Después de dos o tres semanas de la ausencia de Lydia, la salud y el buen humor empezaron a reinar en Longbourn. Todo presentaba mejor aspecto. Volvían las familias que habían pasado el invierno en la capital y resurgían las galas y las invitaciones del verano. La señora Bennet se repuso de su estado quejumbroso y hacia mediados de junio Catherine estaba ya bastante consolada para poder entrar en Meryton sin llorar. Este hecho era tan prometedor que Elizabeth creyó que en las próximas navidades Catherine sería ya tan razonable que no mencionaría a un oficial ni una vez al día, a no ser que por alguna cruel y maligna orden del Ministerio de Guerra se acuartelara en Meryton un nuevo regimiento.

La fecha fijada para la excursión al norte ya se acercaba; no faltaban más que dos semanas, cuando recibió una carta de la señora Gardiner que aplazaba la fecha de la misma, y a la vez, abreviaba su duración. Los negocios del señor Gardiner le impedían partir hasta dos semanas después de comenzado julio, y tenía que estar de vuelta en Londres dentro de un mes; y como todo reducía demasiado el tiempo para ir hasta tan lejos y para ver las cosas que habían proyectado, o para que pudieran verlos con el reposo y la tranquilidad suficientes, no había más remedio que renunciar a Los Lagos y pensar en otra excursión más limitada, en vista de lo cual no pasarían de Derbyshire. En aquella comarca había tantas cosas dignas de verse como para llenar la mayor parte del tiempo de que disponían, y , además, la señora Gardiner sentía una atracción muy especial por Derbyshire, la ciudad dónde había pasado varios años de su vida acaso resultaría para ella tan interesante como todas las célebres bellezas de Matlock, Chatsworth, Dovedale o el Peak.

Elizabeth se sintió muy defraudad, le hacía mucha ilusión ir a Los Lagos, y creía que harían tenido tiempo de sobra para ello. Pero, de todas formas debía estar satisfecha, seguramente se lo pasarían bien, y no tardó mucho en conformarse.

Para Elizabeth el nombre de Derbyshire estaba unido a muchas otras cosas. Le hacía pensar en Pemberley y en su dueño. Pero- se decía- podré entrar en su condado impunemente y hurtarle algunas piedras sin que se e cuenta".

La espera se hizo entonces doblemente larga. Faltaban cuatro semanas para que llegasen sus tíos. Pero, al fin pasaron, y os señores Gardiner se presentaron con sus cuatro hijos. Los niños (dos chiquillas de seis y ocho años de edad respectivamente, y dos varones más pequeños) iban a quedar al cuidado especial de su prima Jane, favorita de todos, cuyo dulce y tranquilo temperamento era ideal para instruirlos, jugar con ellos y quererlos.

Los Gardiner durmieron en Longbourn aquella noche y a la mañana siguiente partieron con Elizabeth en busca de novedades y esparcimiento. Tenían un placer asegurado: eran los tres excelentes compañeros de viaje, lo que suponía salud y carácter a propósito, y cariño e inteligencia para suplir cualquier contratiempo.

No vamos a describir aquí Derbyshire, ni ninguno de los notables lugares que atravesaron: Oxford, Blenheim, Warwick, Kenelwort, Birmingham y todos los demás son sobradamente conocidos. No vamos a referirnos más que a una pequeña parte de Derbyshire. Había la pequeña ciudad de Lambton, escenario de la juventud de la señora Gardiner, donde últimamente había sabido que vivían ahí algunos conocidos, encaminaron sus pasos de viajeros, después de haber visto las principales maravillas de la comarca. Elizabeth supo que Pemberley estaba a unas cinco millas de Lambton. No les quedaba de paso, pero solo tenían que desviarse una o dos millas para visitarlo. Al hablar sobre su ruta la tarde anterior, la señora Gardiner manifestó sus deseos de volver a ver Pemberley.

El señor Gardiner no puso inconveniente y solicitó la aprobación de Elizabeth.

-Querida- le dijo su tía-¿no te gustaría ver un sitio del que tanto has oído hablar y que está relacionado con muchos conocidos tuyos? Ya sabes que Wickham pasó allí toda su juventud.

Elizabeth estaba angustiada. Sintió que nada tenía que hacer en Pemberley y se sintió obligada a decir que no le interesaba. Tuvo que confesar que estaba cansada de las grandes casas, después de haber visto tantas; y no encontraba ningún placer en ver hermosas alfombras y cortinas de raso.

La señora Gardiner censuró su tontería.

-Si solo se tratase de una casa ricamente amueblada- dijo- tampoco me interesaría a mí, pero la finca es una maravilla. Contiene uno de los más bellos bosques del país.

Elizabeth no habló más, pero no tuvo punto de reposo. Al instante pasó por su cabeza la posibilidad de encontrarse a Darcy allí mientras la visitaban Pemberley. ¡Sería horrible! Solo de pensarlo se ruborizó, y creyó que sería mejor hablar con claridad a su tía antes que exponerse a semejante riesgo. Pero esta decisión tenía sus inconvenientes, resolvió que no la adaptaría no se que sus indagaciones sobre la ausencia de la familia del propietario fuesen negativas.

En consecuencia, al irse a descansar aquella noche preguntó a la camarera si Pemberley era un sitio muy bonito, cuál era el nombre de su dueño y por fin, con no poca preocupación, si la familia estaba pasando el verano allí. La negativa que siguió a esta última pregunta fue la más bien recibida del mundo. Desaparecida ya su inquietud, sintió gran curiosidad hasta por la misma casa, y cuando a la mañana siguiente se volvió a proponer el plan y le consultaron, respondió al instante, con evidente aire de indiferencia, que no le disgustaba la idea.

Por lo tanto salieron para Pemberley.

39. Derbyshire es famoso por sus piedras de espato-flúor, un mineral de formación cristalina que se parece a ciertas piedras preciosas.. Los turistas se las llevan como recuerdo.

Orgullo y Prejuicio Jane AustenWhere stories live. Discover now