Capítulo 2

15.6K 564 17
                                    

Los días transcurren rápido y yo hago lo de siempre; me levanto temprano, me doy una refrescante ducha para desaparecer todo rastro de cansancio del día anterior y, al terminar de ducharme escojo mi ropa habitual, algo sencillo, unos pantalones de mezclilla y una blusa lisa. Mi desayuno no varía y tampoco es muy elaborado, pero solo me alcanza para prepararme un simple cereal con leche. Al salir, cierro con llave el pequeño apartamento y me encamino a mi trabajo; siempre voy a pie, en mi cabeza solo tengo planificado ahorrar lo más posible para acabar con la deuda que tengo. Esa es mi rutina, día por día.

Mientras camino por las calles de Chicago, aprecio todas las maravillas que la ciudad brinda a los ciudadanos; hoy en especial, es uno de esos días en que todo se ve hermoso. Continúo entretenida y admirada, hasta que de un empujón, caigo al suelo, junto con mi vieja bolsa de tela.

—Lo lamento, señorita —se disculpa el señor que me hizo caer. Al ver mis cosas esparcidas en el suelo, se agacha para ayudarme a recogerlas.

Después de recoger y guardar todo en su lugar, el señor me da su mano para poder levantarme.

—¿Se encuentra bien? —pregunta.

—Sí, no se preocupe —murmuro y sacudo mis pantalones con mis manos.

—Lamento esto, estaba distraído, me disculpo de nuevo —insiste, apenado.

—Sin cuidado, continúe su camino.

El señor se va y yo continúo mi camino. Al llegar a mi destino, coloco el bolso en mi casillero y saco la ropa de trabajo para comenzar con mi labor. Salgo de los vestidores y reviso en la lista de trabajo, los autos que tengo que arreglar para entregar en los días próximos; con ánimos renovados, comienzo el trabajo.

Después de un largo día, termino llena de sudor y manchas de aceite en las manos y en el rostro. Acomodo el último auto reparado en su lugar, guardo mis herramientas y me encamino a los vestidores para darme una ducha. Siempre soy la última en salir del trabajo; como estoy rodeada de hombres, espero que ellos se bañen, se cambien y se marchen del lugar, para yo poder tomar una ducha libre de presencia masculina.

Termino de ducharme y me visto con la ropa que llevaba esta mañana. Agarro mi bolso y salgo para tomar el transporte; es tarde y temo caminar sola a estas horas de la noche. Abordo el bus y pago el transporte con las propinas que me gané el día de hoy; en solo minutos llego a casa, sana y salva. Entro y aviento mi bolso a la pequeña mesa de madera que tengo en frente de mi cama; me dejo caer en esta por el cansancio, hasta que recuerdo que tengo que depositar el dinero mensual de la deuda y la renta del departamento en el que vivo.

Me levanto de la cama y me siento sobre la alfombra; me acerco al bolso que se encuentra encima de la mesa, vacío todas las cosas y busco la chequera. Saco cuentas, para ver si me alcanza el dinero para pagar la deuda y la renta; empiezo a hacer sumas, contando con mis dedos. Después de tanto enredo con los números sale el resultado, me faltan quinientos dólares; lo que significa que tengo que trabajar aún más para llegar a la cuota y me quedan menos de diez días; aparte que debería empezar a juntar para el siguiente mes.

«Así nunca podré ahorrar para mis estudios. Esto es frustrante», pienso desanimada, pero tengo que aguantar, dicen que después de la tormenta llega la calma.

De repente, mi estómago gruñe y recuerdo que en todo el día no he probado bocado. Me levanto para buscar algo en mi alacena, pero solo hay cereales y pan tostado. En estos momentos no me apetecen, más bien se me antoja un tazón de sopa instantánea; así que me acerco a la mesa donde se encuentran mis cosas regadas, para buscar mi cartera. A simple vista noto que no está, busco en mi bolso y tampoco la encuentro. Desesperada, busco por toda la casa, analizo bien y recuerdo haberla colocado en el bolso, pero no la saqué de ahí. De inmediato recuerdo el incidente de esta mañana.

La Propuesta.Where stories live. Discover now