Cuatro

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Toda la seguridad, el orgullo y la fuerza que tuve para mandar a Daniel a la mierda se evaporaron, y en su lugar solo quedaba una Julia a la que habían forzado a salir de su zona de confort y que se sentía triste y sin ganas de nada. Un auténtico desperdicio.

Decir que la Selectividad me fue mal habría sido pecar de optimista. No me daría la nota para entrar en Enfermería ni contando con la caridad de las personas encargadas de puntuar. No me daría para ninguna carrera.

Apenas dormía, y despertar me era doloroso. Aceptar que mi ex pareja era un imbécil que no valía la pena, así como mi ex mejor amiga, era mucho más fácil en la teoría que en la práctica. Marta no me habló mientras duró la Selectividad, y yo no le hablé a ella. No quería enfrentarme a eso, era mucho más doloroso que enfrentarme a Daniel. Como era tonta, tampoco le dije nada a Sandra ni a Andrea, porque no quería que sintieran que tenían que elegir entre Marta o yo. Para mí Marta siempre había sido la persona en la que podía confiar para cualquier cosa, y esa confianza se había roto en pedazos.

Y dolía. Joder, si dolía.

—Julia, no puedes seguir así —me dijo Raquel una semana más tarde, cuando junto con Adrián me arrastraron al bar a tomar una cerveza después del trabajo.

—Y, ¿qué propones? —contesté con más sarcasmo del que ella merecía—. Lo único que quiero es quedarme en mi cama para siempre o irme muy lejos.

—¿No querías ir de viaje? —propuso—. Pues vete de viaje, pero sola. Seguro que será una experiencia que te irá genial.

—¿Viajar sola? Qué triste —me quejé.

Debo reconocer que en esas épocas me quejaba más por vicio que por otra cosa.

—No creas —Adrián salió a contradecirme—. Yo fui a Tailandia solo hace años y aprendí muchísimo.

—Tú eres muy raro —respondí, y la pareja se echó a reír aunque yo lo decía completamente en serio.

Adri se levantó para ir al baño, y nos dejó a Raquel y a mí solas. Ella escribió algo en su móvil y luego lo dejó boca abajo en la mesa y me miró.

—Voy a morir sola —volví a quejarme, enterrando mi cara entre mis manos.

—No lo creo —contestó Raquel—. Ayer Max nos preguntó por ti.

La tristeza y mis ganas de quejarme se evaporaron de una forma casi ridícula cuando mencionó su nombre.

—Ah, ¿y? —pregunté, haciéndome la desinteresada.

—Nada, lo decía para alegrarte el día.

—¿Por qué iba a alegrarme el día? —Otra cosa no sé, pero ese día lo de hacerme la tonta se me estaba dando bastante bien.

—Porque Max te gusta. —Puso esa cara de morbo tan suya y, para mi desgracia, mi cuerpo decidió traicionarme y me sonrojé.

—¡¿Qué dices?! —exclamé, alterada, confirmando que lo que decía era completamente cierto—. Estás loca.

—A mí no me engañas, Julia, que he visto cómo lo miras —dijo, y tuve que concentrarme en aguantarle la mirada y no volver a sonrojarme—. Sí, todas sabemos que Max tiene su rollo, que es bastante guapo, pero yo sé que te pone. Además, no te iría mal echar un polvo.

Como si tuviera alguna posibilidad de echar un polvo con Max. Qué optimista ella.

—Estás loca —repetí.

—Yo solo lo digo; allá tú si decides admitirlo o no. Max está bueno, es majísimo y parece interesado. Una lástima que esté en Auckland, pero podrías incluso ir a verlo. Te iría bien: vacaciones y sexo.

Los días en AucklandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora