Capítulo 9: Solo Nicolás y yo.

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—¿Crees que aquí pueda imprimir fotografías? —le pregunté a Miriam, mientras caminábamos a la entrada.  

—Sí —respondió ella, —hay en la salida unas máquinas en donde puedes hacerlo.

Sonreí.

—Genial.

Acompañé a Miriam en todo su tedioso camino de compras esperando ansiosamente sólo llegar a la caja para pagar y poder ir a imprimir mis fotografías. Así tendría una excusa para ver a Nicolás y a la señora Rosalía. Era lo único que me importaba. No me interesaba qué clase de pastas había ni que íbamos a cenar, de hecho, nada me aportaba si no tenía que ver con aquellas dos personas.

Respondí en el camino unos cuanto distraídos a las preguntas que me hacía Miriam mientras yo empujaba el carrito de compras.

—¿Sarah, estas bien? —me preguntó de pronto, cuando por fin ya estamos formadas en la fila para pagar. —Te noto un poco distraída.

Regresé bruscamente la  mirada a donde estaba ella, intentando apartar los recuerdos del beso de Nicolás de mi mente.

—Sí, —respondí, un poco sonrojada, por lo que aparté la mirada otra vez, clavándola en los estantes llenos de golosinas, frituras y caramelos que estaban a mi derecha. —Estoy bien.

Al cabo de los minutos, cuando ya solo nos faltaba esperar dos turnos Miriam me volvió a llamar, disipando la voz de Nicolás de mi mente.

—Si quieres puedes tomarlos.

—¿El qué? —pregunté, distraída, volviendo la mirada a ella.

—Los caramelos. —Me aclaró, señalando el estante —puedes tomar algunos.

Medio sonreí, yo realmente no había estado viendo los caramelos, pero ahora que lo mencionaba, me apetecía un par, quizá dos. Miriam haría lo que fuera para obtener mi cariño, yo ya lo sabía, y por eso llevaba algunos días planeando jugar algo llamado “pórtate bien con la tonta de Miriam y mira hasta donde es capaz de llegar” pero no sabía si funcionaria, y por lo que veía ahora me parecía que sí.

—Franco se molestara —respondí, porque aquello era verdad. Franco, como dentista me había dicho terminantemente que no me quería ver comiendo caramelos, y eso lo acaté sin ningún problema porque mi madre también me lo había prohibido durante toda mi vida, ni siquiera podía comprar goma de mascar como los otros niños. Pero con Miriam…

—¿En verdad? —le pregunté.

Ella sonrió, asintiendo.

Entonces corriendo y dando saltos me aparté de la fila y fui a donde el estante, de donde tomé un paquete de caramelos macizos, una bolsa de frituras picantes, una gran barra de chocolate y por último, como la cereza de mi pastel una Coca-Cola. Mmm.

—Quiero esto —dije, dejándolo caer todo al carrito de compras. Para ese momento ya nos tocaba pagar a nosotras.

—¿Te comerás todo eso, Sarah? —preguntó Miriam, mientras empujaba el carrito para ponerlo frente a la caja registradora.

—No inmediatamente, —respondí —aunque también planeo ir a casa de la señora Rosalía, puedo compartirlas con Nicolás.

—Ah, bueno —asintió ella —eso suena mejor, sólo no le des a la señora Rosalía, puede hacerle daño.

—Jamás lo haría —respondí, y en ese momento capté la mirada de la mujer que atendía detrás de la caja registradora, que me sonreía amablemente, al igual que a Miriam, y luego le preguntó a ésta sobre mí, si yo era su hija, y un par de cosas más, cosas que intercambian las madres con otras madres.

El secreto de NicolásWhere stories live. Discover now