Capítulo único.

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La guerra acabó con un funeral, y con el llanto de un niño huérfano.

El niño, en cuestión, en los brazos de la chica rubia enredaba un puño cerrado en mechones de pelo suelto.

Y un hombre miraba la escena, llorando al pensar que todo podría haber sido tan diferente,

y ni siquiera era consciente de lo diferente que era la otra versión de la historia.

El sol se cuela por la ventana abierta, y Marlene deja a Harry en la alfombra, es noviembre pero desde que el Señor Tenebroso cayó hace un clima típico del verano, Dumbledore dice que el clima tardará un poco en hacerse a la nueva situación, pero ellos tenían mejores cosas que pensar que en el clima.

Porque Peter seguía en paradero desconocido, Sirius realmente pensaba que ya estaba muerto; Remus no había asomado su hocico lobuno por la sociedad mágica desde antes de la tragedia de los Potter. Y Dorcas había caído incluso antes. Alice y Frank seguían sin creérselo, el pequeño Neville creía a más velocidad que Harry, y cada día que pasaban lo veían un milagro.

Por un terrible momento, Sirius y ella se volvieron a ver solos, con el legado de sus mejores amigos gateando en el salón de una casa que todavía no sentían como suya. Ese había sido el primer paso: encontrar un lugar donde Harry pudiera vivir, que no fuera las ruinas de la casa donde sus padres habían sido asesinados, pero tampoco el lúgubre entorno donde Sirius había crecido. La mansión de los McKinnon era tan grande, y estaba tan vacía que a Marlene todavía le producía escalofríos, que en el arco de la cocina todavía están las marcas de las medidas que su hermano y ella se hacían cada año, antes de ir a Hogwarts, antes de que fueran demasiado mayores. Pero su hermano no volvería por allí, no llegaría con un niño con los brillantes ojos verdes de los McKinnon; y su madre no saldría a recibirle con galletas. Su padre no volvería a pilotar en barco que tenían anclado en Capri.

Recuerdos como aquellos le hacían odiar la magia, aborrecerla, porque sin magia no habría existido un mago tenebroso que borrara del mapa a todos los McKinnon, excepto a ella.

Pero luego, veía a Sirius creando luces de colores con su varita, entreteniendo a Harry como bien sabía que le gustaba, porque había sido el gran orgullo de James y Lily no había un detalle que no conocieran; y vuelve a sentir debilidad por la magia.

Sirius y ella no habían acordado vivir juntos, aunque ciertamente lo habían hecho antes de la guerra. Era el paso lógico, eran pareja, tenían un futuro que todavía parecía irreal, y un niño que cuidar entre los dos, porque de todos los conocidos que Harry Potter pudiera tener en su corto año de vida, no había nadie más ideal que ellos para cuidarlo, a pesar del escaso instinto maternal y paternal que ambos tenían.

Porque Marlene no se había planteado ser madre, que estaba segura de que eso no era para ella, pero alguien puso a Harry en sus brazos el treinta y uno de octubre de mil novecientos ochenta y uno, y no había podido volver a soltarlo, había biberones y papillas en las mesas, y un llanto que no dormía mucho - todavía -. Y a veces se encontraba a las tres de la mañana, sentada en una mecedora que recordaba de su infancia cantando viejas nanas escocesas que a ella solían cantarle para dormir.

Y luego volvía a la cama, y encontraba a Sirius despierto. Y buscaba su calor como lo llevaba haciendo desde los quince años, y solo tienen veintiuno, pero se sienten muchísimo más adultos. Dicen los muggles, que las penas hacen envejecer el alma.

-Lo estamos haciendo - escucha que Sirius dice.

Y ella le da la razón, sin apenas hablar. Mueve la cabeza solo para buscar sus labios.

Lentitud. Calama. Rutina. Extraña paz. 

Extraña paz.Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum