Prólogo

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El día en que este libro empieza fue justo el día en que me pregunté por qué, con lo que odiaba el frío, había construido mi base secreta en uno de los lugares más helados del planeta. Y es que, a casi nueve mil kilómetros de Moscú, la temperatura descendía a menos setenta grados centígrados. En invierno era normal alcanzar esas temperaturas, que gracias a la tecnología que había creado, no notábamos. Tal vez esa era la respuesta, para demostrar que ni el ambiente más gélido podría contra mi fuego azul.

Había otro motivo por el que me había puesto melancólica: Oksana cumplía dieciocho años. Consideraba una idiotez darle importancia a esa fecha, porque solo a los humanos se les ocurriría una forma tan estúpida de marcar la mayoría de edad. Aún así, yo había tenido a mi hija a los dieciocho, y ahora ella había alcanzado esa edad, una edad en la que la consideraba más que apropiada para empezar a asesinar ángeles.

¿Qué pensaría ella realmente de mí? ¿Sentiría lo mismo que yo hacia Duma? No estaba segura de que me gustara eso. Siempre he admirado a Duma como mujer y como guerrera, pero no sé si como madre.

Para empezar... ¿por qué me había puesto un nombre que significaba «paz»? Ella era una guerrera y siempre me había adiestrado como tal.

—Cuando acabas con una guerra, llega la paz, ¿no?

Me volví hacia la hermosa criatura alada que había aparecido junto a mí. Llevaba vaqueros, unas botas marrones carísimas pero algo desgastadas y una camiseta blanca, normal y corriente, su melena negra cubriéndole la espalda; Duma era inconfundible. Se había ampliado los tatuajes florales del hombro y ahora también se enroscaban a su brazo como un brazalete de tinta irisada. Era la primera vez que la recibía dentro de mi base, no le había dejado entrar hasta entonces y había pasado un año, quizá más, desde la última vez que nos vimos.

No me gustaba que me leyera la mente. Ella me había enseñado a ser imperturbable, que es como los nefilim llamamos a las personas que saben ponerle barreras a su mente para que no la puedan leer otros seres, pero se veía que no me había enseñado a ser imperturbable contra ella.

—¿Así que ya sabías yo sería reina nefilim?

—Sabía que no te conformarías con una profesión normal... Y, de momento, no eres más que la jefa de unos tipos muy perturbados con tendencias criminales.

—Cuando les conozcas, verás lo capacitados que están —reclamé, orgullosa.

—Eso ya lo veremos.

—...¿Madre?

—¿Sí? —Se volvió hacia mí, sorprendida de que, por una vez, le hubiese llamado así.

—¿Te acuerdas del día en que me diste a luz?

Yo sí recordaba cuánto sufrí para dar luz a Oksana, y lo plena y orgullosa que me había sentido, como si acabara de realizar al fin un complicado ritual que me había tenido jodida los ocho meses anteriores.

—Claro que lo recuerdo. El cielo de Rusia se desmoronaba en copos de nieve, era un día especialmente frío... Es decir, en Moscú no llegaba a hacer el frío que aquí, pero, ese día, las temperaturas bajaron mucho más de lo normal.

Eso lo sabía porque, a veces, sueño con ese frío metiéndose en mis entrañas y cuando despierto, sé que fue real. He pasado mucho frío en mi vida y ninguno se asemeja al de ese día. No creo que podamos soñar con cosas que jamás hayamos experimentado. Por ejemplo, antes de follar con mi primo, solamente soñábamos que estábamos a punto de ello, pero siempre ocurría algo que terminaba de frustrar ese anhelo reprimido, lo que solamente me dejaba más aturdida y desconcertada, y yo siempre he odiado sentirme así, como una chiquilla, aunque en ese entonces lo fuera.

—Nadie sabe por qué diantres hacía tanto frío ese día; el fuego, una débil llama que rehusaba aceptar la energía de los troncos de madera que le echábamos, se apagaba con ráfagas heladas invisibles. ¿Sabes? Creo que lloraste tanto ese día que agotaste todas tus lágrimas.

Ella siempre se burlaba de mí con lo mismo. Eso era mentira. Sí que he llorado, pocas veces, y en todas ellas me aseguré de que nadie me veía.

—Siempre me dices lo mismo...

Mi tío, el ángel caído Golab, fue la primera persona queme vio desnuda, seguido de mis padres y de Urian el Infame, que llegó tarde, cuando yo ya estaba con medio cuerpo fuera porque, al parecer, había estado metido en no se qué lío de faldas polémico. Cuando entró pidiendo disculpas por la tardanza y poniéndose a maldecir por el frío que hacía, se metió nieve por la puerta. Llevaba botellas de vodka y whisky. El frío era tan persistente que le dieron a probar de la bebida nacional a mi primo cuando tan solo tenía tres años. Desde entonces, Sergey Golabob Zaitsev se enamoró del vodka, el amante con el que más tiempo ha durado.

—Ese maldito desgraciado llegó tarde... —murmuró Duma con los puños cerrados por la rabia.

—¿Por qué tenía que llegar a tiempo? No es como si fuera mi padre.

Tardó en responderme unos cuantos latidos de mi corazón que, sin saber por qué, se me aceleraron un poco.

—Entonces sí que me odiarías, ¿no? —dijo al fin.

—¡Yo te odiaba porque sabía que solo jugabas con él! Me enfermaba que lo rechazaras...

Si dos ángeles pudiesen tener descendencia, yo habría sido la hija de Raziel, en lugar de la de un humano patético con problemas de alcoholismo, pero en ese entonces, el único hombre y ángel que conocía que no formaba parte de la familia era Urian el Infame. Debido a mis marcas de djinn, no podía salir de nuestra dacha y Sergey era el único amigo que tenía. Cuando Urian nos visitaba, también me entusiasmaba porque eso implicaba escuchar sus historias infames y, de alguna forma, rompía con la monotonía. Como djinn, puedo sentir los deseos de la gente y sentía todos los turbios deseos de la gente que me rodeaba. Probablemente eso era lo que no me perdonaba, que podía haber evitado la traición de Urian porque yo lo sabía, así como sabía que deseaba a mi madre (y a mi tío...) más de lo que estaba dispuesto a admitir, y ella le deseaba, pero al final siempre ganaba su amor por Raziel. 

Me preguntaba cómo debía de ser el líder de los Caídos para que mi madre llevara miles de años enamorada perdidamente de él. Mi madre no se enamoraba de nadie, con Raziel fue diferente, Raziel siempre había ocupado el hueco en su corazón que debería ser para mí por ser su hija, pero una criatura como Duma tenía otras prioridades; ser madre nunca había sido una de ellas. De todas formas, nunca comprendí por qué rechazaba a Urian aun cuando estaba enfadada con Raziel. Supongo que para entenderlo, debía amar a alguien tanto como ella a Raziel, y eso me parecía imposible. Yo había amado a Sergey, pero tenía claro que no le esperaría eternamente a que se diera cuenta de la estupidez que cometió al abandonarme, y aún así, sabía que acabaría volviendo a mí porque nos unían esas costuras de sangre.

—¿Lo dices en serio? —me preguntó, asombrada.

—De pequeña quería que Urian fuera mi padre... No es como que conociera a otros muchos candidatos —alegué, mordaz.

Como ya he explicado, me la pasé encerrada, siendo entrenada por Duma y jugando con Sergey mientras oía discutir cada vez más intensamente a mis padres; ni siquiera me dejaban ver a mi tía Svetlana, Sveta para Golab, que la amaba con locura; a ella ni siquiera le dejaron estar presente durante mi nacimiento porque no querían que supieran que yo era un nefilim, que de un humano y un ángel no suele salir una criatura normal, sino alguien inhumano y superior, con poderes excepcionales por los que somos perseguidos desde hace miles de años, desde que el ángel caído Raziel engendró su primer hijo.

—No puedo creer que prefieras que ese maldito traidor sea tu padre.

—¡No he dicho que lo prefiera! Aunque cualquier cosa es mejor que esta maldita sangre mestiza... —Y lo decía de verdad, con todo mi helado corazón vibrando por el odio que había acumulado hacia los seres humanos.

—Si Urian fuera tu padre, entonces Sergey no sería tu primo —comentó, astuta.

Entonces yo me preguntaba qué iba a ser en el futuro de Sergey y yo. Si me lo hubiesen contado, no habría querido aceptarlo, habría pataleado muchísimo y me habría enfadado con el mundo, tal vez nunca más hubiera vuelto a ver a mi primo con tal de evitar lo que un día acabó pasando.

Me enamoré de Sergey y esa fue una de las cosas más estúpidas que he hecho en mi vida, pero es cierto que de mis momentos con él guardo dulces recuerdos. Fueron los momentos más felices de mi vida y el mundo parecía tener sentido. El futuro se dibujaba muy claro para mí: sabía lo que quería hacer y con quién. Derrotaríamos a la Inquisición. Juntos. No había otro camino posible, era el destino, un destino enlazado con hilo de sangre, sangre angelical.

Yo al menos tuve eso, una adolescencia feliz; después mi tío fue asesinado por su mejor amigo, asesiné a mi padre y ayudé a Duma a matar a la loca de mi tía; pero Oksana ni siquiera había tenido eso.

Al menos le di un nacimiento digno de una princesa, el mío había sido demasiado humilde para ser alguien que estaba destinada a hacer grandes cosas. Debería haber estado allí el propio Raziel, sin embargo, mi madre, tozuda como ella sola, se negó a decirle nada. A veces me pregunto cómo habría sido mi vida si Duma hubiera dejado a Raziel acercarse a mí. Él me habría querido como si fuera mi propio padre porque siempre se ha sentido dueño de Duma y, por tanto, habría considerado que su hija también le pertenecía, tal vez por eso no le dejó.

Cuando nació Oksana, me encargué de alquilar la habitación mas lujosa de un hotel y ocurrió en un día de hermosa primavera, nada de un clima glacial.

—Madre —volví a llamarla así por segunda vez—. ¿Crees que será justo hoy el día en que Urian vuelva a la Tierra?

—¿Por qué crees eso?

—No lo sé... —admití y mi vista se perdió por el paisaje de la ventana, que era falso, estábamos bajo tierra— Pero sería poético que fuese hoy.

—Cuando ese desgraciado regrese, nos encargaremos de torturarle hasta que nos suplique por su anulación y entonces, ya veremos, pero, ¿por qué dices que sería poético?

—¿Sabes? En realidad tengo una hija y hoy cumple dieciocho años.


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Texto escrito por mí

Corregido por Rakisha

Donde Dios dejó su videocámara: M.A.T.Where stories live. Discover now