Para Christopher no tenía sentido. Seguramente, había salido ganando al librarse de una mujer capaz de comportarse de manera tan irracional. Pero nunca hubo asomo de un comportamiento semejante durante todo el tiempo que pasaron juntos, todos aquellos meses de felicidad. Christopher hubiera jurado que eran compatibles por completo, incluso en el placer que ambos encontraban en su trabajo. Ella era la primera y la única persona con la que había sentido que existía un vínculo.

Todavía había momentos en que la echaba tanto de menos que llegaba a sentir malestar físico. La podía imaginar con tanta nitidez como si todavía estuviese junto a él, sentada a su lado, con aquellos ojos oscuros aterciopelados que parecían contener estrellas, y esa sonrisa que hacía que su corazón se pusiera a bailar; con su brillante pelo negro alrededor de los hombros y sus suaves curvas femeninas cual promesa que, a él le constaba, era totalmente cierta. Podía escuchar su risa contagiosa, y los murmullos que tanto lo excitaban mientras hacían el amor.

Recuerdos vanos. Deseaba olvidar a _____ _____ y lo que sentía por ella, cuanto antes. No eran mujeres interesadas en él lo que le faltaba. Era cuestión de tiempo: tarde o temprano encontraría otra mujer capaz de encender aquel fuego. Ocho meses no era tanto tiempo. Dentro de un año o dos, la traición de _____ carecería de importancia.

Al llegar a Oxford Street, se concentró en Richard e intentó cambiar su estado de ánimo. Richard Camacho era un buen amigo y un valioso contacto comercial, que no solo le encargaba siempre la restauración de las antigüedades que entraban en su tienda, sino que, además le enviaba con frecuencia clientes que deseaban muebles nuevos a juego con las piezas que le habían comprado. Esos favores merecían correspondencia, y, si hacía falta sonreírle al niño de Richard y hacerle carantoñas, Christopher estaba dispuesto a ello. Al menos por esa vez.

Christopher coincidió con otro vehículo, que dejaba un espacio libre en el aparcamiento, así que tuvo la suerte de no tener que perder tiempo buscando aparcamiento y de encontrarlo muy cerca del hospital. El reloj marcaba las siete y cuarto: tenía tiempo de sobra para llegar, comportarse como se esperaba de él, y marcharse después con la excusa de dejar a solas a Richard y su esposa, para que hablasen de sus cosas.

Tomó la botella de champán, empaquetada para regalo, del asiento del copiloto, felicitándose por su sutileza. Seguro que las demás visitas llevarían regalos para el bebé. En cambio, esa botella de importación les daría a los padres, que de tan pocas alegrías iban a disponer a partir de entonces, la ocasión de disfrutar de algunos momentos agradables.

Aunque había empezado el otoño, el veranillo de San Martín hacía que diera gusto pasear y Christopher pensó, mientras entraba en el hospital y se dirigía a recepción, que aquella era una forma de desperdiciar una tarde estupenda. Tras informarse, tomó el ascensor, disponiéndose mentalmente para sostener una conversación sobre el bebé durante al menos veinte minutos.

Se abrieron las puertas del ascensor. Christopher dio un paso para salir y, al hacerlo, le llamó la atención la persona que iba a entrar. Dio un paso más y se volvió a mirarla directamente. Tuvo la sensación de que perdía pie y caía por el hueco del ascensor, en lugar de encontrarse con ambos pies sólidamente plantados en el pasillo del hospital.

-¿_____? -el nombre le explotó en la garganta.

Aunque llevaba el pelo corto, no podía olvidar aquellos ojos que lo miraban ni el rostro de la mujer, por el que cruzó un tropel de expresiones: primero de reconocimiento, y luego, rápidamente, se reflejaron en él el aturdimiento, la incredulidad, el temor, el enojo. Entonces _____ se precipitó dentro del ascensor, clavó un dedo en el panel de control, y fue a refugiarse en un rincón. Le dirigió una mirada de claro rechazo hasta que se cerraron las puertas del ascensor.

Papá por sorpresa// Christopher Vélez y TN//Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum