Que también sabía a chocolate blanco con galleta.

—Nuestra hija tiene buen gusto. —Metí mis manos por debajo de la tela de su blusón y acaricié su barriguita.

—No discutiré ese tema contigo. —Dejó caer su cabeza sobre mi pecho—. Pero cuando sea un niño y tengas que regalar toda esa pequeña ropita rosa que ya has comprado, no quiero escuchar quejas.

—Si dejas que nos digan el sexo…

—…no sería una sorpresa. —Besó mi mejilla—.  Así que prefiero conformarme con ciertos tonos.

         Así era. Mientras yo gastaba una fortuna en cosas de niña, ella lo hacía en ropa, juguetes y muebles amarillos, blancos y verdes. Manzana, limón, pino. Nuestra o nuestro hijo, parecería un arbusto.

—Hmmm. —Rachel estaba jugando con mi cinturón—. Florecita…

         Me calló con un beso y nos empujó hacia la cama, donde se sentó sobre mi regazo. Sus piernas se envolvieron alrededor de mí y la apreté con cuidado, saboreándola. Maldición.

Tenerla así era tan bueno.

—Nathan, quiero que…

—Lo sé. —Mordisqueé su oreja y acaricié la parte baja de su espalda, de la que tanto me gustaba tirar—. Lo sé.

         Rachel gimió cuando desaté el cordón de su pantalón de algodón y lo retiré. Lo mismo hice con su camisa, besando sus pechos. Una vez desnuda, braguitas afuera, la obligué a extenderse sobre el colchón. Era tan perfecta. Su cuerpo había cambiado. Ahora sus curvas eran más anchas, aún no lo suficiente, y poseía una pancita que indicaba sus cuatro meses de embarazo.

De mi hija.

—Despacio —le informé cuando ya mi ropa había caído al suelo—. Suave.

         Rachel asintió frenéticamente, volviendo a horcajadas sobre mí.  Mientras se presionaba hice lo que demandaba y llevé mis manos a su centro. Estrecho y resbaladizo, como siempre, me hizo gruñir de pura satisfacción. Ella me encantaba, cada pequeño rincón de su cuerpo me embrujaba. No podía parar anhelar e idear algún método para tocarla en todas partes a la vez.

         Algún día lo descubriría, tenía mucho tiempo para estudiar y experimentar con ella.

         Deleitándome con sus jadeos, la hice llegar antes de entrar con delicadeza. Entre sudor y sonidos guturales, se movió sobre mí lentamente, haciéndome agonizar. No usaba protección desde que sabía de su estado, y el contacto carne con carne incrementaba mi desesperación. Dedicándome a lamer y chupar sus puntos sensibles, causé que se estremeciera una segunda vez y solo así pude liberar mi propia tensión.

—Nathan… —murmuró con ese tono satisfecho y soñoliento que inflaba mi pecho de oscura arrogancia—. Mañana iremos a lo de Ryan, ¿cierto?

         Tensé la mandíbula y asentí, sintiéndola feliz y relajada contra mí, acurrucada en mi costado. Por cada mes que pasaba, por cada día que terminaba, disfrutaba más del desarrollo de nuestro bebé. Pero también el ser egoísta dentro de mí envidiaba cada vez más al sujeto. Él había estado con ellas cuando Madison aún no era objetivo de los rayos del sol. Haciendo lo que yo hacía ahora. Probablemente algunas cosas no, por supuesto que no. Pero, una sola acción de cuidado hacia ellas era suficiente para que la envidia rejuveneciera el desprecio que sentía por mí mismo.

         Abrazándola posesivamente, acariciando la piel de su hinchado vientre, me quedé dormido junto a ella como cada noche. Como anhelaba hacerlo hasta que el último aliento abandonara mi cuerpo.

Extras de DE ©Where stories live. Discover now