Capítulo 1

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El sol entraba por la ventana de mi habitación, abierta de par en par, acariciando con sus rayos mi cuerpo desnudo. Me removí en la cama, medio dormida, recordando con cierto desencanto las imágenes de la noche anterior. Mi compañero había sido guapo y considerado, pero falto de talento, un polvo rápido e impersonal, sin sentimientos, no tan placentero cómo había buscado. Unas buenas noches apresuradas y un portazo en la cara antes de que hiciera preguntas. Su expresión de sorpresa mientras trataba de despedirse me dijo todo lo que necesitaba saber, que no era más que el típico guaperas acostumbrado a escuchar elogios y alabanzas de compañeras de cama menos exigentes que yo.

Suspiré. No quería levantarme de la cama, no tenía ganas ni fuerzas, pero debía hacerlo. "Un día más o un día menos, poco importa", solía decir Alex, y no le faltaba razón. Alargué la mano y tanteé las sábanas a mi derecha en busca del teléfono, perdido en algún rincón del desordenado mar de tela azul que me rodeaba. Ahogué un bostezo, reprochándome en silencio, una vez más, la agotadora afición que me llevaba a perder horas de sueño, y me obligaba a no apartar la vista de la luminosa pantalla rectangular.

—¡Mierda! —dije al ver la hora en el móvil. Era martes, día marcado en el calendario bajo la funesta cita de "reunión de personal"—. ¡Mierda! —grité de nuevo mientras abría el armario y me cambiaba a toda prisa, sin apenas fijarme en la desafortunada combinación de colores que había elegido. 

Daba igual lo que me pusiera, la ropa de trabajo siempre la dejaba en el club. Cogí las llaves y el bolso, agarré el móvil con fuerza, y salí corriendo hacia la estación de metro, con un poco de suerte llegaría a las tres en punto, ni un minuto antes ni uno después.

El club estaba en el centro de la ciudad, ocupando las plantas treinta y dos y treinta y tres de una conocida torre de lujo. La poca publicidad en la que había decidido invertir la gerente lo presentaba como un espacio caro y exclusivo, sólo al alcance de unos pocos. Lo cierto era que no necesitábamos anuncios, la gente que frecuentaba el lugar lo hacía ajeno a las campañas de marketing, pero las necesitábamos, la fachada de normalidad era esencial para cubrir su verdadera fuente de actividades. El alcohol y las drogas corrían libres entre los pechos de las prostitutas, más pendientes de las apretadas billeteras de los clientes que del peligroso juego que presenciaban cada noche.

Mi trabajo allí se limitaba al espacio detrás de la barra, a callar y servir bebidas cargadas, con una sonrisa en los labios y una tolerancia admirable a las manos sueltas de los que pensaban que las copas venían con premio.

Había conseguido el puesto poco después de la desaparición de Lucrecia, en un intento por abrir una pequeña rendija a la vida secreta que nos había estado ocultando a todos. Tomé la decisión de abandonar mi cómodo trabajo de oficina al terminar de leer el documento en el que la policía calificaba la desaparición de mi amiga como voluntaria. Dimití al día siguiente, lanzándome de lleno en los turbios brazos del mundo de la noche, no medí las consecuencias, el dolor y la impotencia que sentía me lo impidieron.

No me costó mucho concertar una entrevista en el club donde ella había pasado sus últimos meses, tenían varias plazas vacantes y yo era la candidata ideal para cubrir cualquiera de ellas. Mi cara y mi talla de sujetador habían convencido a la dueña, que no dudó en ofrecerme trabajo al terminar nuestro breve primer encuentro. Trató de convencerme para que aceptara una posición mucho más lucrativa, una de las que incluían sexo entre sus funciones, la rechacé, cortésmente primero, y con algo de enfado más tarde, finalmente se dio por vencida y aceptó que me convirtiera en la cara bonita que servía el alcohol.

"El uniforme lo pone el club", me había dicho en un tono que no admitía réplica. "Bien" contesté, sabedora de que debía hacer al menos esa concesión.

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⏰ Last updated: Nov 19, 2018 ⏰

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