney. Como su familia, si así podía llamarla, vivía a centenares de kilómetros hacia el norte, en Port Macquarie, no fue nada difícil descartar el ir a verlos.

Por otra parte, al no tener padres ni hermanos, Christopher no estaba precisamente obsesionado con el tema de la familia. Siempre había aceptado su independencia con la misma naturalidad con que consideraba la suya propia. Así que no se había sentido obligada a contarle que había crecido sintiéndose una carga. No le gustaba recordarlo, y, a fin de cuentas, él la aceptaba tal cual era, sin cuestionarse su procedencia o ambiente, que era exactamente lo que ella prefería.

-¿Tenías perro de pequeño? -le preguntó, volviendo al asunto que la preocupaba.

-No. Mis padres no me dejaron. Era una lata -sonrió con amargura-. Ya era bastante lata yo, para encima cargar con un perro.

Así que a él también lo habían considerado una carga, aunque hubiera sido un hijo deseado.

-El portero del colegio tenía un perro, y me dejaba que jugara con él -siguió Christopher y, evidentemente, eran recuerdos agradables-. Bueno, con ella. Se llamaba Miel, y era una hembra de Labrador. Un año tuvo nueve cachorros, nada menos. Yo habría dado cualquier cosa por uno de esos cachorros.

_______ ahogó un suspiro. Estaba claro que Christopher no iba a desprenderse de Spike, así que había un problema más. ¿Cómo iba a permitir ella que esa fiera se le acercara a Charlotte? Había oído y leído demasiadas historias terroríficas sobre los ataques de perros de presa a niños como para que se pudiera siquiera plantear el arriesgarse.

Ya habían salido del túnel y rebasado la avenida por la que normalmente se desviaba Christopher , en dirección a su casa. Era preciosa, con vistas al mar, y muy amplia, aunque Justin había dedicado el garaje, con capacidad para tres coches, y el porche, que normalmente era el área de juegos para otras familias, a taller. La verdad era que tener que hacer sitio para una criatura no dejaría de ser un incordio.

Cada vez estaban más cerca de su casa, y _______ se resolvió a dejar las cosas claras. Christopher tenía que comprender que no le bastaba con palabras: tenía que ver pruebas sólidas de su dedicación antes de plantearse compartir la vida con él. Estaba a punto de decírselo, cuando él se le adelantó:

-Todos los niños deberían tener perro -declaró con convicción, y echó un vistazo hacia ella, para comprobar que estaba de acuerdo con él-. Bueno, tal vez uno pequeño para empezar. Me han dicho que los fox terrier enanos son muy buenos compañeros.

Papá por sorpresa// Christopher Vélez y TN//Where stories live. Discover now