—Pará, ¿dijiste "inteligencia artificial"?

—Sí, aprende y se adapta re fácil, podría hacer los mandados si quisieras.

Pero yo tenía suficiente ciencia ficción encima como para saber que tal cosa no podía terminar bien.

—¿Pero vos estás loco? –"No aprendió nada viendo Matrix, este", pensé—. ¿No te acordás que el Flaco contó que sus I.A. hacían cosas raras? Vos mismo le dijiste que...

—No te preocupes, ya corrigió todo eso; ahora es perfectamente seguro. –agregó, señalando al robot. Lo miraba con tanto cariño que era casi conmovedor. Como si no tuviera una hija ya.

—Dale, ponele un nombre –volvió a decir.

Ahora tenía otra, pero nacida de su cabeza.

—Minerva.

—Más horrible no se te ocurrió, ¿no?

—Mi - ner - va. - Di - ga - su - de - no - mi - na - ción.

—Ana.

—A - na.

...

A la larga me acostumbré y llegué a pensar que el Flaco tenía razón. Minerva era dócil y eficiente, y aprendía muy rápido. En un mes limpiaba, lavaba y ordenaba exactamente como yo le había enseñado, e incluso mejor. Y como tenía las piernas y los brazos extensibles, adopté la costumbre de pedirle que me alcanzara las cosas en lugar de moverme yo misma. Pronto olvidé mis aprensiones del comienzo, más que nada por el hecho de que tenía más tiempo para dedicarle a Zoe, al trabajo, al jardín, a mis amigas... Bruno también se vio beneficiado. Cuando Minerva no estaba trabajando, él se la llevaba al laboratorio para que lo ayudara en sus proyectos, y siempre decía que era la asistente ideal. Incluso Zoe la había aceptado como niñera las pocas veces que la dejábamos con ella.

Pronto se convirtió en un miembro más de la familia.

...

No sé cuándo comencé a pensar que pasaba algo raro. Quizás fue una acumulación gradual de detalles que de pronto se hicieron notar, o sólo se le había quemado un circuito de un día para el otro. El caso es que de repente me obsesionó la idea de que Minerva me odiaba. Me parecía que hacía de mala gana lo que yo le pedía. A veces se me ocurría que pasaba demasiado tiempo con Bruno. Comencé a vigilarla constantemente, revisaba lo que hacía, buscaba cualquier excusa para salir de la casa con tal de no quedarme sola con ella.

Traté de tranquilizarme; me dije que era sólo mi imaginación, que había leído demasiados cuentos de Asimov, pero no sirvió de nada. Por supuesto que cuando le comuniqué mis inquietudes a Bruno, no me creyó. "Vos y tus cuentos apocalípticos", me decía. "Es perfectamente segura." Pero no llegaba a convencerme.

Hasta que una vez abrí los ojos a mitad de la noche y la vi de pie, de mi lado de la cama, observándome, si es que puede decirse tal cosa. Creo que desperté a toda la cuadra con el grito que di. Tuve un ataque de nervios, de modo que Bruno se la llevó al taller y la desactivó. Volvió con una taza de tilo bien cargado, y me calmó diciéndome que llamaría al Flaco para que revisara la I. A. cuanto antes.

Al día siguiente me fui a trabajar. Minerva había quedado encendida para limpiar el sótano, donde Bruno tenía su taller. Él se había llevado a Zoe a lo de su madre, ya que se había tomado la tarde libre, y me había prometido que estarían en casa antes que yo para que no tuviera que quedarme sola con el robot.

Sin embargo, al volver, me di cuenta de que aún no habían llegado. Minerva había salido del taller y estaba junto a la biblioteca, destruyendo sistemáticamente mis libros. Una montaña de hojas de papel desgarradas le cubría los pies. Me quedé helada en la puerta sin poder creer lo que veía. Ella, al oírme entrar, giró la cabeza. Por un instante nos miramos en silencio, hasta que soltó el volumen que tenía en las manos y se lanzó hacia mí.

Me derribó e hizo que me golpeara la cabeza contra la puerta. Creo que me desmayé, porque lo siguiente que recuerdo es despertarme y sentir que alguien me arrastraba del brazo derecho por las escaleras. No entendía lo que pasaba; tanteé con el otro brazo buscando algo de dónde agarrarme, y tuve la suerte de encontrar la escoba, que había quedado a un lado. Le di en la cabeza a Minerva con toda la fuerza de que era capaz, pero siguió arrastrándome. Volví a golpearla donde podía, tres, cuatro veces, hasta que logré que me soltara.

Caí por los pocos escalones que había subido y me incorporé. El hombro derecho me dolía horrores, pero tomé la escoba con las dos manos y me puse en guardia. Minerva no se movió. Sólo estiró los brazos hacia mí con una velocidad tal que apenas pude esquivarla. Las manos siguieron de largo y atravesaron la puerta. Ella permaneció inmóvil, salvo por sus brazos, que retrotrajo haciendo caer algunos trozos de madera y los hizo volverse hacia mí como serpientes.

Una y otra vez siguió atacándome; apenas lograba defenderme. Los golpes casi no le hacían mella, así que me vi obligada a improvisar. Mientras continuaba eludiendo sus embates, solté la escoba, me las arreglé para subir las escaleras, sujetar a Minerva de los hombros y hacerme a un lado justo antes de que sus manos me alcanzaran. Se golpeó en pleno rostro y la solté para que rodara escaleras abajo.

Se había dañado gran parte de la cabeza, por lo que había perdido el control de sus extremidades, pero, así y todo, seguía moviéndose. Sus brazos y piernas, ahora también extendidas, serpenteaban por toda la sala destruyendo lo poco que había quedado entero.

Me acerqué con cuidado, tomé una silla y la golpeé hasta que dejó de funcionar.

...

Mi familia llegó media hora después. Yo estaba medio recostada en el umbral de la casa, tal como había quedado de la pelea. Había gastado la poca energía que me quedaba arrastrando a Minerva escaleras arriba hasta el dormitorio para arrojarla por la ventana a la calle, sólo para desquitarme. Algunos vecinos rodeaban el montón de metal y cables, como si eso fuera a darles algún tipo de explicación. Ninguno se me había acercado. Después de un combate a muerte con mi propio Terminator, no me sentía con ganas de conversar con nadie, y probablemente se me notaba en la cara.

Los ojos de Bruno, al ver el desastre, no podían abrirse más:

—¿Qué pasó?

—Nada −respondí−, que ni a los robots les gusta hacer las tareas domésticas.

¿Sueñan los androides con tareas domésticas?Where stories live. Discover now